Comisiones
Comisiones
Desde la llegada del actual equipo al Ministerio de Cultura avanza imparablemente el fenómeno de las “comisiones” o “consejos”.
De entrada resulta sorprendente que alguien necesite nombrar una comisión para que le asesore sobre algo para lo que tiene expresamente contratado un responsable. O se fía de su responsable o no y, en este caso, se le sustituye y san se acabó. Este tipo de comisiones no son por tanto más que una forma de ocultar desconfianzas y la propia ignorancia de quien las propone. Recuerdo, hace años, que la máxima cabeza responsable de una importante institución nombró una gran figura para una dirección artística y pretendió nombrar simultáneamente un adjunto artístico a ella misma para que le asesorase directamente.
Otras se constituyen para justificar lo que de otro modo serían consideradas decisiones a dedo. Cuando se quiere nombrar a alguien para un cargo, se nombra antes a dedo una comisión de amiguetes para que ésta elija al candidato deseado. ¿Les suena algo de esto a “códigos de buenas prácticas”?
Otro motivo para procurarse una comisión sobre algo puede ser presionar al responsable de ese algo para que, incómodo, tire la toalla, dejando libre el cargo para alguien más próximo. Ya veremos si ese es o no el objetivo de un consejo recientemente anunciado en una institución catalana.
Y hay muchas otras razones, entre las que no se escapa la reunión de personalidades notables, más o menos relacionadas con el asunto, a las que presidir para así conocerlas, relacionarse con ellas y, en el futuro próximo, lograr un tráfico de favores.
Todos los tipos citados han surgido con fuerza en los últimos meses. Unas tienen más justificación que otras, que resultan simplemente impresentables y contrarias a toda transparencia y buena práctica. Les animo a clasificar unas y otras y tomar posición, así como a observar sus resultados, porque ya lo dice el refrán: “un camello no es sino un caballo pintado por un comité”.
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