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Del rito a la fiesta
Por Publicado el: 11/08/2011Categorías: En la prensa

‘Chénier’ contra viento y marea

‘Chénier’ contra viento y marea
EL Mundo, 11/08/2011
Ángeles Blancas triunfa en una versión de la ópera de Umberto Giordano trastocada por la lluvia y el frío e interpretada sobre un gigantesco escenario que simulaba ser la cabeza de Marat

Parecía que el personal se preparaba para cruzar las cataratas del Niágara. Unos y otros espectadores se recubrían de impermeables y ponchos. Las soluciones más espartanas consistían en plásticos transparentes, pero había melómanos provistos de katiuskas y anoraks alpinos, más o menos como si se hubieran alistado a una gincana.

Tanto llovía sobre el lago Constanza y tanto frío hacía en Bregenz que resultaba inverosímil la función nocturna de Andrea Chénier. Más aún considerando que el festival austriaco dispone de un espacio cubierto en caso de emergencias meteorológicas.

El problema es que semejante alternativa supone el sacrificio de casi 6.000 entradas e implica replantear la ópera como una miniatura del espectáculo lacustre. Con más razón cuando el autor de la dramaturgia, Keith Warner, había concebido sobre las aguas la imagen gigantesca y agonizante de Marat, víctima del terror revanchista en el desolladero de la Revolución Francesa.

Es el contexto histórico en que Umberto Giordano repescó el drama de Andrea Chénier, obra maestra del repertorio verista y reclamo operístico del Festival de Bregenz en un veraneo invernal.

Quiere decirse que los espectadores aguantaron los monzones hasta el primer acto -escampó a partir de entonces- y que los cantantes se resignaron a interpretar la obra en condiciones extremas. No solamente por la severidad de la tormenta y de la temperatura. También porque el enfoque dramatúrgico en plan perpetuum mobile sacrificó los tradicionales intervalos.

Así es que el tenor protagonista, Cornelius Smith, tuvo que sobreexponerse al descomunal papel de Giordano como quien afronta en deshora los trabajos de Hércules. Anduvo valiente y descarado, incluso se concedió pasajes delicados a propósito del aria final, pero el esfuerzo le dejó sin voz en el trance del último sobreagudo.

Allí estaba la seguridad de Ángeles Blancas para compensar el tenoril gatillazo y para redondear una actuación interesantísima. Las dimensiones gigantescas del escenario del lago convierten a los cantantes en criaturas liliputienses en el regazo del colosal Marat, de tal forma que la soprano española no podía beneficiarse de su prestigio y solvencia como animal escénico.

Le correspondía defenderse como animal vocal. Lo hizo recurriendo al color, la pastosidad y la personalidad de su instrumento. Que resultó impecable en los pasajes de riesgo y emocionante, desgarrado, cuando sobrevino casi a media noche el aria de la Mamma morta.

Fue el momento más emocionante y sobrecogedor de Andrea Chénier, sin menoscabo de la nobleza de Lester Lynch en el papel de Gerard ni del oficio y el efectismo con que Ulf Schrimer manejó en el foso las huestes de la impoluta Sinfónica de Viena.

No puede hablarse con tanto entusiasmo de la versión escénica de Keith Werner. El sensacionalismo y las ideas embarazosas desdibujaron una producción efectista que naufragó no en el lago, sino en el tópico. Ruben Amón

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