Capuletos: desfile de modelos en Barcelona
I CAPULETI È I MONTECCHI (V. BELLINI)
Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 28 Mayo 2016.
Han pasado más de 30 años desde la última vez que esta ópera de Bellini subió al escenario del Liceu. La espera ha sido larga y el resultado no ha sido brillante, marrado por una producción no por mala menos conocida, una dirección musical irregular y un reparto vocal mejor sobre el papel que sobre el escenario.
Para esta ocasión tan señalada tras tan larga ausencia del título, el Liceu ha traído la conocida producción de Vincent Boussard, que es una coproducción de Munich y San Francisco y que se estrenara en la capital bávara hace 5 años. He tenido ocasión de verla en Munich en un par de ocasiones y venía curado de espanto, lo que no ha impedido que me siga llamando la atención que haya quien la considere como una producción digna de viajar por el mundo.
Desfile de modelos
Esta producción siempre me ha parecido pretenciosa, caprichosa y cara, además de aburrida. La escenografía de Vincent Lemaire responde a un concepto minimalista, con unas paredes pintadas con motivos difusos, ofreciendo como únicos elementos de atrezzo un lavabo en la habitación de Giulietta y una serie de sillas de montar colgadas del techo en la primera escena. Se me ocurren decenas de óperas a las que se puede aplicar esta escenografía. En algunas escenas aparece todo el escenario con una gran escalera, pero eso no es sino un capricho del director de escena, que ha elegido como responsable del vestuario a Christian Lacroix, que tiene que lucir sus modelos en un absurdo desfile en la gran escalera en el inicio del segundo acto. El vestuario del afamado figurinista tiene que ver con esta ópera como con cualquier otra. Parece que los centenares de metros de tejidos que gasta en vestir a las figurantes se le acaban al llegar a la pobre Giulietta, a la que le deja en un corsé con pompones por debajo. La iluminación de Guido Levi es lo que mejor funciona de toda la producción.
La dirección escénica de Vincent Boussard pasa a segundo plano, ya que parece que lo importante es mostrar el vestuario de su amigo Lacroix. Las ideas de Boussard se desarrollan en un puro simbolismo. Las inexistentes espadas se desenfundan simbólicamente, el veneno se toma simbólicamente, Giulieta se suicida de manera simbólica, Romeo pone de pie a Giulieta en su tumba como un símbolo y ambos se dirigen al simbólico más allá cogidos de la mano, mientras Capellio nos dice que están muertos los dos. Reconozco que terminé simbólica y realmente aburrido. Lo único practico de esta producción es que puede ser un ejemplo de multiuso, ya que podría servir para cuantas óperas se le ocurran a uno.
Escena
Dirigir óperas belcantistas se me antoja como mucho más difícil que lo que generalmente se imagina. Mucho creen que con acompañar a los cantantes es suficiente. Yo no pienso así. Una ópera belcantista con un director rutinario puede ser sumamente aburrida, a menos que haya algún cantante excepcional en escena, lo que no es el caso en 11 de cada 10 veces. Riccardo Frizza tiene una larga experiencia en este género y su dirección me ha resultado irregular o, si prefieren, con muchos altibajos. La interpretación de la sinfonía fue lo peor de toda la ópera, especialmente porque el sonido que salía del foso parecía como si lo estuviera interpretando una banda. En gran medida Frizza no pasó de acompañar a los cantantes, resultándome lo más convincente de su lectura la dirección delicada y emocionante de la escena final de la tumba, donde Riccardo Frizza demostró que puede dar mucho más juego que el que viene dando. La Orquesta del Liceu dejó bastante que desear en la primera parte de la ópera. Tampoco pasó de la corrección el Coro del Liceu, que en esta ocasión estaba únicamente formado por la parte masculina.
Elina Garanca tenía que haber sido Romeo, pero ya hace algún tiempo que canceló su actuación en Barcelona, aunque ninguna noticia me ha llegado sobre las razones de la misma, que apuntan a capricho de diva. El Liceu ha tenido la gran suerte y también el gran mérito de sustituir a la mezzo soprano letona por Joyce DiDonato, cuya presencia y sus compromisos anteriores han hecho que haya habido ciertos cambios en los repartos. De hecho esta representación correspondía inicialmente al segundo reparto, pero me niego a considerarlo como tal en esta ocasión.
Joyce DiDonato
Así pues, Joyce DiDonato volvía a subir al escenario del Liceu tras su recital de la noche anterior, lo que no me parece que sea lo más aconsejable y prudente para un cantante. La americana ha sido siempre – y lo sigue siendo – una gran artista y ha paseado su Romeo por los grandes coliseos de ópera del mundo durante muchos años. Su calidad de cantante está fuera de toda duda, pero vocalmente tiene la parte alta de la tesitura comprometida. Ella lo sabe y procura evitar esas notas, lo que hace que su actuación pierda brillantez. Es digno de resaltar que en la segunda parte de la cabaletta La tremenda utrice spada introdujera variaciones brillantes y difíciles, cuando se está perdiendo esta costumbre, no quedando ya sino ella y Gregory Kunde como los defensores de la aportación musical a dichas cabalettas. La escena del dúo con Tebaldo estuvo muy bien cantada, pero evitó siempre irse a las notas altas. Lo mejor de su actuación y de toda la ópera fue la lección de canto que dio en la escena de la tumba, que le va como un guante a su voz. Aquí es donde Joyce DiDonato demostró ser una gran cantante y una gran artista.
Ekaterina Siurina
Giulietta era la soprano rusa Ekaterina Siurina, que me dejó la misma impresión que cuando la escuché en Munich en este mismo personaje. Se trata de una soprano ligera, de voz agradable y de canto excesivamente artificial. Reconozco que a mi no me convence una soprano ligera en este personaje. No hace falta, por supuesto, una soprano dramática, pero hay que transmitir emociones y eso exige una voz de mayor entidad que la suya y una paleta de colores más variada, que superen la monotonía de su canto. Reconociendo sus cualidades, Ekaterina Siurina no me convenció.
Celso Albelo se encargó de la parte de Tebaldo y su actuación me resultó un tanto decepcionante. No sé si tenía un mal día o no se encontraba bien, aunque no hubo ningún aviso de indisposición. En su escena inicial tuvo serios problemas de respiración, teniendo que recurrir a tomar aire en medio de una frase, lo que nunca había experimentado con el tenor canario. Las notas graves eran áfonas y únicamente brillaba en las notas altas, que siempre han sido su punto fuerte. Tengo la impresión de que en el gran dúo con Romeo decidió plegarse a los condicionantes vocales de Joyce DiDonato, ya que también pasó de las notas altas.
Marco Spotti fue un sonoro Capellio. Han pasado 3 años de la última vez que le escuché en escena y la impresión es que su voz ha perdido calidad. Correcto, como siempre, Simón Orfila en la parte de Lorenzo.
Celso Albelo
El Liceu ofrecía una ocupación algo superior al 80 % de su aforo. El público se mostró más frío que de costumbre durante la representación, ofreciendo una cálida recepción a los artistas en los saludos finales, donde hubo muestras de entusiasmo para Joyce DiDonato y Ekaterina Siurina, en este orden.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 51 minutos, incluyendo un intermedio y varias paradas entre escenas. Duración musical de 2 horas y 4 minutos. Seis minuto de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 286 euros, costando la butaca de platea 187 euros, aunque las había desde 152 euros. La entrada más barata con visibilidad costaba 52 euros. José M. Irurzun
Fotos: A. Bofill
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