“Ariadne auf Naxos” en el Teatro Real
“Ariadne auf Naxos” en el Teatro Real
Una inapropiada apertura de prestado
“Ariadne auf Naxos” de Strauss. G. Argus, W.Holzmair, J.DiDonato, R.Margison, D.Damrau, A. Schwanewilms, etc. Orquesta y Coro del Teatro Real. C.Loy, dirección escénica. J.L.Cobos, dirección musical. Producción del Covent Garden (2002).Teatro Real de Madrid, 27 de septiembre.
No se, ni al crítico le importan, las razones que motivan la apertura de la presente temporada del Teatro Real con “Ariadne auf Naxos” ya que, al parecer, estaba programada inicialmente la reposición de la “Aida” de Hugo de Ana. El caso es que sin dudar de la innegable belleza de esta ópera, no me parece la más adecuada para una apertura de temporada en una capital como Madrid que cuenta con un solo teatro de ópera y con menos de una docena de títulos en cartel. Y no es ya por el hecho de desatender a un público que desea más espectacularidad para la ocasión, sino porque un teatro que se precie no puede abrir temporada con una producción de hace cuatro años alquilada a un tercero, aunque ese tercero sea el Covent Garden. Mucho menos si, además, la producción es mala. Se justificaría si se tratase de la despedida de Edita Gruberova del papel de Zerbinetta, puesto que ha sido su última gran paladina, o porque, por ejemplo, Reneè Fleming abordase la Ariadna, pero no estamos ante uno de estos casos. Los escasos siete minutos finales de aplausos son significativos.
Sabemos que el argumento no es más que la fiesta –cena y espectáculo- que rico burgués ofrece a sus invitados. El prólogo hace concebir esperanzas que se frustran tras el descanso. Un enorme hall, al que van llegando en ascensor los invitados, sube por completo –algo parecido a la “Boheme” del propio teatro- para dejar paso, en un escenario dividido en dos niveles, a la sala donde se preparan los artistas que amenizaran la velada con dos representaciones. Son decorados, si no ricos, si enormes. Sorprendentemente el del primer y único acto, correspondiente a la representación de una “Ariadna en Naxos” escrita por un joven compositor para entretener al personal tras la cena palaciega, se encoge hasta recordarnos el escenario del Teatro de la Zarzuela y ni siquiera se atiene al libreto. Claro que sin llegar a lo del “Idomeneo” berlinés, lleno de malgusto por encima de otras polémicas. Resulta pobre, soso y confuso, pues desaparece la isla en donde Teseo ha abandonado a Ariadna y de cuyos decorados se habla en el propio texto de Hofmannsthal, para situarnos la acción ante la mesa del comedor de la mansión. El público que no conozca el argumento de la obra se encontrará despistadísimo.
La música de Strauss, casi siempre voluptuosa, ha de envolver y hasta embriagar al oyente. López Cobos y la orquesta -casi de cámara- lo consiguen en los treinta minutos finales, justo cuando corresponde. En el resto prima la transparencia, lo que es fundamental en esta partitura, en la que Strauss muestra un perfil neoclásico de romanticismo un tanto intelectualizado. En un reparto sin flaquezas sobresalen las tres protagonistas femeninas. Anne Schwanewilms y, sobre todo, Joyce DiDonato y Diana Damrau, están magníficas en los respectivos papeles de Ariadna, el compositor y Zerbinetta. Richard Margison saca adelante como puede, pero con dignidad, las inclementes notas de Bacchus. ¿Por qué Strauss odiaba tanto a los tenores? La misma parodia del tenor italiano en “El caballero de la rosa” no es si no una muestra más de una peculiar manía.
El público valoró la inquestionable calidad del apartado musical por encima de la grisácea producción escénica. El anfitrión, el “burgués gentilhombre, habría sido de la misma opinión y es que la segunda parte igual podría haberse ofrecido en concierto.
Gonzalo ALONSO
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