Anna Bolena, condenada
Temporada de ópera de Bilbao
Anna Bolena, condenada
“Anna Bolena” de Donizetti. J.Anderson, M.Cornetti, C.Patton, J.Bros, M.Paparizou, C.Fel, J.Plazaola. Coro de Ópera de Bilbao y Orquesta Sinfónica de Euskadi. J.Miller, dirección artística. K.Wilson, dirección musical. Producción de las óperas de Montecarlo y Bologna. Auditorio Kursaal. Bilbao, 20 de octubre.
Hay títulos que sólo se sostienen con grandes voces y entonces da casi igual qué decorados haya sobre el escenario. Cuando no existen, el espectáculo puede resultar muy aburrido. “Anna Bolena” es uno de estos títulos. En Bilbao afortunadamente no se ofreció la versión completa, aunque sí alguna escena frecuentemente cortada. Así una aria de Smenton, que no aportó nada porque Marita Paparizou pasó desapercibida, y la escena de la prisión, en la que pudo disfrutarse de un gran tenor. Puede que Bolena sea el personaje protagonista, pero el auténtico problema en esta ópera es el tenor. José Bros es de los pocos que han podido cantar el papel. Lo suyo es una lección de estilo y musicalidad, acompañados por una voz muy grata y una inteligencia que le permite disimular que los sobreagudos le ponen en peligro en esta etapa de su carrera. Sin duda el mejor del reparto. Marianne Cornetti es mezzo de voz y presencia contundente. No presenta más problemas que sus nulas capacidades escénicas. Chester Patton logra salir airoso interpretando música contemporánea –así fue en el “Hangman, Hangman!” de Balada en el Teatro de la Zarzuela- pero Donizetti requiere una línea belcantista de la que él carece por completo. Su Enrique VIII resultó absolutamente deficiente. Cumplieron Christophe Fel y Jon Plazaola como Rocheford y Harvey. Bien los coros femeninos en la preciosa página que abre la escena final y mal los masculinos en la escena del juicio, con desajustes notables.
June Anderson (Boston,1952) posee una escuela similar a la de Joan Sutherland y aún mantiene el tipo con admirable profesionalidad a pesar de los años. Se reservó mucho durante una primera parte en la que no se le pudieron poner objeciones graves, pero la interpretación era gélida. En el dúo Bolena&Seymour no sucedió nada. Llegó su gran escena final y supimos que todo lo había dejado para ella. Resolvió convincentemente el sobreagudo del reclamativo inicial –aquél que tantos problemas causó a Caballé en la Scala en 1982- para luego bordar la plegaria, sobre todo desde un punto de vista instrumental, aunque a la cabaleta final le faltase fuelle.
La directora Kery-Lynn Wilson demostró conocer poco este repertorio -¿estaría tan en candelero de no ser la señora del director del Metropolitan?-, la escenografía de Roni Toren aburrió en su monolítico clasicismo y la dirección escénica original de Jonathan Millar brilló por su ausencia. Para esto mejor casi mejor la ópera en concierto. Gonzalo Alonso
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