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Por Publicado el: 14/11/2020Categorías: Colaboraciones

Contratos y cachondeo

Contratos y cachondeo

Acaso la justicia no sea un cachondeo, pero sí lo es la gestión de la mayoría de las administraciones musicales de España con los contratos de los artistas. El dislate llega al punto de que se ha convertido en práctica casi habitual que estos no firmen sus preceptivos contratos hasta el mismo día del concierto o el comienzo de los ensayos. El tema cobra actualidad a propósito del cirio que se ha montado en la Filarmónica de Gran Canaria con el contrato retrasado hasta lo intolerable de Elīna Garanča, quien tres días antes de su actuación con la orquesta grancanaria anunció y denunció que aún no había recibido el pertinente contrato. Es una situación que los artistas –felices de ser reclamados– asumen, toleran y silencian, a pesar de ser una flagrante irregularidad y una vulneración de la vigente legislación laboral. Solo algunos grandes nombres de la lírica internacional, como Alfredo Kraus, Hildegard Behrens, June Anderson, Olga Borodina, Leona Mitchell o ahora la propia Garanča se han atrevido a hacer frente a esta tropelía casi generalizada.

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Elīna Garanča y Karel Mark Chichon

“No sé si voy a cantar. Todavía no tengo el contrato. Es una situación extrema para mí. Por suerte, nunca he estado en una coyuntura como la que vivo ahora, en la que yo y la oficina con la que trabajo solicitamos el contrato y no recibimos ni una contestación. ¡Solo silencio!”. Son palabras indignadas de Elīna Garanča, quien dos días antes del concierto anunciado con la Filarmónica de Gran Canaria se plantó y dijo que si no recibía inmediatamente el contrato no saldría a cantar. “No soy una chica de quince años que quiere cantar por primera vez. Tengo mucha experiencia y actúo con las mejores orquestas del mundo. Bajo las nuevas circunstancias por la pandemia he cantado en Salzburgo con la Filarmónica de Viena, en la Scala de Milán y todo sigue como tiene que seguir, con sus arreglos y ajustes por las nuevas circunstancias. En todos los sitios me remitieron los contratos antes, me llamaron para ver cómo ayudar, para acordar todo… y aquí no. Parece fruto de una falta de profesionalidad o por ignorancia y arrogancia… No lo sé”.

La Garanča sí ha podido alzar su voz valiente contra el atropello y la falta de competencia profesional de tantos gestores y directores técnicos. Pero mucho otros artistas –la mayoría– no pueden permitirse “el lujo” de comportarse así, sabedores de que si denuncian estas irregularidades laborales cierran puertas y difícilmente volverán a ser llamados por el teatro, el auditorio o la sociedad de conciertos de turno. Solo los grandes nombres, con la agenda sobrada de compromisos, pueden poner y exigir condiciones sin el temor a ser boicoteados.

Olga-Borodina

Olga Borodina

Quien esto escribe recuerda bien cuando el 21 de febrero de 2007 la mezzosoprano Olga Borodina se plantó en su camerino del Palau de les Arts y, con el público ya en la sala, dijo que no salía a escena hasta que tuviera en sus manos el contrato firmado. Su entonces marido, el bajo Ildar Abdrazakov, salió a escena para entretener al respetable mientras la diva negociaba in extremis un contrato que debía haber estado en su poder desde semanas atrás. Ya en la segunda parte, una vez firmado, accedió a salir ante un público que nunca llegó a conocer las verdaderas razones del retrasazo.

Hay anécdotas curiosas que hoy, con la distancia del tiempo, resultan hasta divertidas. Alfredo Kraus, otro grande que no se andaba con tonterías, amenazó en el intermedio de un recital con no proseguir si antes no se le abonaba el cachet acordado. Era ancestral costumbre que los cachés se abonaran en el camerino durante el descanso de las actuaciones, o en el primer entreacto. Los directivos de la sociedad filarmónica promotora del recital se vieron obligados a mover Roma con Santiago, y finalmente recurrieron a la amistad del director de una sucursal bancaria, quien sobre la marcha se acercó a la misma para retirar el cuantioso importe del cachet y acercarlo al camerino. Solo después de esta aventura y un considerable retraso, el tenor canario se decidió a proseguir su actuación.

