Cameron Carpenter: Lo mediático y lo artístico
LO MEDIÁTICO Y LO ARTÍSTICO
Obras de Franck, Poulenc, Bach y Strauss. Cameron Carpenter, órgano. Orquesta Nacional. Director: Jakub Hrůša. Auditorio Naccional, Madrid. 12 de noviembre de 2016.
El organista norteamericano Cameron Carpenter (1981), de iconoclasta apariencia física, es uno de los actuales fenómenos mediáticos. Pero es artista importante, evidentemente heterodoxo, que gusta de registraciones impensadas e insólitas y de tomarse libertades que pueden parecer excesivas. Utiliza un órgano digital, el International Touring Organ (ITO), un enorme mamotreto de cinco teclados, construido según sus planos, que va con él a todas partes y que necesita de diez enormes bases verticales en las que se alojan multitud de altavoces, ubicadas aquí en el fondo del hemiciclo. No creemos que el aparato mejore la calidad del órgano de la sala.
La sonoridad es amplia y, a través de infinidad de registraciones, obtiene calidades muy delicadas en las flautas y graves reforzados poco naturalmente. En la “Passacaglia y fuga en do menor BWV 582” de Bach, que comenzó en un nivel de sonido casi inaudible, se desmelenó después. La fuga, masiva, quedó en parte borrosa. Los contrastes dinámicos extremos, de los que gusta el músico, se aplicaron en el “Concierto para órgano, timbales y orquesta de cuerda” de Poulenc, obra lírica, luminosa, de resonancias pasajeramente barrocas, necesitada quizá de una aireación instrumental más transparente. Carpenter ofreció, además de alguna improvisación salida de su magín, distintos bises cada uno de los tres días –viernes, sábado y domingo-, con arreglos muy lustrosos, aunque discutibles por el añadido de efectos, de composiciones como las oberturas de “Candide” de Bernstein o “Los maestros cantores” de Wagner.
El director checo Hrůša, de la misma edad que Carpenter (35), pudo mostrar en esa fúlgida compañía un gesto claro y elegante. Acompañó bien en Poulenc, acentuó con solvencia, más allá de algunas faltas de empaste en el cierre, “El cazador maldito” de Franck y expuso con tino “Muerte y transfiguración” de Strauss, que tuvo un comienzo bien regulado de trascendido lirismo. Retuvo el tempo en lugares muy lógicos y edificó con suficiencia las extensas progresiones, aunque la sonoridad pecara de ruda y el gran y ascensional “crescendo” postrero quedara alicorto. Se portó la Orquesta. Arturo Reverter
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