Comentarios en la prensa: L’Orfeo en el Teatro Real
L’ORFEO (C. MONTEVERDI)
Aplauso unánime para el Teatro Real en el tercer título de la temporada, el segundo que se representa en su escenario, ya que esta se abrió en septiembre en colaboración con los Teatros del Canal. Entonces, fue la Sala Roja la que albergó la primera versión del mito que atraviesa la presente programación del coliseo madrileño, con 5 funciones de Orphée de Philip Glass. Si el primer encuentro con Orfeo quedaba tamizado por la película de Jean Cocteau, en el segundo, el público encuentra en el montaje de Sasha Waltz la conjunción impecable de danza y lírica.
La imbricación entre ambas disciplinas integra al propio reparto, encabezado por Georg Nigl y Julie Roset, en las coreografías que recrean y ensalzan la acción dramática, con los miembros del Vocalconsort Berlin requeridos como bailarines de “bastante destreza”, apunta Jorge Fernández Guerra en El País. El maestro Leonardo García Alarcón desarrolla una lectura minuciosa, “personal y exacto en el gesto, activo en el dibujo de muy diversos afectos”, subraya Alberto González Lapuente en ABC, ante una Freiburger Barockorchester precisa, experta y fluida con cuanto acontece en escena.
Ovación a todo el equipo por una producción inteligente, comprometida y revitalizante.
Reparto: Julie Roset, Georg Nigl, Charlotte Hellekant, Alex Rosen, Luciana Mancini, Konstantin Wolff, Julián Millán, Cécile Kempenaers. Leandro Marziotte, Hans Wijers, Florian Feth. Dirección de escena: Sasha Waltz. Escenografía: Alexander Schwarz. Vestuario: Beate Borrmann. Iluminación: Martin Hauk. Vocalconsort Berlin. Freiburger Barockorchester. Dirección musical: Leonardo García Alarcón. Producción de Sasha Waltz & Guests en colaboración con la Dutch National Opera Amsterdam, el Grand Théatre du Luxembourg, el Bergen International Festival y la Opéra de Lille. Teatro Real. Madrid, 20 de noviembre de 2022.
EL PAÍS 21/11/22
Un ‘Orfeo’ radiante eleva la temperatura artística en el Teatro Real
El logro artístico que propone Sasha Waltz sale vencedor en su arriesgada apuesta, sin olvidar la calidad máxima del cuerpo de artistas de primer orden
Orfeo es tema central en la presente temporada operística del Teatro Real. Tres son los títulos acogidos al mito fundacional del género. El primero, de Philip Glass, abrió el fuego el mes de septiembre, cerrará el ciclo el clásico Orfeo ed Euridice, de Gluck, en el mes de junio. La tarde del domingo le ha tocado el turno al Orfeo por antonomasia, el de Monteverdi, y lo ha hecho con un éxito claro y contundente. […]
Waltz consigue fundir, de manera sombrosa casi siempre, el baile, el canto y, con cuenta a gotas, hasta a los músicos de atril. Que la docena de cantantes del maravilloso Vocalconsort Berlín bailen con bastante destreza, además de la totalidad del reparto de cantantes con papeles definidos es ya una hazaña, pero Waltz va más allá, crea un aglomerado de sensaciones y emociones surgidas de esa fusión. Es algo mágico que apenas se puede explicar. Incluso, mover a los músicos de atril, aunque con mucha mayor prudencia, ayuda a dejar pasar aire fresco a un montaje que parece combinar las necesidades de un espacio físico de gran formato con la atmósfera de un teatro de salón, como lo fue en su legendario estreno en Mantua. Incluso hasta el director musical, el suizo-español Leonardo García Alarcón se echa unos bailes al final de la obra.
