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Por Publicado el: 13/11/2023Categorías: Colaboraciones

Carlos Chausson: allá va la despedida

El bajo zaragozano Carlos Chausson dice adiós a su público tras una brillante carrera de más de cuarenta años

Los cantantes de ópera suelen agruparse como una rara especie. Se pasan la vida quejándose, echando la culpa hasta al gato cuando no se encuentran en disposición síquica o física de entregar al mundo sus mensajes; cuando, por unas razones u otras, no logran regalar al común de los mortales esa cosa tan inasible conocida como “su arte”. A mí me parece que no les faltan razones para que a veces se comporten de forma extraña, porque el tipo de trabajo que han escogido para ganarse la vida, tan ungido por la pátina de una espiritualidad intangible, encierra, efectivamente, unas características que los convierten en auténticos marcianos. Hay que atreverse a salir a un escenario sin otra defensa que la de un par de diminutos pliegues membranosos situados en su laringe, con los que han de dosificar los sonidos desde el susurro más tenue hasta la explosión más voluminosa. Siempre he pensado, sin embargo, que el protagonista mayor de una interpretación musical colectiva es el director del cotarro, pero sus subordinados (los instrumentistas, los cantantes, etcétera), constituyen una tropa que solo en el caso de alcanzar la categoría de divo, se valora en su justa medida. Lo que, a su vez, en el caso concreto de los cantantes es especialmente único, porque el instrumento que se maneja es una pequeña parte del propio cuerpo. Así que sí: suelen estar llenos de manías y lados oscuros, uno de los cuales en demasiadas ocasiones suele ser el empeño en pasarse la vida cantándolo todo y no aceptar el paso del tiempo para la voz. En demasiadas ocasiones, al final de su carrera, insisten en ignorar ese último estadio, insistiendo en la negación de la parte física subsidiaria que acompaña al manual de instrucciones del abnegado creador. Es decir, tratando de prolongar su carrera hasta extremos que muchas veces rozan lo grotesco. Es como si un futbolista se empeñara en seguir marcando por chilenas hasta los ochenta años porque su objetivo no fuera marcar goles sino exhibir la belleza de hacerlo mediante un procedimiento tan estético como marcarse una chilena. ¿Hay excepciones? Por supuesto. Y muy reveladoras. Y muy celebrables. Pero no demasiado abundantes.

Carlos-Chausson-y-Ramoon-Gener-en-La-commedia-e-infinita

Carlos Chausson y Ramóon Gener en La commedia è (in)finita

He aquí una. Demostrada. El día 3 de este mes de noviembre estuve de paso por Barcelona y tuve la oportunidad de asistir a una cita en su maravilloso Teatre del Liceu que encerró una soberana excepción a esas casi siempre cumplidas reglas del mundo del canto profesional: la muestra de un retirada de un cantante en plenas facultades vocales. Ahí es nada. El bajo zaragozano Carlos Chausson, tras una portentosa carrera que todos conocemos y hemos disfrutado, invitaba al público a que se despidiera con él mediante un espectáculo en el que, con ayuda de un maestro de ceremonias, explicaba cuál había sido su camino recorrido, con sus postas, sus accidentes, sus elecciones, sus suertes y sus contrariedades, sus penas, logros, alegrías y errores. Una autocrítica en toda regla montada en la gloria de un final feliz, y conformada en un espectáculo transformado en un adiós dedicado a la gente que durante muchos años han (hemos) seguido su carrera. El espectáculo se titula La commedia è (in) finita y se repetirá, tras su estreno en el Palau de les Arts de Valencia y su paso por el Liceu de Barcelona, en Bilbao, Palma de Mallorca y Málaga en próximas fechas. Es curioso, pero la capital del Estado no parece haberse interesado por el asunto.

