El VIII Concurso Internacional de Piano Cidade de Vigo: un mediano pasar a la espera de tiempos mejores
Concierto y acto inaugural del VIII Concurso Internacional de Piano Cidade de Vigo. Miyu Shindo (Variaciones Abegg, Schumann – Sonata Claro de Luna de Beethoven – Preludios nº 13 a 24 de Chopin) y Cyprien Katsaris (Improvisación sobre 4 notas dadas por el público, F. Liszt –Fantasía húngara para piano y orquesta, arreglada para piano solo por Hans von Bülow y Cyprien Katsaris), pianistas. Vigo, 22 de julio de 2024. Auditorio Martín Códax del Conservatorio Superior. Medio aforo.
Anda estos días de cabeza la ciudad olívica a causa del rechazo de su candidatura como sede del próximo mundial de fútbol, por no sé qué faltas en las características del estadio de Balaídos. Abel Caballero, que es un buen alcalde, ha agarrado el cielo con las manos, y ha exigido al organismo competente actas, criterios de selección y filiaciones políticas. Lo que no dirá el alcalde es que, simplemente, la Real Federación ha elegido con arreglo a criterios objetivos, porque a pesar de la calidad de vida, de la potencia económica, de la belleza natural del entorno y de las celebradas luces que adornan la ciudad en Navidad, Vigo no termina de alcanzar la visibilidad que sin duda merece.
Viene esto a cuento por el VIII Concurso de Piano Cidade de Vigo, cuyo acto inaugural tuvo lugar el pasado lunes en el Conservatorio. Es un concurso joven, sin límite de edad ni de repertorio, con más de doscientos cuarenta pianistas de cuarenta y seis nacionalidades diferentes inscritos, muchos con la fundada esperanza de llegar a la final, que tendrá lugar en el Teatro Afundación-García Barbón (una de las joyas arquitectónicas de la ciudad, diseñado por Antonio Palacios), compitiendo frente a un jurado con figuras del prestigio de Martha Argerich, Rafat Blechacz y Cyprien Katsaris, además de Sergio Tiempo y Pablo Galdo, este último al frente del equipo organizador como director artístico de la Asociación de Música Clásica de Galicia.
Ahora bien, ¿qué criterio es el que hace aconsejable la celebración de este concurso de piano en Vigo, cuando la ciudad de Ferrol (una ciudad de la misma Comunidad Autónoma), celebra uno muy similar desde 1984? Es bien cierto que el certamen ferrolano atraviesa desde hace un tiempo serias turbulencias: no pudo celebrarse entre 2018 y 2020, y aunque resurgió en 2021 (precisamente con dirección artística de Pablo Galdo, el actual director en Vigo, y también con Katsarys en el jurado, todo queda en casa), sufrió un nuevo parón en 2023.
Y todo ello por razones indiscutibles: faltó acuerdo en el Ayuntamiento por el coste altísimo de un acontecimiento que no tuvo la repercusión de público esperada. Pero, a pesar de todo, Ferrol ha resurgido, y celebrará el próximo mes de noviembre la XXXIV edición de su veterano concurso, prácticamente con las mismas bases que el de Vigo, si bien con premios más sustanciosos, y con el aliciente añadido de que su final consiste en la interpretación de un concierto con la Orquesta Sinfónica de Galicia.
¿Intenta Vigo, a falta de mejores iniciativas, desbancar, o tomar el testigo del concurso ferrolano? Si es así, mucho nos tememos que sin un sostén más decidido de la administración local el certamen pueda terminar en un mediano pasar, a medio plazo ahogado en la misma agua de borrajas que el estadio del Celta, o el certamen ferrolano. Apenas 150 personas compraron el lunes entradas para asistir al un tanto desangelado acto inaugural, tal vez porque el tiempo invitaba más a desplazarse hasta alguna de las playas cercanas, tal vez porque no es suficiente el acto propagandístico de instalar un piano en la calle del Príncipe para el libre disfrute ciudadano.
Tampoco el Conservatorio parece haber tirado la casa por la ventana: la improvisación en la organización del acto inaugural, tan importante para su propia proyección (entrada no muy ordenada de los asistentes; el mecánico-afinador del piano hurgando en el instrumento y Katsaris, vestido de calle, probándolo a la vista de un público instalado ya en sus butacas) no puede justificarse aduciendo su falta de responsabilidad directa en la organización, ni la falta de actividad durante las vacaciones estivales: aquello más parecía el primer ejercicio de unas oposiciones al Ayuntamiento que el acto inaugural de un concurso internacional.
Y ya, dejemos el tema, porque es hora de dedicar algunas palabras a la música. Y es que, tras los inevitables discursos oficiales, lo mejor de la velada fue el recital ofrecido por la ganadora de la última edición del certamen, la pianista japonesa Miyu Shindo. Cierto que su actitud frente al instrumento no propicia la empatía del público: es el prototipo de pianista que transmite la sensación, más que de disfrutar haciendo música, de sufrir en su papel de médium entre las notas escritas y la materialidad sonora del piano.
Pero es una falsa impresión, porque Shindo es una buena pianista: su técnica es limpia, y le permite hacer sonar el instrumento casi siempre como desea, si bien no alcanza todavía la soñada meta de hacer brotar la emoción en el auditorio, lastrada por algunos manierismos (esa extraña forma de retardar el bajo en los compases iniciales del Adagio de la Sonata Claro de luna, esa planificación discutible del diseño dinámico general en algunos Preludios chopinianos), inconsistencias técnicas (ese segundo tema con falta de relieve dinámico en el Presto agitato) y profundidad artística (esa falta de la expresividad y el carácter adecuados, en nuestra opinión, en algunos de los Preludios), pero de sonido pleno y redondo en los pasajes de carácter, sereno y fresco en los líricos, y de virtuosismo muy bien pulido. Buena artista, hay que desearle la mejor de las suertes en el futuro.
No sabe uno qué pensar, sin embargo, de la actuación de Cyprien Katsaris, miembro del jurado y artista cuya hoja de servicios merece todo nuestro respeto, pero que, ya sea por no eclipsar a Miyu Shindo, ya sea por alguna otra razón desconocida, tiñó su intervención de un incómodo aire circense.
Como Pessoa, aquel día que en un café de Lisboa arrojó al suelo el papel que envolvía una chocolatina y dedicó el resto de la tarde a meditar sobre el modo en que él había arrojado al suelo su vida, Katsaris pidió, al estilo del joven Liszt, tres notas al público, para tejer con ellas después una breve pieza, a partes iguales vals sofisticado e improvisación sobre un standard del American Songbook.
Continuó con un arreglo de la Fantasía húngara para piano y orquesta en la que dejó buena muestra de su virtuosismo (notas repetidas, trinos, arpegios rápidos, adornos, glissandos, todo sin restricciones) y ofreció como propina, ante los insistentes aplausos del público, lo que suponemos (quizá por error, pues no lo anunció) un arreglo propio sobre el Arioso de la Cantata 156 de Bach, desprovisto de su nobilísima identidad barroca. Tendremos, en fin, que dejar para mejor ocasión la oportunidad de escuchar alguna de las memorables interpretaciones del maestro franco-chipriota en un repertorio de mayor altura. Emilio Fernández Álvarez
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