Cloroscuro, como el tiempo
Quincena Musical Donostiarra
Claroscuro, como el tiempo
Obras de Ravel, Mussorgsky y Prokofiev. A.Melnikov, piano. Orquesta Filarmónica de Rotterdam. V. Gergiev, director. Auditorio Kursaal. San Sebastián, 29 y 30 agosto.
Tras la tensión de la “Elektra” que dirigió Simyon Bychkov y un concierto posterior en el que se reafirmó la impresión de precisión del día anterior pero en el que no se alcanzó la auténtica hondura musical brahmsiana del programa previsto – “Doble concierto para violín y chelo” y “Segunda sinfonía”- a pesar de la muy buena técnica de la que hicieron gala los jovencísimos hermanos Capuçon, se presentó en la Quincena Valery Gergiev con la Filarmónica de Rótterdam con dos conciertos.
La primera parte del primero resultó altamente alarmante. El Ravel –“Alborada del gracioso”, “La Valse” y “Concierto para piano y orquesta en sol mayor”- obviaban sutilezas y brumas. Las lecturas no sólo carecían de la atmósfera precisa sino que hasta resultaron insatisfactorias desde un punto de vista meramente técnico. Era como si se reuniesen unos músicos tras unas vacaciones y se pusieran a tocar sin ensayar. Posiblemente Alexander Melnikov sea capaz de interpretar mejor de lo que demostró en el concierto en sol menor, pero faltaban los ingredientes necesarios para crear música. Afortunadamente se mejoró bastante en los “Cuadros de una exposición” y al menos sí se trasladó su espíritu, aunque la sonoridad resultase abusiva por momentos. A Gergiev le mueven más pasiones, sonoridades y velocidades –al sprint la propina del preludio de “Lohengrin”- que los matices e incluso los contrastes dinámicos, dado que la gama raras veces baja del mezzoforte al pianísimo. Los profesores de la agrupación de Rótterdam, con algunos fallos notables, nos hacían retroceder respecto a la WDR de días anteriores.
Mucho mejor funcionó el segundo concierto, con una selección personal del “Romeo y Julieta” de Prokofiev. Cierto es que a la cuerda de Rótterdam le falta dulzura y se nota en los pasajes más líricos del ballet o que los metales pecan un punto de estridentes, pero la orquesta recuperó tono y seguridad y Gergiev mantuvo el control en todo momento, alcanzó la tensión deseada en los números dramáticos del acto II e incluso buscó refinamiento y poesía en las escenas finales de Julieta. El arte no puede ser de otra forma: afortunadamente existen los claroscuros. ¡Qué aburrimiento si no! Gonzalo Alonso
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