Se trata de una sencilla semiescenificación, con unos pocos elementos teatrales (un guardarropas y una mesa) y un piano, sentado al cual se encontraba Isaac Fonoll. Y todo bajo el mando organizado del (hoy) divulgador Ramón Gener, un hombre con historia musical propia, que igualmente queda puesta de manifiesto en el transcurso de la velada. Dicho en pocas palabras, la pareja forma un estupendo tándem teatral; los dos rezuman una contagiosa vis escénica, avalada por la experiencia de muchos años. Así que la idea de aparecer juntos para explicar las cuitas del homenajeado es excelente. Y doblemente, porque Gener también es un “perdedor”, como declara a dúo con Chausson al final de la función. Estudió piano, tomó clases con Victoria de los Ángeles y llegó a debutar como barítono, todo ello antes de convertirse en el divulgador cultural que es hoy. Así que, además de oficiar como narrador del relato, él también tiene una historia que compartir con la de un Chausson que también dejó pelos en la gatera al renunciar a cantar los grandes papeles serios para convertirse en un bajo bufo de primera línea. Los dos conforman un espectáculo pedagógico y divertido, y que debería ser modelo para muchos otros que en su afán de perpetuar lo imperpetuable, han arrastrado y siguen arrastrando sus traseros por los escenarios sin dignidad artística, aún con mucha dignidad crematística. No es necesario dar nombres. La dramatización de Joan Font es elocuente, muy práctica y acertada en su sencillez. Hacer cantar a lo Bosé a Gener o ponerle un velo para convertirlo en una candorosa Susanna al lado del Fígaro Chausson son algunos de los aciertos a consignar, como también que este se arranque con una de Los Beatles para quede claro cuán largo es el camino que ha de recorrer una voz para convertirse en un cantante canónico. Todo ello, combinado nos solo con los grandes momentos bufos sino con reminiscencias de momentos tan inefables como la famosa aria de Felipe II en Don Carlo, nos emplazan para comprender los vericuetos de la vida y desarrollo vocales de un cantante modélico como es (lo sigue siendo) Carlos Chausson.

La idea es dar cuenta (sí, han leído bien) de las vicisitudes por las que Chaussson pasó en su vida de artista (Richard Strauss nos contó algo parecido en su Vida de héroe) hasta llegar a definirse como un cantante de repertorio especializado. Para lo cual, y apoyándose en fragmentos o arias de diversos compositores que han constituido hits a lo largo de su andadura, procede al relato de esa evolución, que, bien lo sabemos quienes hemos conocido de antemano al personaje, no fue sencilla ni mucho menos breve. La voz de Carlos Chausson encerró siempre una realidad indiscutible: la belleza tímbrica. Este hombre ha tenido ese don natural. Pero no desde el primer momento estuvo claro a qué repertorio debía de consagrarse. Es decir, en qué momento la voz habría de mutar en cantante. En la función, él mismo explica las dudas que le asaltaron para definirlo hasta convertirse en uno de los más grandes bufos de la historia del canto español. Y, muy humildemente, mostrando comprensión hacia aquellos que siguen pensando que si una voz grave no es capaz de hacer su agosto con Verdi y demás luminarias de la ópera seria, no es una voz de éxito verdadero. A mí esto me parece, física y metafísicamente, una majadería. Pero puede entorpecer la carrera de un cantante por puro complejo de inferioridad. Carlos Chausson plantea esta cuestión en este espectáculo, ligándola a sus propias elecciones del repertorio a lo largo de su singladura. Y a mí me parece que adoptar este, digamos, modo desnudo ante el público tiene un mérito increíble y debe de ser objeto de agradecimiento por su sinceridad y veracidad.

La commedia è (in)finita se convierte así en una especie de repaso, de mirada atrás, que explica muchas cosas, y no solo de la carrera de Chausson, sino de los cantantes en general. Pero con la diferencia de que él se ha subido al escenario a contarlo. Si lo hubiera enfocado con palabras grandes, seguramente el resultado habría sido un peñazo. Pero, como extraordinario cómico que es, lo ha hecho con una sonrisa continuada, y con músicas que van desde Rossini hasta Cimarosa, pasando por pecados de juventud (Haendel, por ejemplo) para llegar al inevitable Mozart, en cuyos roles sus aportaciones han sido magistrales. El abundante público que asistió a la gala se lo pasó en grande, aunque quizá no alcanzara a comprender de verdad el mensaje último del asunto, quizá demasiado acostumbrado a convertir en mito aquello que al final es producto sobre todo de un trabajo ímprobo y de decisiones correctas. Chausson las supo tomar en las fases cruciales de su carrera, y por eso ahora está obteniendo un auténtico premio gordo: el poder darse el lujazo de retirarse en posesión de una voz en casi perfecto estado.

Felicidades por haber llegado hasta aquí y por saber decir adiós con semejante entereza ética y arte bien entendido. Pedro González Mira

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