Comentarios en la prensa: Ocaso de los dioses en el Teatro Real
EL OCASO DE LOS DIOSES (R. WAGNER)
Opiniones divididas en torno al estreno de El ocaso de los dioses de Wagner en el Teatro Real. El final de la Tetralogía del Anillo, con Pablo Heras-Casado y Robert Carsen en la dirección musical y escénica respectivamente, no ha convencido a la crítica especializada, cuyos comentarios puede leer a continuación.
Precisamente, son estos dos aspectos los más dispares. Respecto al montaje, ciertas decisiones de Carsen son alabadas como “gestos singularmente expresivos” (Alberto González Lapuente) y criticados como de un “esquematismo quizás excesivo” (Luis Gago), que, en general, resta más que suma.
Sin embargo, es la lectura musical de Heras-Casado la más controvertida – empezando por la contundente opinión de Luis Gago, que subraya una falta de brillo desde el foso que afecta, irremediablemente, a lo que sucede en escena: “las carencias de la parte musical son muchísimo más graves y profundas, lo que acentúa la magnitud de sus consecuencias”. Hay que destacar algunos puntos: en primer lugar, se trata del primer Anillo para el director granadino, que se había enfrentado a una ópera wagneriana por primera vez dos años antes de dirigir El Oro del Rin (2019). Fue en este mismo teatro con El holandés errante en la temporada 16/17; en segundo, apenas unas semanas más tarde del estreno de La Valquiria se decretaba la pandemia, que puso en jaque la tercera parte de la Tetralogía. Con la orquesta dividida entre el foso y los palcos para cumplir con el protocolo de seguridad, la situación ha requerido que se mantenga esta disposición, que al igual que en Siegfried, no resulta del todo efectiva; y por último, como apunta González Lapuente, la calidad de la representación fue aumentando paulatinamente, acto a acto, augurando “días mejores” para las próximas funciones. Visto en perspectiva, las opiniones oscilan entre una lectura con faltas y desajustes (Luis Gago), resentida pero eficaz (González Lapuente) y generalmente plausible, limada y detallista (Arturo Reverter).
En el reparto, la crítica coincide en algunas valoraciones, como la destacada actuación de Andreas Schager, Michaela Schuster y Amanda Majeski, y la pérdida de facultades de Stephen Milling y Ricarda Merbeth.
El Teatro Real concluye con estas funciones la segunda puesta en escena del Anillo en su historia.
Wagner: “El ocaso de los dioses”. Andreas Schager, Ricarda Merbeth, Lauri Vasar, Martin Winkler, Stephen Milling, Amanda Majeski, Michaela Schuster, Anna Lapkovskaja, Kai Rüütel, Elisabeth Bailey, María Miró, Marina Pinchuk. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director musical: Pablo Heras-Casado. Director de escena: Robert Carsen. Madrid, Teatro Real, 26 de enero de 2022.
EL PAÍS 28/01/2022
Al igual que en entregas anteriores, lo mejor de ‘Ocaso de los dioses’ en el Teatro Real es la prestación de algunos cantantes y lo más desacertado, con mucho, la dirección musical
No hay más remedio que volver a rebobinar: por última vez. Hace ahora un año dejamos en el Teatro Real a Siegfried y Brünnhilde unidos en un extático dúo de amor después de que él, un héroe que no conoce el miedo, hubiera atravesado el muro de fuego que la protegía y rodeaba en lo alto de una roca. En el Prólogo de Ocaso de los dioses (mucho mejor sin artículo, como quiso explícitamente Wagner), los reencontramos en el mismo lugar, casi como un “Decíamos ayer”. Antes, sin embargo, porque así se lo pidió su infalible intuición dramática, el compositor alemán nos presenta a las tres nornas, hijas de Erda, tejiendo la cuerda dorada del conocimiento del mundo y leyendo en ella su pasado y su futuro, incluidas varias menciones al ya definitivamente ausente Wotan. Es la suya, por encima de todo, una reflexión sobre el tiempo y la única escena de El anillo del nibelungo que comprende toda la historia del ciclo, desde antes del robo del oro hasta la destrucción del Valhalla. Como compendio de lo que aquí se dilucida, únicamente se le acerca el gran monólogo de Wotan del segundo acto de Die Walküre, aunque no puede compararse la detallada profecía del “fin de los dioses eternos” que canta la Tercera Norna con la vaga premonición del dios de dioses.