Pero si el logro artístico que propone Sasha Waltz sale vencedor en su arriesgada apuesta, no hay que olvidar la calidad máxima del cuerpo de artistas de primer orden que intervienen en esta pura magia, con la compañía de Waltz en primer lugar. Ya hemos citado al director Leonardo García Alarcón, soberano en la dirección, imaginativo en la disposición de esa doble orquesta, a veces triple, y contagioso en la alegría que desprende el conjunto. Y estos no son otros que Freiburger Barockorchester, una agrupación que domina la práctica del repertorio histórico sin fisuras […].
La joven soprano francesa Julie Roset es una Euridice a considerar para los próximos lustros, tanto en lo musical como lo vocal, a lo que se añade su versatilidad para bailar junto a los virtuosos de la compañía de Sasha Waltz. Pero es el barítono austriaco Georg Nigl (Orfeo) el que marca la diferencia. Su voz, pese a ser barítono, se mueve con comodidad en un registro cuyos agudos pertenecen a los de un tenor, aunque un tenor de música antigua, con una modulación delicada en los lamentos y poderosa en los momentos de afirmación o enfado. Los insistentes aplausos al final, aunque han sido muy corales, se alzaron por encima de la media cuando le tocó al turno a este cantante magnético que ha hecho un Orfeo de muchos quilates. Jorge Fernández Guerra
ABC 21/11/22
‘L’Orfeo’ como esencia de la ópera
La capacidad de síntesis alcanza cotas extraordinarias, con un compromiso musical indiscutible y una visión escénica portentosa
Eliminar del escenario del Teatro Real la polvorienta pomposidad con la que se ha escenificado ‘Aida’ e instalarse en la exquisita pureza de la producción de ‘L’Orfeo’, que Sasha Waltz & Guets trae hasta Madrid, es un estimulante ejercicio que insufla confianza sobre un género y sobre su enorme capacidad de persuasión cuando se orienta con sensatez. […]
Desde una perspectiva general se habla de ‘ópera coreográfica’ pero, en realidad, la denominación apenas revela la sustancia de un espectáculo en el que la capacidad de síntesis alcanza cotas extraordinarias, con un compromiso musical indiscutible y una visión escénica portentosa.
La propia Waltz reconoce que la presencia del barítono Georg Nigl es un punto de partida indisociable y, a la postre, uno de los referentes de la producción desde su mismo origen, lo que corrobora el poder emocional de un intérprete que se maneja con igual soltura en el repertorio contemporáneo y en el antiguo, demostrando siempre una capacidad de simbiosis realmente prodigiosa. […] Nigl marca un vértice de ‘L’Orfeo’ como epítome de un minucioso fluir musical, según lo disecciona en Madrid el director Leonardo García Alarcón: tan personal y tan exacto en el gesto, tan activo en el dibujo de muy diversos afectos. La Freiburger Barockorchester es un elemento insustituible […]
La ópera barroca ha sido desde las recuperaciones escénicas hechas en las primeras décadas del XX un laboratorio hospitalario a la experimentación, fundamentalmente porque sus sentimientos son unívocos, sus acciones irrevocables y sus referencias mitológicas carecen de la ambigua grisura que da sentido al comportamiento humano […] En ese terreno crece la producción de Sasha Waltz, instalada sobre una plataforma de madera que desciende al comenzar dejando abierta una gran ventana cuyo fondo implica imágenes como sugerencia del lugar.
Waltz dice que «el espacio tiene la palabra» pero lo que verdaderamente interesa es su formalización en una coreografía que se mueve sin distinción entre la mera recreación como actor de la obra y la estricta sugerencia como elemento acompañante. El sentido de totalidad que tiene la producción se manifiesta aquí de una forma evidente, pues al gesto se incorporan el Vocalconsort Berlin los propios cantantes, según un reparto de papeles no siempre ideal -el talón de Aquiles de la propuesta- a excepción hecha de alguna aportación como la de Julie Roset, y en el final los músicos […]. Alberto González Lapuente
Un Orfeo para el deleite
Habitualmente los teatros ofrecen una temporada de ballet con compañías invitadas y muchos de ellos tienen la suya propia, la que suele actuar en óperas con escenas de ballet. Es mucho más infrecuente ver una ópera en la que el ballet se proclama igual de importante que la trama y su música. De ahí que uno pueda acercarse al Teatro Real con curiosidad no exenta de un cierto escepticismo, máxime cuando todo parece indicar que se trata de un espectáculo de relleno por cuanto tiene algunos años a sus espaldas y se ha visto en varios teatros, de hecho también en Berlín, aunque no se escriba en el programa del Real. Pues, de entrada, hay que decir al lector que olvide su escepticismo si lo tiene, ya que el espectáculo es bellísimo, su calidad está fuera de dudas, se sigue en sumo silencio con interés y el público muestra al final su entusiasmo de forma inequívoca.
