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Por Publicado el: 20/11/2016Categorías: En vivo

Cameron Carpenter: El trebejo en el Palau

El trebejo

CAMERON CARPENTER, órgano. Programa: Obras de Wagner-Carpenter, Bach, Piazzolla, Vierne, Chaikovski-Carpenter y Liszt-Carpenter. ­Lu­gar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1000 personas. Fecha: Martes, 15 de noviembre de 2016.

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Apreciado Cameron:

Permítame que me dirija a usted sin conocerle personalmente. Pero después de escucharle tocar el martes en el Palau de la Música ese instrumento que usted, tan mercadotécnicamente llama “International Touring Organ” pero que no es más que un órgano tuneado, y de ver como mueve y remueve ante los teclados y pedalero de su trebejo las cuatro extremidades con la agilidad de un ciempiés, tengo la sensación de que le conozco de toda la vida: como si fuera un gazpacho a base de Mari Cruz Soriano, María Jesús (la de Pájaritos por aquí…), Richard Clayderman (el de la Balada para Adelina) o Nigel Kennedy, aliñado en la segunda parte del programa con su azucarada improvisación sobre no se sabe qué, donde recordaba usted al mismísimo Julio Iglesias de Gwendolyne, pero en versión punky de papá adornado con cristalitos de Swarovski y vestido por Karl Lagerfeld.

            Usted se ha hecho célebre con una mercadotecnia excepcional y, evidentemente, apoyado en un inapelable y espectacular virtuosismo que, en cualquier caso, no impide que en sus exhibicionistas interpretaciones se sucedan desajustes y desequilibrios intolerables en cualquier intérprete ad hoc. Sin embargo, usted, más listo que el hambre, eclipsa maravillosamente esas deficiencias con sus electrónicos decibelios y una aparatosidad de cartón piedra que cala en un sector de público que le recibe con tanta generosidad como inocencia. Su mercadotecnia –en su idioma se dice marketing– le ha convertido en una pequeñita celebridad en los universos amarillo y rosa.

            Incluso a veces llega a salir en la Prensa seria. Hasta un periódico como LEVANTE-EMV publicaba el lunes una entrevista en la que usted afirmaba sin sonrojarse un ápice que “lo único que necesitamos de Bach es su música”. Pues aplíquese el cuento y deje de tunearlo y de hacer con sus pentagramas –laicos o no laicos, que éste no es el tema- lo que le venga en gana. Venere la obra de arte, respete al compositor y su universo estético, y déjese de monsergas y colorines para centrar todo en la música, en su desnuda verdad, exenta de todos esos floripondios y grandilocuencias que tan radicalmente la desfiguran. Tan patético como su patético arreglo del tercer movimiento de la Sinfonía Patética de Chaikovski resultaba observar al gran órgano tubular del Palau de la Música muerto de pena mientras usted andaba erre que erre con su cachivache y sus coloreadas lucecitas a medio camino entre las de una barra americana y las de un casino de Las Vegas. ¡Piense en la sencillez del piano que usó Mozart o del órgano de Cabanilles!

            En fin… No le quiero distraer más con mis comentarios. Seguro que usted y más de uno sonreirá al leer esta carta abierta y se preguntará: “¿Pero de dónde diablos habrá salido esta momia?”. No, señor Carpenter: soy simplemente un melómano que ama la música de Wagner y al que se le indigestó el ensordecedor bodrio que perpetró con su obertura de Los Maestros Cantores. Que me horroricé ante el fusilamiento que sin miramientos ejecutó del Allegro molto vivace de la Sexta de Chaikovski y que me indigné con el circo fúnebre –vestido negro incluido- que tan macabramente montó con su estratosférico cachivache de los Funerales de Liszt. ¡Qué Bach, Chaikovski, Liszt, Wagner y compañía bella le perdonen! Yo lo único que puedo hacer es felicitarle por el éxito obtenido: muchos espectadores se marcharon, sí, pero los que se quedaron disfrutaron de lo lindo y le aplaudieron con ganas. Yo, por desgracia, me tuve que quedar hasta el final para poder redactar estas líneas. Atentamente. Justo Romero

Crítica publicada en el diario Levante el 18 de noviembre de 2016

 

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