Concierto de Viena de Año Nuevo 2022. ¡No dirigió Barenboim!
CONCIERTO DE AÑO NUEVO DE VIENA 2022
¡No dirigió Barenboim!
Daniel Barenboim no fue quien dirigió el último Concierto de Año Nuevo. Quien realmente estaba sobre el codiciado podio del Musikverein de Viena no era el genio que casi todos gozamos y aplaudimos, sino un hombre casi octogenario (Barenboim cumplió los 79 el pasado 15 de noviembre), casi anciano, atiborrado de medicamentos e infiltraciones. Nada que ver con el músico brillante, talentoso, cargado de imaginación, chispa y una memoria musical que casi ni Gómez-Martínez.
Humano, demasiado humano. El hombre pálido, pegadito a la partitura, leyéndola como un principiante, tedioso y aburrido, cansado hasta las ojeras, que se vio en directo en las televisiones de hogares de todo el mundo, estaba en las antípodas del genio que grabó hace “casi” siglos -en octubre de 1967- los conciertos de Beethoven con Klemperer, o con el maestro excelso que cantó y contó con fuego y lirismo Tristan e Isolde en Bayreuth en los años noventa.
Lo que se vio y escuchó en Viena el 1 de enero estaba lejos del músico brillante, luminoso y más listo que el hambre por todos conocido y reconocido. Fue, así y, en definitiva, un concierto de Año Nuevo tedioso, sin pena ni gloria, plano como una meseta. En el que pasar pasar, no pasó nada relevante. Sin embargo, los aficionados y la crítica -española e internacional- se han dejado llevar muy mayoritariamente por la inercia previsible del gran Barenboim, un veterano de los pegadizos valses, polcas, marchas o galopes vieneses, que en esta ocasión dirigía por tercera vez el más mediático y rentable concierto de la tierra.
Casi todos hicieron oídos sordos y ojos ciegos a lo que realmente se escuchaba y veía: se impuso la rutina del panegírico, del “maestros consumado que, con los años, esencializa y depura el gesto para dejar respirar a los músicos, y llegar a lo más profundo de la música”. Incluso se ha llegado a comparar a este Barenboim dopado de antiinflamatorios y otros medicamentos hasta más agresivos, con el último Celibidache. Algún crítico ha ido más lejos y se ha atrevido a apuntar, tímidamente, que se le veía “cansado”; incluso subrayar lo inaudito de verle dirigir tan esclavo de la partitura. Pero poco más. Incluso ha habido quienes han dicho o escrito (o las dos cosas) que lo de la vista tan fija en el atril era sabiduría de viejo maestro, de viejo maestro ¡“que mostraba así su respeto incondicional a la partitura y a sus particulares indicaciones”…! Vamos, ¡un Richter del siglo XXI!
Sin embargo, las evidencias eran manifiestas: el sábado Barenboim no fue Barenboim. Incluso acaso no estuviera en él mismo. Bastaba verle con la mirada clavada en pentagramas de pequeñas piezas que siempre ha dirigido de memoria; sobraba ver su gestualidad monocorde, nada sugerente, tristona; y su cara de que aquello no iba con él, para percatarse de que se encontraba realmente mal, con serios problemas de espalda que, fuera del escenario, casi le impedían mantenerse en pie. Incluso en las muy bien dichas palabras que dirigió a todos, fue el formidable orador de siempre, pero faltó el mismo énfasis y convicción que en lo musical tanto se echó de menos.
Probablemente, su pundonor y profesionalidad, el impacto mediático del concierto y, acaso, también la nada despreciable repercusión en la cuenta corriente, hayan sido razones de peso y quizá decisivas a la hora de no cancelar un concierto que, además, lo dirigió la noche anterior en el mismo lugar, el denominado “Concierto de San Silvestre”. Un verdadero tour de force para un hombre de 79 que soporta una seria dolencia de espalda.
Sí canceló, y por la misma dolencia, recitales con sonatas de Beethoven. También las funciones de Samson et Dalila de Saint-Saëns que debía de haber dirigido en la Staatsoper berlinesa el pasado diciembre, coprotagonizadas por la mezzosoprano Elīna Garanča, que tomó las de Villadiego, como también el tenor. Finalmente, las representaciones fueron dirigidas por el asistente y sustituto Thomas Guggeis.
A pesar de sus dolencias, Super Dani mantiene -al menos teóricamente- intacta su siempre apretada agenda de conciertos. Por lo pronto, no ha cancelado los conciertos de Berlín de los próximos días: el jueves, viernes y sábado con la Orquesta Filarmónica (monográfico Verdi), y luego, con la Staatskapelle, en una gira con las cuatro sinfonías de Schumann, la Incompleta de Schubert y la Heroica de Beethoven que le llevará a diversas capitales europeas, incluidas, París, Hamburgo, Fráncfort y Colonia. Si la salud no lo impide, Barenboim cerrará enero el día 29, de nuevo con la Filarmónica de Viena, con un todo Mozart en el que, además de dirigir, tocará el Concierto para piano y orquesta “Jeunehomme”. Una agenda aparentemente imposible para el hombre con la espalda destrozada que todos vimos y pocos sintieron el 1 de enero. Pero el coloso Daniel Barenboim es harina de otro costal. ¿O quizá no? Justo Romero
Publicado el 4 de enero en el Diario Levante
El concierto fue tedioso y la orquesta parecía un motor diesel apunto de ahogarse, me sorprendió las críticas tan positivas al concierto, aunque entiendo que para algunos es necesario, el retrato no fue hasta imagen de lo que se sintió.
Un artículo muy interesante
Q maldad inspira este artículo,q desprecio hacia este gran director. Pues claro q los años no pasan en balde, lo cual no impidió q la orquesta sonará maravillosamente.
Que mala es la envidia….
Que Barenboim es un gran músico y un gran pianista, nadie lo duda. Que es un gran director, está más en duda. Que dio pena, no está en duda. La dio.
Totalmente de acuerdo con el articulista. A Barenboim no se le veía disfrutar, todo lo contrario. A mi también me resultaron llamativas las elogiosas críticas. Considero que Barenboim es un gran pianista, pero la crítica tiene que ser más sincera y reflejar lo que todos vimos ese día.
Tres opiniones que reflejan un resumen de las muchas recibidas. No publicaremos más. Esto no es una red social.