CNDM: Ute Lemper, la conferenciante
UTE LEMPER, LA CONFERENCIANTE
Centro Nacional de Difusión Musical (Ciclo Fronteras)
“Canciones para la eternidad”. Ute Lemper (canto y disertación), Vana Gierif (piano), Daniel Hoffman (violín, guitarra), Victor Villena (bandoneón), Romain Lecuyer (contrabajo). Auditorio Nacional, Madrid, 11 de noviembre de 2016.
Por lo general, el público asiste a un concierto para escuchar música. El que va al Teatro Real suele ir a disfrutar de la ópera. El que va al teatro quiere ver una obra, dramática o cómica. El espectáculo puede gustar o repeler, pero la mayor parte de las veces entretiene y cumple las expectativas. La audiencia que llenó la Sala de Cámara para escuchar a la cantante alemana Ute Lemper (Münster, 1963) albergaba sus esperanzas de oír ese repertorio de “Kabarett”, ópera o musical de entreguerras que la artista ha paseado apoteósicamente por medio planeta. El programa, sin embargo, de infrecuente interés, buceaba por las canciones de los guetos y campos de concentración entre 1941 y 1944.
Lemper, lo sabemos, posee una voz preciosa y bien modelada, y últimamente se hace acompañar de cuatro músicos bastante buenos (Gierif al piano, Hoffman en el violín y la guitarra española, Villena al bandoneón y Lecuyer en el contrabajo), todos ellos amplificados, al igual que la propia solista. Sensual y serpenteante, enfundada en negro y transparencias, Lemper atravesó el escenario lleno de altavoces y dio una detallada explicación de lo que iba a cantar. “Silencio”, susurraba. “No digas al enemigo que hay esperanza. Este es un programa necesario, que mira a los seis millones de judíos que murieron en los campos de concentración de 1933 a 1944”. Sonaros los acordes de Mackie el Navaja de Kurt Weill en un arreglo delicado y funcional. Aplausos. Y más palabras. “Normalmente canto canciones de los que huyeron, pero también es justo mencionar lo que se escuchaba en el otro lado”. Continúa con Lilli Marleen. Más aplausos y más palabras. Empezó la September Song, también de Weill, que el pianista había arreglado con las notas de la primera de las “Gymnopedies” de Satie. Aplausos y voz. Aplausos y voz. Los discursos de cinco minutos, emocionantes y declamados como si la artista pisara la escena del Teatro del Globo, en Londres, llenaban la sala. En el repertorio, páginas de Ullmann, Wolkowiski, Spector, Glezer, Rabinovich, alguna extraordinarias, canciones de cuna, canciones escritas en los guetos, canciones judías tradicionales, canciones compuestas en Theresianstadt y en Buchenwald, o en Dachau y en Auschwitz. Canciones que no superaban los tres o cuatro minutos, y que concluían con más palabras y más explicaciones.
La evocación, sí, era inquietante, y aún más cuando que aún existen quienes niegan el Holocausto, o dicen que no hay racismo, xenofobia o antisemitismo. Lemper recordaba los horrores de Hitler y de la guerra, avanzando por la escena, recreando el sufrimiento de los niños y sus madres, el horror de las fugas, el alivio del escape. Habló -sobre todo eso: habló- de un espanto que la humanidad hace bien en evocar para que no olvidarlo. Pero, para ello, es preciso entender lo que se dice. Y todas las palabras de Ute Lemper, excepto las canciones, en alemán, fueron expresadas en inglés. Sin sobretítulos, sin intérprete, sin textos traducidos en el programa. Algunos lo entendieron. La mayoría, me temo que no. José Luis Perez de Arteaga
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