Bayreuth entre luces y sombras
Bayreuth arranca entre luces y sombras
La canciller Angela Merkel asiste a la cita, que abre con una versión protestada de ‘El holandés errante’
Estreno, ayer, en Bayreuth (Baviera) de la ópera ‘El holandés errante’, del que Wagner compuso letra y música, con la soprano Adrianne Pieczonka como protagonista. / REUTERS
Un Holandés errante muy de este mundo abrió ayer el Festival de Ópera de Bayreuth (Baviera), con la canciller Angela Merkel encabezando la peregrinación de devotos de Richard Wagner a la cita más imperdible del cosmos wagneriano.
El mito del holandés en busca de la mujer dispuesta a morir para redimirle del calvario de la vida errante se plasmó en un hombre de negocios, de hotel en hotel, con la maleta rodante a cuestas, entre luces de neón, cajas de cartón y la precariedad de los tiempos que corren.
El director musical Christian Thielemann revalidó su título de héroe de la casa, como viene siéndolo desde hace temporadas, mientras que el debutante Samuel Youn se ganó el corazón no siempre fácil de Bayreuth, como protagonista last minute, en perfecto dúo con la cantante Adrianne Pieczonka.
El director escénico, Jan Philipp Gloger, escuchó abucheos -fueron muchos los deslices, incluida alguna sonora caída de elementos del escenario-, pero era lo menos que podía ocurrirle a este Holandés… estrenado en situación de emergencia.
Gloger había apostado por la ausencia de efectismos y una modestia rayana en la tacañería, a lo que se sumó el escándalo de última hora en torno al bajo barítono previsto para esta pieza, el ruso Yevgueni Nikitin, apeado del programa por lucir una inoportuna cruz gamada en el pecho.
Todo un problema en un festival por el que señoreó Adolf Hitler y al que siempre acaba asomándole el pasado. O una bendición, en formato polémica, en una temporada que se presentaba sin brillo.
A Nikitin hubo que buscarle un sustituto a cuatro días del estreno, por mucho que la cruz gamada originaria de sus tiempos de batería en un conjunto de heavy metal ya no está entre los tatuajes que le cubren de pies a cabeza, porque encima del símbolo nazi tatuado en sus años mozos se estampó después otro dibujo.
Fue la oportunidad para Youn, que escaló a protagonista y supo suplir su escasa presencia escénica con buena voz. La cuestión del tatuaje del ruso entretuvo los corrillos de bayreuthianos, divididos entre si tal «pecado de juventud» de Nikitin era o no motivo de exclusión.
«No sé por qué se empeñan en colocarnos tipos raros interpretando a Wagner», opinaba Martha Wendling, sobre los 70 años, incondicional de Bayreuth y en realidad más divertida que horrorizada con el caso.
«Una cruz gamada es una cruz gamada. Nadie en sus cabales se tatúa algo así», apuntaba su nieto, Martin, de 19 años, mientras la generación intermedia -su tío, Thomas- lamentaba haberse quedado sin «el gran Nikitin por esa ridiculez».
Bayreuth tuvo su polémica, el «segundón» Youn la oportunidad de su vida y los vecinos de Bayreuth la ocasión de todos los años de asistir al desfile de famosos sobre la Verde Colina donde Wagner mandó construir el teatro ideal para sus óperas.
Ahí estaba, como todos los años desde sus tiempos en la oposición, la canciller alemana Angela Merkel, de azul turquesa, sonriendo feliz bajo los aplausos y firmando autógrafos, junto a su marido, Joachim Sauer. La acompañaba un buen destacamento de ministros, como si esa misma noche tuvieran que resolver en Bayreuth algún desplome.
No hay crisis capaz de impedirle la visita. Si la canciller no faltó en la apertura de Bayreuth de 2010, al día siguiente de la tragedia de la Loveparade -21 jóvenes muertos atrapados en un túnel y Alemania hundida en la conmoción-, tampoco la iba a retener ahora una zona euro permanentemente al borde del precipicio.
Bayreuth concentra cada año a políticos de toda ideología, incluidos verdes e izquierdistas, además de la plana mayor de la política bávara, mezclada con rostros de la farándula alemana.
Esta ciudad de provincias bávara estrenó su primer festival en 1876 y 101 ediciones después reproduce el esquema original -sólo se interpreta a Wagner y su temporada se reduce a cinco semanas al año, de julio a agosto-. Lo que en otro lugar del mundo sería anquilosamiento es, en Bayreuth, culto a lo imperecedero.
La presente edición es de programa modesto -junto al estreno de El holandés errante se presentan las reposiciones de Tristán e Isolda, Lohengrin, Tannhäuser y Parsifal-, a la espera del nuevo estreno de El Anillo del Nibelungo, el próximo año, coincidiendo con el 200 aniversario del nacimiento del compositor (1813, en Leipzig) y el 130 de su muerte (1883, en Venecia).
Será la gran reválida para el dúo de codirectoras, las biznietas del compositor Katharina y Eva, que tras tres temporadas al frente del festival -y después de haber logrado superar diferencias, guerras familiares y amenazas de cierre- siguen sin haberse apuntado un estreno de impacto, algo que cada vez resulta una credencial de necesidad en el ávido mundo de la ópera.
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