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CARMEN VERNÁCULA
Por Publicado el: 17/10/2014Categorías: Recomendación

La hija del regimiento: cantar para nada

 

HIJA

 

CANTAR PARA NADA

A la salida de la representación del Così fan tutte que Haneke dirigió en Madrid la directora del medio en el que por aquel entonces (no diré el nombre ni de la una ni del otro) escribía un servidor,  me formuló la siguiente inquietante reflexión: “A mí, que he visto mucho teatro pero poca ópera, me ha gustado, pero el ´temita´ que plantea la obra es de aúpa”. Quería decir ella que la historia esa del juego de parejas era carca, inasumible, un tostón, etc.   Es una señora bastante joven la que opinaba así; una  joven con una cultura del espectáculo muy desarrollada, y en posesión de una muy estimable cultura general, amén de ser persona inquieta e interesada por todo. En otras palabras, el,  teóricamente,  perfecto caldo de cultivo para depositar la semilla de la afición a la ópera. Pues bien, si una persona de esas características opinaba así de una obra maestra del calibre de Così fan tutte, quiero preguntarme cómo reaccionaría si se sentase a ver una memez del tamaño de La hija del regimiento, de Donizetti. Es una pregunta a la que se adivina una escalofriante y desoladora respuesta.

          Esta es la cuestión. Por qué se sigue poniendo en los teatros piezas como esta. ¿Tienen algo que solo pueden comprender los muy entendidos? ¿o acaso es al revés, como no tienen nada que decir gustan por eso, por su solemne vacuidad?   Es fácil hacer demagogia con esto, así que se hace necesario considerar muchas cosas antes de emitir un juicio. El bel canto fue en su momento un cáncer para la música hecha drama, para la ópera. Pero también una herramienta de primer orden para que Mozart, Rossini o Verdi nos legaran creaciones de valor y universalidad indiscutibles. Los mismos belcantistas, que es necesario recordar que venían de una fiebre todavía mayor, la calentura de los castrados, evolucionaron hacia terrenos más razonables: he ahí, por ejemplo, la excelente Don Pasquale del mismo Donizetti, pieza  de lecturas múltiples. Sin embargo dejaron creaciones absolutamente infumables, cuya única razón de ser era que a unos señores llamados cantantes se les permitía repartir bellezas sonoras a diestro y siniestro. Bien estaba esto, pero poco tenía que ver con la ópera entendida como una manera de convertir la palabra en música con el objetivo de contar una historia. Así que lo primero que hay que asumir, y explicar sin complejos, es que una cosa como La hija del regimiento es sobre todo un  medio para la exhibición vocal. Que es mucho. Y que, por eso y por la demanda que generan tales modos de operar entre un determinado tipo de público, es necesario seguir programando. Ahora bien, negando simultáneamente la posibilidad de que una persona que no esté en este ajo se la pueda tragar (comprender).  Convertida así en una rara avis que, cual pieza de museo, es muy probable que  solo pueda convencer a quienes tengan clara esa condición, programarla no deja de ser una provocación para aquellos que echan en cara al espectáculo su elitismo. Es, efectivamente, elitista (y un punto tramposo) pensar que alguien que está entre esa pretendida masa de nuevos públicos se sume a la extraña fiesta del goce del canto sin que detrás del mismo haya algo, sin que tras él exista un mensaje, una idea, una reflexión acerca de las cosas que les sucede a la gente, sea en clave dramática o cómica. De manera que si programar una ópera rara es elitista, como se ha afirmado hasta la saciedad, hacerlo con piezas como esta, también. Como mínimo.

         Claro que el colmo de los colmos sería hacerlo sin contar con buenísimos cantantes. No es el caso, pues el Teatro Real nos va a regalar la posibilidad de escuchar a un tenor (ya saben, el que tiene  que dar en esta ópera nueve Do sobreagudos casi de una tacada) que en estos momentos arrasa. Se trata del mexicano Javier Camarena, que no es muy joven (tiene 38 cumplidos), pero que no solo exhibe un  estado vocal fulgurante sino que está en posesión de lo que podríamos definir como una línea de canto inteligente. No otra cosa que un cantante de verdad, es decir que se preocupa no solo por la forma (hacer bello el instrumento) sino por el fondo (significado de la palabra, y por consiguiente del sentimiento, del mensaje. Si lo hubiere, habría que añadir en el caso que nos ocupa). Es una pena que se cayera del cartel su compañera de escena, la soprano Natalie Dessay,  porque es muy famosa, y con todo motivo, su creación en el personaje de Marie, es decir,  el rol al que se refiere el título de la ópera. Ha sido sustituida por Aleksandra Kurzak. La dirección musical corre a cargo de Bruno Campanella, un batuta que se conoce bien la obra, mientras que de la escena se encarga Laurent Pelly, un especialista en montajes para óperas belcantistas.  Ah, la mejor y más espectacular cantante que va a subir a escena en esta producción (en realidad una coproducción con el Met neoyorquino, el Covent Garden londinense y la Ópera de Viena) casi con toda seguridad, y una vez más, va a ser la contralto polaca Ewa Podles ( la marquesa de Berkenfeld), que a sus 62 años sigue siendo una auténtica fuerza  de la Naturaleza.  Pedro González Mira

DONIZETTI: La hija del regimiento. Kurzak/Rancatore, Camarena/Siragusa,Spagnoli/Cansino, Podles/De Pont Davies, Galán, Olñiva/Lacárcel,  Quiralte-Gómez, Molina.Coro y Orquesta del Teatro Real/Bruno Campanella. Director de escena: Laurent Pelly. Lunes 20, 20.00. Proximas funciones;días 21,23,26,29 y 31 de octubre; 1,2,4,5, 7 y 10 de noviembre. Precio: entre 10 y 381 €. (día 20); entre 10 y 213 €. (resto de funciones)

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