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Por Publicado el: 17/12/2004Categorías: Crítica

Cleopatra en el Real

Cleopatra en el Real
Caballé, aún hay clases
“Cleopatra” de Massenet. M.Caballé, M.Martí, N.Baskov, D.Menéndez, J.Galán, E.Martínez-Castignani. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. M.Ortiga, director. Teatro Real. Madrid, 17 de diciembre
No estamos ante una gran ópera en cuanto a calidad pero sí es cierto que, centrada en los últimos años de la relación entre la protagonista y Marco Antonio, contiene momentos inspirados dentro de un aire bastante intimista y sencillo, muy acorde con el último periodo de Massenet, quien orquestó la partitura apenas dos meses antes de fallecer. Por ello no puede juzgarse la obra en base a sus preludios o su ballet, mucho más ampulosos. Las muertes de Marco Antonio y Cleopatra, con aires próximos a la de Werther, representan quizá el mejor momento.
Esta Cleopatra, más manipuladora que lujuriosa, es uno de los últimos papeles que Montserrat Caballé ha incorporado a su amplio repertorio de casi noventa óperas. Nace esta incorporación del afán por encontrar obras que se adapten a su actual vocalidad. Caballé es una artista que no se engaña: sabe dónde están hoy sus posibilidades, quien es, quien fue y sabe también que una cantante de su nombre no debe presentarse a un público con partituras que la superen. (Por eso ya no la escuchamos nunca aquella inigualable “Casta diva”, no ya en la ópera completa “Norma”, sino ni siquiera como aria suelta). La vocalidad del personaje, que desde su estreno en 1914 han abordado tanto contraltos como sopranos “falcon”, encaja con la actual de Montserrat Caballé. La cantó por vez primera en el italiano Festival del Mediterráneo de 2002 y en octubre en el Liceo.
El público admiró y aplaudió las armas de la “casa”, que aún brillan a los setenta y un años y que han hecho de su canto “flotante” uno de los más bellos de la historia. El lirismo de las medias voces, los filados, esas notas que vuelan, se elevan y se recogen milagrosamente compensan sobradamente algunas asperezas al forzar el volumen. Perfila detalles que no encontramos en las más grandes de hoy. Aunque tarde demasiado en llegar, sólo por escuchar su escena de la muerte merece la pena ir al Real. El papel de Marco Antonio no lo interpretó, como en el Liceo, Carlos Álvarez sino un Franck Ferrari muy en la línea rotunda de soldado romano. Montserrat Martí, cuya timbre suena con menor dulzura, aportó preparación y entrega exigibles a quien arriesga tanto al cantar junto a una madre diva, mientras que el tenor Nikolai Baskov mostró seguridad en el registro alto. Miguel Ortiga concertó con pulso y eficacia a la orquesta -espléndido el final- y a un coro que sabía que estaba ante una versión de concierto a ofrecer sólo dos días. Gonzalo ALONSO

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