Caballé en Pozuelo
Caballé en Pozuelo
Sonidos que perviven
Obras de Donizetti, Mascagni, Leoncavallo, Massenet, Gounod, Cilea, Sorozabal, Jiménez, etc. Montserrat Caballé, soprano. Manuel Burgeras, piano. Mira Teatro. Pozuelo de Alarcón, 15 de diciembre.
Montserrat Caballé, con unos cuantos kilos de menos y su eterna sonrisa, tan contagiosa en escena, se acercó hasta Pozuelo para ofrecer un programa que no fue exactamente fiel al anunciado, pero sí muy parecido a los que acababa de cantar en Viena y Munich.
Dice Caballé que “es preferible soltar un gallo que dar una lección de solfeo”, pero ella tiene técnica sobrada para que eso no ocurra. Otra cosa es, como es lógico, que a los setenta y dos años no se pueda cantar al nivel de los treinta y, en vez de un gallo, pueda haber alguna nota calante o algún fiato corto. Es lo que sucedió en algunas de las canciones que componían la primera parte y en concreto en las iniciales de Donizetti, con la voz tan fría como la temperatura del escenario, o en el “Ave María” de Mascagni, de melodía paralela a un coro de “Cavallería rusticana”.
Fue en la segunda parte, como parece el sino de los últimos conciertos de todo el mundo, donde Caballé destapó el frasco de las esencias de la casa. La empezó con seis obras andaluzas del siglo XIX, prácticamente desconocidas, de los autores Toledo, Guillén, Reparaz, Basili, Gomis y Álvarez. Tal y como había realizado ya en el “Gloria” de Cilea o en la “Nuit d’Espagne” de Gounod, no sólo estuvo atenta al color de las notas para que quedase reflejo de aquella voz única, sino que le puso sentimiento y alguna de sus inconfundibles y expresivas notas graves. Lo mejor llegaría con la romanza de “La del manojo de rosas” de Sorozabal. Si el fiato había quedado antes alguna vez corto, se desquitó con una de esas notas que parecen suspendidas milagrosamente en el aire. La belleza de la media voz, aquel filado esperado o el piano cautivador volvían a traernos a la única voz superviviente de las últimas grandes que de verdad lo han sido.
Las propinas no se hicieron esperar, ayudadas por esa inteligencia con la que esta mujer, también “showman” –debería escribir “showgirl”, pero suena fatal-, sabe meterse al público en el bolsillo. En Pozuelo nunca tuvieron la oportunidad de escuchar a Caballé en la mitad de esa larguísima carrera de ya casi cincuenta años, pero tampoco ha llegado a ellos demasiado tarde. Gonzalo ALONSO
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