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Por Publicado el: 27/11/2016Categorías: En vivo

Christoph, El Grande

CHRISTOPH, EL GRANDE

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La Filarmónica Sociedad de Conciertos

RAVEL; Concierto para piano en Sol mayor. MAHLER: Sinfonía nº 5. SWR Symphonieorchester. Christoph Eschenbach (director), Tzimon Barto (piano). Auditorio Nacional, Madrid, 16 de noviembre 2016

Cinco temporadas seguidas llenando el Auditorio con su ciclo de conciertos no es baladí. Por eso hay que felicitar a la Sociedad Filarmónica que, con los años, va consolidando una programación sólida y un encomiable buen hacer. Christoph Eschenbach (Breslavia, 1940) nació en la Polonia ocupada durante la 2ª guerra mundial. Vivió una infancia traumática, viendo morir a sus padres y sólo a través de la música pudo aprender a hablar. Ha vivido en primera persona la caída y resurrección de Alemania, los conflictos de fronteras, y en varias ciudades centroeuropeas, así como en Estados Unidos, aprendió la técnica de los grandes maestros como Herbert Von Karajan o George Szell. Quizá por eso las obras del primer cuarto del siglo XX le vienen como anillo al dedo: él ha crecido con ellas, escuchándolas, analizándolas.

Dirigía en el Auditorio a la SWR Symphonie Orchester, un conjunto de músicos hiper-virtuosos, resultado de la fusión de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart con la Sinfónica de Baden-Baden y Friburgo. Nada más aparecer en el escenario, imponente en su calvicie y su chaqueta negra de cuello Mao, abordó el “Concierto en Sol” de Ravel, una página que se ha interpretado con gran frecuencia entre nosotros en los últimos tiempos, con una frescura de agradecer. Cada matiz de la obra evoca instantes en que la música parece ir a perder la forma, pero es sólo fachada, porque el control arquitectónico de Ravel es inexorable. Y en las manos de Eschenbach, la superposición de melodías, los rasgos de las dinámicas, y tanto las armonías como las disonancias, aparecían claras y llegaban al público como una bocanada de aire fresco. La compenetración con el piano fue absoluta y el solista americano Tzimon Barto (Florida, 1963), descubierto por Eschenbach en los años 80, hizo un papel seguro y sin amaneramientos, brillando con un pianismo de altura.

Ya desde el comienzo, la Quinta de Mahler sonó espectacular. Conviene recordar el impresionante ciclo Mahler, entre 2010 y 2011, desarrollado por Eschenbach con la Orquesta de París, del que hay importantísima edición audiovisual. En sus manos, la orquesta crecía y se hacía tan inmensa como la música que estaba interpretando. Los músicos, muy jóvenes, no perdían el gesto magnético del septuagenario director, que parecía el redivivo “Calvo” recién salido del anuncio de Navidad, distribuyendo alegría, tristeza, dolor, fortaleza, esperanza entre los muros de la sala. El Adagietto brilló en toda su belleza y sutileza, alargándose y languideciendo, pero sin ralentizar el ‘tempo’. El diabólico Finale fue apoteósico. Era difícil elegir una propina para una obra tan definitiva, y el maestro optó por la “Danza de los comediantes” de la ópera La novia vendida, de Smétana, una partitura que el propio Mahler conocía y dirigió, música bailarina que dejó en el público una alegre sensación de libertad. No olvidemos las excelentes notas, documentadas y sapientes, de Juan Manuel Viana. Una gran sesión. José Luis Pérez de Arteaga

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