Algo parecido ocurrió con la soprano estadounidense Leona Mitchell en el recital que ofreció en Madrid, en el Auditorio Nacional de Música, en febrero de 1989, en un ciclo universitario. Recelosa de la solvencia de cheques y talones bancarios, cuando en la pausa llegó un directivo a entregarle el correspondiente talón, la Mitchell dijo que “ni hablar, que nada de cheques, ¡solo cash!”. Como en el caso de Kraus y la Borodina, el intermedio se prolongó hasta lo indecible, es decir: hasta que lograron reunir y entregarle el dinero que figuraba en el talón y en el contrato.

A propósito de cobrar en efectivo, ya sea por desconfianzas o por asuntos fiscales, hay anécdotas de todo tipo sobre la suerte que en ocasiones corre el dinero cobrado en maletines o bolsos y bolsas en su largo camino hasta la casera caja de caudales o la segura cuenta corriente del artista.  Como ocurrió a June Anderson tras sus actuaciones en el Festival de Música de Canarias. El importe del cachet viajó a casa dentro de la maleta facturada. Cuando la recogió en el aeropuerto estadounidense de destino, se encontró la maleta abierta y, por supuesto, sin rastro del cachet. Naturalmente, no pudo denunciar el robo al tratarse de una operación absolutamente irregular. “Perdí hasta el importe del traslado a Canarias del piano que quise que utilizara mi acompañante, incluido en el cachet y que pagué yo de mi propio bolsillo”, se lamentó tiempo después la gran belcantista estadounidense.

Hildegard-Behrens

Hildegard Behrens

Más divertida y menos ruinosa es la anécdota que vivió el autor de estas líneas con Hildegard Behrens en un cutre bareto del puerto de Barcelona. Fue el 8 de febrero de 1998, poco después de que la ya lengendaria soprano wagneriana protagonizara en el Palau de la Música una versión de concierto de La valquiria bajo la dirección de Pinchas Steinberg. La agente artística de la Behrens, la inolvidable Glòria Vilardell, había reservado una mesa en un restorán cercano para cenar con la diva, la arpista Luisa Domingo y quien esto escribe. Pero los autógrafos al concluir el concierto se demoraron bastante más de lo acostumbrado, y cuando llegamos al restorán estaba ya cerrado. El cuarteto fue así bajando por las Ramblas al ritmo que bajaba su nivel de exigencia culinaria. ¡Todo cerrado!

Al final, los hambrientos comensales acabaron en un tugurio del Puerto de Barcelona. Lleno de ruido, humo, obreros noctámbulos, fórmica, luces de neón y un suelo abaldosinado cubierto de serrín, servilletas de papel y colillas. Después de cuatro raciones refritas y buenas cervezas y tintorro –la Behrens solo agua–, llegó la hora de pagar. Como la cosa prometía ser baratita, todos los comensales, incluido el crítico, nos abalanzamos en gesto medidamente generoso a coger el platillo de plástico con la cuenta sumada a mano. En el pequeño forcejeo, el bolso de la Behrens, abierto para sacar el dinero de la cuenta, salió despedido y los baldosines se cubrieron con una asombrosa lluvia de billetes de mil y cinco mil pesetas. La noctámbula parroquia miraba al cuarteto como quien mira a los protagonistas de una película de Berlanga. Sobre todo, cuando tan pintorescos personajes se echaron al suelo para ponerse a cuatro patas y recolectar los billetes que poco antes la Valquiria se había ganado en mano gracias a sus conocidos “Hojotoho! Hojotoho! Heiaha! Heiaha!”.

Dado como anda el patio de movidito y cachondo, cabe suponer que, como los precavidos Kraus o la Mitchell, la no menos lista Elīna Garanča también haya tenido la precaución de, además de exigir su contrato firmado antes de cantar, cobrar sus actuaciones en Canarias en dinero contante y sonante. Justo Romero/ G.A.

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