Bartoli, disco rayado
Grandes Voces en el Real
Bartoli, disco rayado
“Sacrificium, la scuola dei castrati”. Cecilia Bartoli e Il Giardino Armonico. Giovanni Antonini, director. Teatro Real, 12 de diciembre.
Para qué inventar, estoy totalmente de acuerdo y así lo he escrito repetidas veces con la opinión de Javier Pérez Senz en las notas al programa de mano: “Bartoli es una hábil combinación de virtuosismo técnico, musicalidad, dominio estilístico, simpatía y carisma escénico que le permite conectar con el público de forma electrizante”. Todo ello se volvió a comprobar en su nueva cita madrileña. Dado que, aunque parezca espontánea, todo cuanto hace se halla profundamente estudiado y preparado en todos los órdenes, el espectáculo comenzó con la firma en unos grandes almacenes de su último cd, el que iba a desmenuzar corte por corte sobre el escenario del Real. En el programa se incluye el nombre de Agostino Cavalca como diseñador del vestuario del concierto. Entró en escena, tras unos compases como si se anunciase al ganador del Festival de Eurovisión, disfrazada de D’Artagnan, con sombrero, capa y botas que estilizaban su figura, al contrario que el último modelito, con penacho de plumas incluido, pero quizá a nadie se le ocurrió pensar eso de “¿De qué va ésta?”.
Estuvo muy bien acompañada, con sintonización perfecta y sonido ejemplarmente vivo, por Il Giardino Armonico y su director flautista Giovanni Antonini. El producto es serio, compacto, de diseño en todos los detalles… pero también un tanto monótono. Concierto excesivamente largo en su primera parte, con piezas de reducido valor musical que permitían a Bartoli desplegar todo su circense virtuosismo. Más que una sucesión de arias semejaba una eterna variación sobre una de ellas. Parecía un disco rayado. Menos mal que las flautas en “Zenobia in Palmira” o la cálida melodía de “Merope” pusieron el contrapunto. La segunda parte, más breve, revistió también mayor interés, con una bonita página de “Demofoonte”.
¿Cómo cantó? Como expresado al principio, sin fallo alguno, pero con su voz de “petit-point” cada vez menos timbrada. Coloraturas y fiato impecables, con exhibición en la “Adelaide” final o una de las propinas. Una artista de pies a cabeza. En la vecina Gran Vía otro gran artista, Raphael, celebra su no sé cuantos años en escena. Ambos tienen una cosa en común: frecuentemente se acaban parodiando a sí mismos, al mito creado. Gonzalo Alonso
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