Barenboim, del tedio a la aclamación
Baremboim, despertar un auditorio
Obras de Debussy, Boulez y Ravel. West-Eastern Divan Orchestra. Daniel Barenboim, director. Auditorio Nacional. Madrid, 17 de enero.
Los conciertos no son sólo una sucesión de notas sino también sus circunstancias y a veces conviene dedicar atención a éstas. Hace ya décadas que los promotores inmobiliarios pararon los pies a los arquitectos a los que contrataban para una obra, de forma que se acoplasen a sus gustos y necesidades. En música estamos muy por detrás con los registas o directores de orquesta y así nos va. A ellos se les deja hacer. Así ha sucedido con el programa de Daniel Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra para la Obra Social de La Caixa, con la que esta entidad acometerá un proyecto solidario en Madrid. Concierto extraordinariamente largo, cuya primera parte empezó un día y la segunda al día siguiente, acabando a la una y cuarto de la madrugada. Empezó con una correcta lectura del “Preludio a la siesta de un fauno”, con una plantilla que incluía ocho contrabajos. Se retiró luego toda la orquesta para volver a salir sólo once instrumentistas a tocar “Dérive II” de Boulez. Cierto es que Debussy y Ravel experimentaron en su época y que Boulez, por cierto ya en muy alarmante estado de salud, ha seguido esa tendencia, pero la obra, dada a conocer por Ibermúsica hace años con el propio compositor a la batuta, quedaba mucho mejor con su duración original de diez minutos que con los cincuenta y cuatro de su ampliación a base de variaciones y reiteraciones de unas pocas notas. Obra programada fuera de lugar por la hora, por el público que acudía al concierto y por los costes extras de derechos de autor que ha de pagar una obra social detrayéndolos de su recaudación benéfica final. Naturalmente fue dirigida por Barenboim con la partitura en el atril, ya que ni privilegiados como Mehta o Gómez Martínez podrían abordarla de otra forma.
Hicieron quizá bien quienes, oliéndose la tostada, acudieron directamente a la segunda parte y mal quienes se fugaron tras la primera, porque a medianoche empezó una sinfonía raveliana que encandiló a todos, empezando por quien firma. Antes de comenzar la “Rapsodia española”, Barenboim se dirigió al público de forma autoritaria para prohibir las fotos con flash que le habían perturbado. Razonó que no se debían hacer por estar prohibido, por molestar a los ojos y por impedir tener las manos libres para aplaudirle. Más claro, agua. Ravel conoció España, ya cincuentón, cuando había escrito la mayoría de las páginas de inspiración ibérica, pero Barenboim ha conseguido mucha hucha y admiradores en nuestro país. Basta comprobar cómo se le recibe y cómo se le aplaude al final. Pocos congregan tanto cariño y admiración. Conoce por tanto, también desde sus orígenes argentinos, nuestra música y la sabe tratar, con sus brumas y su sol. De ahí la perfección que logró tanto en las sutilezas del “Preludio a la noche” o las suavidades de la “Pavana para una infanta difunta” como en las rotundas explosiones de “Feria” o la “Alborada del gracioso”. Soberbios sesenta minutos finales, aclamados con ocho minutos de vítores mientras el maestro iba levantando a todos los solistas del espectacular “Bolero”, incluido el concertino, hijo suyo. Gonzalo Alonso
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