Butterfly: El recuerdo de Johan Botha en la Staatsoper
El recuerdo de Johan Botha en la Staatsoper
MADAMA BUTTERFLY (G. PUCCINI)
Staatsoper de Viena. 8 Septiembre 2016.
Me parece obligado empezar esta crítica de Madama Butterfly dedicando un recuerdo a la figura de Johan Botha, que falleció ayer por la mañana en Viena. Ha sido, sin duda, una de las grandes voces de los últimos años y no se convirtió en un auténtico divo de multitudes, porque la figura no le acompañaba. Ha muerto víctima de un cáncer que le obligó a cancelar sus actuaciones a fines del año pasado. Todo parecía ir por el buen camino con el tratamiento hasta el punto de reaparecer en Junio en Budapest y todavía cantó en el Festival de Julio de Munich la parte de Calaf. Lamentablemente, las cosas se torcieron y el fatal desenlace nos ha cogido por sorpresa a todos, ya que incluso estaba anunciado para cantar la Turandot del pasado día 7 en Viena.
Johan Botha fue un tenor muy apreciado en Viena y nada tiene de extraño que el propio director de la Staatsoper, Dominique Mayer, saliera al escenario antes de comenzar la representación de Madama Butterfly para dedicar unas sentidas palabras al tenor desaparecido, recordando su trayectoria en Viena, terminando con un minuto de silencio con el publico puesto en pie.
Escena
Volviendo a la función que nos ocupa, diré que la producción escénica de Josef Gielen tiene más años de vida que muchos de los espectadores de la Staatsoper. Su estreno tuvo lugar en el año 1957 y con esta representación ha alcanzado la cifra de 375, que supongo debe de constituir un auténtico récord. La producción es muy clásica y hecha con buen gusto, contando con escenografía y vestuario del japonés Tsugouharu Foujita, quien nos ofrece en el primer acto un amplio espacio en el centro, con la casa a la derecha y un puente a la izquierda, por donde llegan los personajes, con una tela pintada al fondo con una vista de la bahía de Nagasaki. En el segundo acto estamos en el interior de la casa, que abriendo los paneles corredizos permite ver el exterior ya descrito. Es una producción muy tradicional, pero que sigue funcionando muy bien, lejos de relecturas ni aspectos conceptuales de ningún tipo.
La dirección musical estaba encomendada nuevamente al francés Philippe Auguin, cuya labor me ha resultado un tanto decepcionante en este caso. El primer acto se caracterizó por una lectura en la que faltó emoción y sobró volumen orquestal por todas partes. Es verdad que las voces en el escenario no eran excepcionales en cuanto a tamaño, pero resultaban incapaces de traspasar el muro de la orquesta. Algo mejoraron las cosas en el segundo acto, pero siguió habiendo exceso de sonido. Lo mejor fue el tercer acto, donde, al menos, la emoción apareció. Hay que decir que desde los tiempos de Karajan el foso de la Staatsoper está más alto que lo habitual en otros teatros, pero esto debería ser bien conocido por el director de turno para acoplarse a las necesidades del espectáculo. La Orquesta de la Wiener Staatsoper estuvo a su gran nivel habitual, aunque disfruté menos con ella que en días anteriores. En cuanto al Coro, me sorprendió que en su actuación en interno en el famoso coro a boca cerrada casi no se les oía.
Kristine Opolais
La protagonista era la soprano letona Kristine Opolais, que debutaba en este personaje en la Staatsoper. Es la tercera vez que le veo en el personaje de Cio Cio San y siempre saco la misma impresión. Estamos ante una grandísima actriz, una de la mejores que se pueden ver en un escenario, que es capaz de dar vida y emociones a numerosos personajes, especialmente los que pertenecen al género verista. Vocalmente, las cosas no están al mimo nivel, especialmente porque su volumen vocal deja que desear. En el primer acto su voz no llegaba prácticamente a la sala, mal ayudada efectivamente por el volumen del foso, mejorando en el segundo acto, en el que Un bel dí vedremo no levantó entusiasmos. Lo mejor fue su interpretación en el tercer acto, aunque nunca sobrada de volumen.
Pinkerton era el tenor italiano Piero Pretti, cuya voz tampoco es excepcional en cantidad y calidad, pero llegaba mejor a la sala que la de su compañera de reparto. Su actuación fue correcta, sin brillo especial.
Un tanto rutinario el Sharpless del barítono Boaz Daniel, aunque cumplió bien. Dejó buena impresión la mezzosoprano sudafricana Bongiwe Nakani, que fue una sonora Suzuki, con medios suficientes y bien cantada.
Los personajes secundarios no pasaron de cumplir con corrección. Eran Herwig Pecoraro, un Goro un tanto rutinario, Peter Jalosits, un no más que correcto Yamadori, Alexandru Moisiuc, un Tio Bonzo corto de poderío, y Hans Peter Kammerer, un adecuado Comisario imperial.
La Staatsoper estaba totalmente repleta. El publico no mostró entusiasmo durante ni al final de la representación, siendo los mayores aplausos para Kristine Opolais.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 39 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 10 minutos. Cinco minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 205 euros, habiendo butacas de platea desde 134 euros. La localidad más barata costaba 34 euros. José M. Irurzun
Fotos: Michael Pöhn
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