En este Prólogo reencontramos, casi como vestigios del pasado, la bicicleta en que se trasladaba el inquieto, cambiante y escurridizo Loge en El oro del Rin, del mismo modo que la escalera por la que descendieron Wotan y el dios del fuego hasta el Nibelheim en la víspera de la primera jornada es la misma por la que bajan ahora Gunther y sus soldados. El fuego que consume el Valhalla es también idéntico al que vimos al final de Die Walküre y Siegfried, solo que aquí se apaga bajo un sorprendente deus ex machina ideado por Robert Carsen, hay que pensar que mucho más optimista y esperanzado que el Re bemol mayor conclusivo de Wagner: una lluvia regeneradora que permite sobrevivir a Brünnhilde y entendible casi como un anticipo simbólico de ese otro modelo de redención que pondría fin a Parsifal pocos años después.
El esquematismo de Carsen alcanza un nivel quizás excesivo al final del tercer acto, cuando buena parte de la marcha fúnebre de Siegfried y la inmolación final de Brünnhilde, cantada en solitario por la valquiria en el proscenio, suenan con el telón bajado. Pero las carencias de la parte musical son muchísimo más graves y profundas, lo que acentúa la magnitud de sus consecuencias. Pablo Heras-Casado se ha enfrentado a su primer Anillo y, concluida la gesta, no puede decirse que haya mostrado en ningún momento una gran afinidad con el lenguaje wagneriano. Las fallas han resultado especialmente lacerantes en esta tercera jornada: la más larga, la más difícil de dirigir, la más compleja.
Ya desde la escena de las nornas se perciben sus principales deficiencias: la falta de densidad del sonido, los ataques casi siempre romos en vez de incisivos, secos, hirientes casi, muy necesarios en una música tan lóbrega y violenta, la pobre planificación y contraste entre dinámicas, la ausencia de tensiones prolongadas, efecto probablemente de una dirección en exceso cortoplacista, más atenta al pequeño trazo que al diseño largo, a concertar o marcar entradas que a dirigir y conducir. En Wagner, la orquesta no es ni debe ser jamás mero acompañamiento de las voces: es un ente con vida propia, que narra, explica e indaga tanto o más que los cantantes, además de prodigar incansablemente referencias al pasado. Son demasiados los momentos en que cantantes y orquesta parecen avanzar en paralelo: suenan juntos, pero no unidos; cercanos, pero no contiguos, piel con piel.
Andreas Schager, algo menos implicado y dominador que en Siegfried, ofrece una actuación de menos a más, que se acerca al ideal en el tercer acto. Dos papeles menores son servidos admirablemente: la Gutrune de Amanda Majeski, siempre en su sitio, vocal y escénicamente, y la Waltraute de Michaela Schuster, de poderosa presencia escénica y sólidos fundamentos wagnerianos. Es también magnífico el efímero Alberich de Martin Winkler, pero defraudan Stephen Milling y Ricarda Merbeth como Hagen y Brünnhilde, ambos ya sin la plenitud de medios que requieren dos papeles plagados de exigencias. Llegados al final, es de justicia dejar constancia de que, aun en medio de las máximas dificultades, sobre todo en las dos últimas entregas, con casi todo en su contra, el Real ha logrado culminar su Anillo, lo que constituye siempre una proeza para cualquier teatro. Luis Gago
ABC 27/01/2022
Fue a mejor el segundo acto y todavía el tercero hasta lograr un final importante, lo que sugiere que habrá días mejores
La [versión de ‘El anillo del Nibelungo] de Robert Carsen y Patrick Kinmonth, tal y como se ha presentado en el Teatro Real, concluyendo ahora con ‘El ocaso de los dioses‘, se orienta hacia el deterioro de la naturaleza como mecanismo de un mundo empujado a la destrucción. […] Se muestran con una notable brillantez escénica momentos culminantes […]
A Pablo Heras-Casado se le escuchó flotar por la superficie ante la partitura del prólogo mientras proponía una versión brillante y eficaz del título, mantuvo la contención en ‘La valquiria‘ con una lectura meticulosa; y rearmó la orquesta en ‘Sigfrido’. Vuelve a esa misma disposición en el ‘Ocaso’ […] y es muy dudoso que el remedio funcione de manera efectiva. Se resintió con ello la sonoridad general como parte significante de la obra […]
Costó arrancar y templar, sobre todo las voces. Andreas Schager (Siegfried) destacó al mantener un nivel homogéneo y entregado, mientras Ricarda Merbeth (Brünnhilde) esperó hasta la inmolación para demostrar que su voz no está tan destartalada como parecía. Estupendas las tres nornas (Anna Lapkovskaja, Kai Rüütel y Amanda Majeski) y se presentó reservado el resto, desde el inestable Lauri Vasar (Gunther), al escaso y ligero Stephen Milling (Hagen) pasando por las aceptables interpretaciones de Amanda Majeski (Gutrune) o Michaela Schuster (Waltraute). Alberto González Lapuente
LA RAZÓN 27/01/2022
«El ocaso de los dioses»: Extinción de un mundo en descomposición
Culmina en el Real la producción de la «Tetralogía» wagneriana firmada por Robert Carsen que se ha venido desarrollando en los últimos cuatro años
Culmina en el Real la producción de la “Tetralogía” wagneriana firmada por Robert Carsen que se ha venido desarrollando en los últimos cuatro años y que ha puesto de nuevo de manifiesto la concepción que de la obra tenía, cuatro lustros atrás en su proyecto para la Ópera de Colonia, el regista canadiense, que describe a lo largo de la parábola la decadencia de un mundo, las lacras de una sociedad en descomposición, lo menesteroso de sus pobladores, lo ominoso de los comportamientos. Una visión de un prosaísmo exasperado, ajena por tanto a la dimensión mítica y sirviendo un simbolismo a veces a ras de tierra.
