Artificio sobre cuatro notas en los Teatros del Canal
ARTIFICIO SOBRE CUATRO NOTAS
Ha llegado a los Teatros del Canal de Madrid La ópera de cuatro notas del compositor norteamericano (Greeley, Colorado, 1939) Tom Johnson, afincado actualmente en París, discípulo de Elliot Carter y de Morton Feldman. Fue un entusiasta defensor del minimalismo, estética en la que se inscribe, con algunas salvedades, la obra que comentamos y en las que se incluyen las restantes de su producción.
A Johnson se le ocurrió, tras una lectura de Seis personajes en busca de autor de Pirandello, llevar a la escena un asunto con el mundo de los divos operísticos como pretexto y con tan solo cinco protagonistas, que van a su aire y toman vida propia a lo largo de un divertido y alocado juego. A esta relativa originalidad se sumó la de delimitar la partitura a únicamente cuatro notas, la, si, re y mi, sobre las cuales, con convenientes saltos de octava, se edifica todo el edificio, sostenido desde un omnipresente piano, que va marcando el devenir sonoro y argumental. Dentro de un estilo repetitivo, evidentemente minimalista, en la línea, pero de construcción aún más parva, de la experimentada coetáneamente por otros compositores más o menos hijos de la misma rama: Glass, Reich, Adams, Nyman…
La operita se estrenó en 1972 en un pequeño teatro neoyorkino; con muy poco éxito. Las primeras representaciones no tuvieron prácticamente público, pero el boca a boca empezó a funcionar y el triunfo, aunque tardío, llegó; hasta el punto de que la obra se mantuvo en cartel durante meses, lo cual, sin duda, propició su salto a otras ciudades y, a no tardar mucho, a otros países. Es la composición más celebrada de Johnson, autor de otras obras escénicas: The masque ofclouds, Réservéaux sopranos, Riemannoper…
A día de hoy, La ópera de cuatro notasha sido trasladada a más de diez idiomas, en las más variadas adaptaciones, algunas de ellas españolas o vertidas a otras lenguas de nuestro país. No hace tanto se ha representado en Valencia y en Galicia. Por supuesto en Madrid, donde se dio a conocer, que sepamos, en una modesta producción organizada por la Universidad Complutense años ha. Por supuesto, Johnson está encantado con esta trayectoria. Ante estas representaciones madrileñas afirmaba que “la puesta en escena debe ser distinta cada vez. En parte absurda, en parte minimalista, en parte satírica y en parte comedia, la ópera tiene muchas caras y puede ser vista de muchos modos”. Lo que ha sido recogido por el director de escena, Paco Mir, que la conoció en París hace 15 años y que ha realizado su personalísima versión desde la óptica humorística que lo caracteriza, que busca la desacralización del género y la defensa de lo contemporáneo.
Las actitudes y movimientos, siempre en clave humorística, están muy medidos y articulados, según el momento. Se trata de que no haya respiro, y eso se consigue. Se ve que el director de escena ha disfrutado de lo lindo y que, desde luego, quería hacer una versión personal de una composición que se presta a múltiples variantes y experimentos. Y Mir recuerda que el libreto está escrito sin acotaciones para que cada director de escena “juegue con los cinco personajes que parodian las cinco voces de una ópera –tenor, barítono, soprano, mezzo y bajo-, observadas por el atento metrónomo de un pianista que interpreta una partitura concebida originalmente para piano. Una ópera minimalista que, en esta versión, también es un poco MIRImalista”, concluye jocosamente.
Las infinitas variaciones y combinaciones de las cuatro notas, que se trabajan también en recitativo, son, pues, la base sobre la que la funcional acción se desarrolla, aunque con el respeto a las máximas, las únicas, que impone el autor: nada deberá ser transportado, ya que, si fuera así, la obra tendría más de cuatro notas, lo que destrozaría uno de sus aspectos más sorprendentes. Naturalmente, la base instrumental es únicamente la del piano. Como apunta Johnson, “la razón por la que la mayoría de las óperas suenan desoladoras con acompañamiento de piano es porque la música fue escrita originalmente para orquesta. La integridad del teclado debe ser preservada”.
La acción es parva, irónica y, en esta producción, más bien astracanesca.Mir ha movido sus peones con gracia. La cosa funciona, aunque estén de más en nuestra opinión los chistecitos que, en una suerte de prólogo añadido, ponen en solfa a los cantantes: una manera de resaltar lugares comunes y que deja al público preparado para lo que va a venir. En ese sentido, ese postizo cumple una función. Después de todo, eso es lo que pretendía Johnson en esta ficción metateatral en la que son los mismos protagonistas los que marcan las pautas y definen sus risibles cometidos. El espectáculo es ágil, leve, airoso y no pierde comba, aunque a vecesse hace algo monótono, sobre todo por la simplicidad de la propuesta de Johnson. Aunque un número como el titulado Esto es un trío, en el que a la postre intervienen los cinco, aquí bien resuelto, resulta muy eficaz. Como el final, que recrea, con los intérpretes en plan estatuario, como demanda el compositor, una serie de repeticiones bien medidas y de sorprendente vis cómica.
Mir y sus colaboradores Miguel Ángel Coso y Juan Sanz han diseñado un muy sencillo decorado, constituido por tres marcos de puertas con cortinas rojas, que se abren y cierran estratégicamente y por los que circulan sin parar los intérpretes.El joven equipo vocal se movió y cantó con gracia por la escueta escena. Destacó por encima de los demás la soprano lírico-ligera Ruth Iniesta, firme, afinada, grácil, que exhibió una coloratura casi perfecta y brindó algunos seguros y penetrantes mi sobreagudos. Muy sandunguera ella, extrovertida y dispuesta, dotó de brío y soltura a su personaje, que busca en todo momento brillar más que los otros en virtud de los focos de luz que inciden sobre ella en el momento en el que chasca los dedos. Un efecto cómico muy bien insertado. Ana Cristina Marco es una mezzo de timbre muy lírico, que canta con notable musicalidad empleando una voz igual, aunque de resonancias un punto nasales.
Francisco Sánchez es un tenor con timbre de lírico-ligero y apreciable extensión. Da la impresión de que canta algo constreñido, sin una total proyección del sonido, sin una amplitud que probablemente posee. Axier Sánchez, barítono, tiene planta, aunque resulta un tanto opaco y no siempre entonado, y Francisco Crespo mostró, dentro de su pequeño estuche, una apreciable oscuridad en su voz de bajo lírico. Muy bien al piano, como fustigante metrónomo, el polifacético Javier Carmena. Arturo Reverter
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