Butterfly en Sevilla
Temporada de la Maestranza
Puccini, emotivo
“Manama Butterfly” de Puccini. X.Sun, A.Machado, J.J.Rodríguez, E.Shkosa, E.Santamaría, M.Mikhailov, V.Esteve, S.Vázquez. G.C. del Monaco, dirección escena. C.Rizzi, dirección orquesta. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Sevilla, 9 de mayo.
La presente e irregular temporada lírica de la Maestranza se ha cerrado con la que probablemente haya sido, a nivel global, la representación más completa: la “Butterfly” de Puccini. No es una balsa de aceite la situación en la Maestranza y, una vez apartado de la presidencia del patronato del teatro quien originó los problemas existentes, corresponde al Ministerio de Cultura y a la Junta andaluza tomar la iniciativa para que las heridas se cierren, tal y como desean unos y otros.
“Manama Butterfly” funcionó a pasar de que sobre la escena no hubiera ninguna voz excepcional. Xiuwei Sun, oriunda de Shangai, es la nueva Yoko Watanawe, es decir la oriental que lleva el personaje de la burlada japonesita por todo el mundo. Con estas Cio-Cio-San pasa lo que con los relojes chinos. Te compras una de las imitaciones más perfectas de Cartier y, cuando la llevas a un relojero español para que ajuste la pulsera, te dice: “le va a salir caro, porque estas imitaciones tienen mecanismos más complicados que los originales”. Vamos, que por muy perfectas que sean no dan gato por liebre a un especialista. Tampoco las orientales bordan el personaje protagonista. Salen muy bien caracterizadas, se mueven muy bien y agradan al espectador, pero vocalmente no acaban de dar todos los registros. Imitan muy bien el papel, pero no son el papel. Sun es ejemplo claro, aunque fueron de agradecer los riesgos que asumió para tratar de impregnar de mayor emotividad al personaje. Esta sólo llegó cuando Gian Carlo del Monaco, el responsable escénico de esta producción original de Nápoles, puso toda la carne en el asador para la escena final. Supo regular las difíciles tensiones del muy estático segundo acto y hacerlas explotar en un soberbio suicidio, lleno de dramatismo, que hizo exclamar a parte del público “muy bien”. Y si, con magia en la escena e intérpretes dignos, además funciona el foso, la ópera cobra vida y hace brotar lágrimas en el espectador. Carlo Rizzi trabajó a conciencia, con tempos muy vivos, cuidando las voces, recreando los pasajes más líricos y desmelenando el sonido en esos contados pero fundamentales acordes, que delinean el drama. Muy correcto Aquiles Machado y bien Suzuki, Sharpless y el resto de comprimarios. Gonzalo ALONSO
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