Esa tierra que sirve en más de una ocasión como escenario de acontecimientos y que está presente en varios momentos de la historia. Una tierra desnuda y yerma, testigo de batallas y de escarnios, el lugar en el que nace de nuevo al mundo Brünnhilde al final de la jornada precedente, “Siegfried”, y en el que a la postre se cierra la historia, que en este caso aparece desprovista de apoyatura escénica determinante del fin de una era: Brünnhilde queda sola en el inmenso y desnudo escenario. Una solución que elimina problemas de atrezzo pero que abre las puertas de la imaginación.
En “El ocaso de los dioses” circulamos musicalmente entre el microcosmos obsesivo y el macrocosmos ebrio de infinito, entre la célula y la totalidad. Ahí se abre un espacio jalonado, familiar y libre. Y es en este universo donde todo es música, en donde nada es accesorio, en donde todo arde constantemente y completamente sin cenizas ni escoria, que se descubre –se libera- el poder emocional de Wagner, en el que se engendra y se agiganta en el grado más alto la relación de la música y del drama, una e indisociable.
Sobre estos presupuestos estéticos y puramente musicales se movió con cierta comodidad la dirección de Pablo Heras-Casado, que ha ido limando asperezas, soldando y ligando motivos, ampliando su visión, concentrando y profundizando en un trabajo puntilloso y puntillista, fraseando con propiedad y sentido, manejando sutiles dinámicas y logrando momentos de excelente planificación, como en el interludio orquestal que cierra el primer acto. Muy buen trabajo, aquilatado y detallista, en el soporte al gran dúo entre Brünnhilde y Waltraute. Estupendamente expuesta, medida y pautada la “Marcha fúnebre” tras la muerte de Siegfried. Labor general plausible de un director que ha ido profundizando en la saga paso a paso. Lástima del colofón orquestal: ese gran remate estuvo falto de grandeza, de amplitud, de dimensión, de lirismo trascendente, de brillo en la exposición del gran tema del amor de Sieglinde. En todo caso, más que notable prestación de la Sinfónica de Madrid y empaste general logrado, con trompetas, trombones y arpas situados en palcos aledaños.
En lo vocal hubo de todo. La palma se la llevó sin duda la intervención como Waltraute de Michaela Schuster, una mezzo bien coloreada, de canónica emisión, que se comió con patatas a la Brünnhilde de Ricarda Merbeth, como siempre chillona, falta de carne, ausente en los graves y con un vibrato en exceso acusado. Ya sabíamos que el papel, al no ser tampoco una “Hochdramatischer”, le quedaba grande, lo que se ha hecho aún más ostensible en esta ocasión. Schager defiende un Siegfried de buenas hechuras, más que decoroso en su muerte. Exhibe un metal de buena proyección, es arrostrado y valiente, aunque el timbre sea poco atractivo.
Opaco como Hagen el gigantón Milling, bajo cantante cumplidor, descolorido en exceso el Gunther de Vasar, barítono lírico de escasa dimensión, atinada la Gutrune de la soprano lírica Majeski, también tercera Norna, en su sitio, comiéndole el terreno a Milling en su dúo del segundo acto, Winkler como Alberich, y sin especiales problemas, aunque no siempre del todo conjuntadas, las tres hijas del Rin. Al final, aplausos comedidos y algún tímido abucheo para Carsen. Arturo Reverter
Encuentre a continuación las críticas en la prensa a las primeras partes de la Tetralogía:
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