Crítica: Una ‘Ariadne’ humorística en el Teatro de la Maestranza
UNA ARIADNE HUMORÍSTICA
Richard Strauss: Ariadne auf Naxos: Cecelia Hall, José Antonio López, Lianna Harotounian, Gustavo López Manzitti, Elena Sancho, Michael Witte, Carlos Daza, Sonia de Munck, Ruth Rosique, Anna-Doris Capitelli, Carlos Daza, Emmanuel Faraldo, Daniel Noyola, Juan Antonio Sanabria, Vicenç Esteve, Juan Ramos, Andrés Merino, Javier Povedano. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director: Guillermo García Calvo. Director de escena: Joan Anton Rechi.
Esta ópera, estrenada en 1912 y corregida y aumentada en 1916, es realmente insólita, curiosa y compleja. Quizá por ello es una obra falta de equilibrio, de unidad y plantea no pocas interrogantes en cuanto a lo que quisieron decir verdaderamente el compositor Richard Strauss y el libretista Hugo von Hofmannsthal. La sorprendente estructura, con un prólogo –un modelo de comedia en música- y una ópera seria en estilo clásico trufada de apuntes de commedia dell’arte, no acaba de funcionar del todo.
Hay demasiada retórica sesuda y no siempre clara reflexión sobre trascendentes asuntos, lo que ocasiona no pocas detenciones de una acción que no siempre prospera. Claro que la música es en muchos instantes de gran inspiración, ora scherzante, ora de una cálida y luminosa melodiosidad, muy propia del autor bávaro, que finalmente, sobre la poética de Hofmannsthal, acaba atrapándonos.
Como le atrapó a Guillermo García Calvo, que, tras duro trabajo, consiguió una estupenda prestación de los 39 músicos previstos, un pequeño grupo con el que hizo encaje de bolillos, logrando una constante irisación tímbrica, unos contrastes estupendos, una vívida pintura a la acuarela. La que ilustra y colorea la curiosa narración; de una originalidad apabullante.
El director, de gesto abierto, claro, convincente y sugerente, encontró los requeridos tornasoles y dibujó con pericia cada acontecimiento musical y teatral, de tal manera que todo transcurrió como en volandas, sin un solo desfallecimiento, con los reguladores precisos y los acentos necesarios.
Contó con un equipo vocal bien elegido y cohesionado. Hemos de destacar en primer término a la soprano armenia Lianna Harotouniam, una lírico-spinto, más esto que aquello, de voz bien armada, carnosa, de excelente pasta; amplia y rotunda, con un Sol grave -en su gran aria- de excelente cuerpo y un Si bemol agudo como un cañón. Musical y expresiva en su canto.
En orden de méritos hemos de citar a Cecelia Hall, una mezzo lírica espejeante y plateada, de homogéneo sonido y fraseo bien esculpido. Apasionada lo justo como joven y entusiasta compositor (que ve que su ópera seria sobre mito clásico de va a ir al traste por el capricho del aristócrata en cuya mansión tiene lugar el espectáculo). Cantó con buena proyección y una sorprendente vena poética. A su lado brilló el cascabelero timbre de ligera con arrestos de Elena Sancho, que tiene bien ahormada la parte de Zerbinetta, que delinea y dibuja con gracia y donosura. Salió triunfante de la endiablada aria Grossmächtige Prinzessin, para la que quizá le faltara algo más de cuerpo. Salerosa y decidida.
Voz importante, aguerrida, anchurosa y compacta la del ya maduro tenor argentino Gustavo López Manzitti, de agudo pleno y certero, de amplio estuche. Afrontó la inclemente tesitura de Baco -con repetidas escaladas al La y Si bemol agudos- con el lógico esfuerzo pero con firmeza y musicalidad. Señorial, eficacísimo, como es norma en él, con el sano apoyo de siempre, José Antonio López, barítono de una pieza como maestro de música.
En su punto como buen caricato el maestro de baile de Vicenç Esteve y ágiles, dispuestos, exuberantes, de acuerdo a la concepción narrativa, los “arlequines” al mando del tan notable y compacto barítono Carlos Daza. Graciosas, bien cantadas y matizadas las Ninfas de las sopranos Sonia de Munck y Ruth Rosique y la mezzo Ana-Doris Capitelli. A muy buen nivel los más secundarios.
Queda por hablar de la dirección de escena de Rechi: todo un hallazgo bufo rozando el puro astracán. Ya se sabe: “lo que importa únicamente es reír incluso a costa de la verosimilitud argumental”. El problema es que la óptica general se vierte hacia al lado humorístico, con situaciones inventadas y forzadas, con experimentos a veces ajenos al texto; y a la música. Mecánicamente todo estuvo excelentemente medido y aquilatado. Pero envuelto de principio a fin en la humorada gruesa, con llamada a una troupe de flamencos españoles, con lo que los episodios de la obra seria quedan aniquilados.
Mucha sal gruesa también en el ir y venir, en las muchas puertas que se cierran y se abren, en la creación de episodios más o menos hilarantes (ese traje de Zerbinetta enganchado a un pantalón, por ejemplo). Todo se envuelve en la misma manta. Y no es eso lo que pretendieron compositor y libretista, que dejaron claros sus distingos. Ni siquiera el músico, que se abría más a un enfoque humorístico.
Strauss admitía que la historia podría acogerse al género paródico o satírico; no a la caricatura absoluta. Y Hoffmansthal se tomaba el argumento muy en serio y daba un valor moral a la oposición entre los dos elementos del escenario y sobrecargaba el mito de sentidos: por un deslizamiento imperceptible del significado de las palabras.
También habría que subrayar que la prima donna del prólogo y Ariadne no son un mismo personaje. “Esta debe ser tratada con seriedad y sinceridad”, decía la soprano Jessye Norman, que apostillaba: “tanto Strauss como Hofmannsthal no quisieron que la prima donna apareciera en la ópera. Está presenta a través de Ariadne, que es su creación y expresa todo lo que hay en ella de amor y fidelidad”.
La narración escénica en esta ocasión alcanza su grado más discutible al otorgar una sexualidad equívoca a Baco -en contra de todo lo que debe significar- y el personaje aparece vestido con ropajes más bien femeninos: una auténtica y afeminada caricatura, con gestos ostentosos hacia el público. Un despropósito, con lo que el dúo de amor pierde todo su significado dramático. Menos mal que al cierre Rechi tiene una magnífica idea: todos los personajes de Prólogo y Ópera aparecen reunidos al final. Briilante. Han participado, por deseo del dueño de la mansión en una aventura conjunta.
El éxito de público y de la mayoría de la crítica de las tres representaciones de esta Ariana en Naxos ha sido prácticamente total por lo que hay que felicitar al Teatro y a sus artífices. Aunque, como se ha visto, el firmante tiene bastantes objeciones a la manera en la que se ha llevado a cabo la aventura.
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