“L’Orfeo” no es la primera ópera en la historia, pero sí aquella que más se aproxima a nuestro concepto actual del género y, desde luego, la más célebre de aquellas iniciales, como las de Peri y Caccini. Fue estrenada en el Palacio Ducal de Mantua en el año 1.607, en el cumpleaños del duque Francesco IV Gonzaga. El Real, en 2008, convirtió al personaje en protagonista de su temporada, al ofrecer el título de Monteverdi junto a los de Gluck y Krenek y nada manos que con William Christie en la dirección. Ahora llega de la mano de la directora de escena y corógrafa Sasha Waltz, tras pasar por la Dutch National Opera Amsterdam, el Grand Théatre du Luxembourg, el Bergen International Festival, la Opéra de Lille y la Staatsoper berlinesa. El espectáculo ha sido muy retocado, fundamentalmente en su vestuario, pero se mantienen sus esencias.
La orquesta está presente en el escenario, dividida entre ambos lados y, en algunos momentos, cantantes e instrumentistas se sitúan en el pasillo del patio de butacas. El mito clásico de Orfeo, viajando al inframundo para recuperar a Eurídice, se transforma en una aventura multidisciplinaria. Unos sobrios paneles móviles de madera sirven para evocar tanto un templo griego como la frontera con el más allá y el resto son ramos de flores y proyecciones traseras. Más que suficiente. Desde la aparición de la primera bailarina uno es consciente de que va a ser imposible separar cantantes de bailarines, pues todos, coro incluido, interactúan. Unión absoluta de canto, escenario y danza. Quizá haya en sus primeros minutos una cierta melopea de danza alegre que, con tanto movimiento, llega a afectar al canto. Así el “Vi ricorda, o boschi ombrosi” del protagonista está muy poco matizado. Las cosas cambian en cuanto aparece el drama y entonces el ballet se contiene. Se entrelazan los brazos, se doblan las extremidades, abundan sombras y siluetas y se une el mito antiguo a los más modernos conceptos de la danza, creándose figuras muy bellas. Serían muchas las escenas destacables, pero baste citar la de Creonte, con las proyecciones en el fondo e incluso el sugerente ruido del agua.
A los hallazgos escénicos se une la impecable labor, matizada, de diáfana claridad, llena de vida y sensibilidad del Vocal Consort de Berlín y de la Freiburger Barockorchester, por cierto tan descalzos como los artistas, con un inspirado Leonardo García Alarcón a su frente, que dirigirá el año próximo “L’Incoronazione di Poppea” en el Palau de les Arts. Georg Nigl se luce como Orfeo, tanto escénica como vocalmente, en una cuerda que no es de barítono ni de tenor, con gran expresividad en su gran escena al final del primer acto “Possente Spirto”. Julie Roset encarna tanto a Euridice como a la Música combinando adecuadamente exigencias vocales como de movimientos y otro tanto puede apuntarse de Alex Rosen como Caronte. Quizá sea Charlotte Hellekant, como la Mensajera y a pesar de su vibrato, la cantante más destacada de la velada, sin apenas moverse y con una muy emotiva interpretación del momento en que cuenta la muerte de Euridice.
Sinceramente, aprovechen la ocasión de ver un espectáculo redondo en el Teatro Real. Dos horas y media de puro embeleso. Gonzalo Alonso
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