Cordura lírica
Cordura lírica
No ha sido comentado en los medios españoles escritos a pesar de que la noticia se conoce en el extranjero desde hace semanas. El Festival de Salzburgo ha escogido nuevo director para suceder a Jürgen Flimm a partir de 2010. El polémico director de escena pasará entonces a dirigir la Staatsoper de Berlín junto a Barenboim. La terna incluía a Pierre Audi, director de la ópera de Amsterdam, y Stéphane Lissner, de “La Scala” de Milán, a todas luces menos audaces escénicamente que Flimm. Ambos fueron descartados por un nombre conservador, profesional del management lírico: Alexander Pereira. Él ha conseguido que la Ópera de Zurich funcione como un reloj suizo en excelencia artística y financiera. No sólo los más grandes cantantes, escenógrafos o directores escénicos –por cierto de todas las tendencias- y musicales trabajan habitualmente en él y no sólo su programación resulta envidiable en número y variedad de títulos, sino que económicamente es todo un éxito. Él se ocupa personalmente de los patrocinios de los que, por cierto, se lleva un suculento porcentaje como parte de sus honorarios. Salzburgo se ha percatado, tras Mortier, Ruzicka y Flimm, que no es cuestión de más experimentos escénicos sino de dar al público lo que éste quiere sobre un escenario: ante todo emociones. La presidenta del consejo gestor del festival, Wilhelmine Goldmann, lo dejó claro: “En un tiempo de dificultades económicas es un factor de estabilidad, un garante para una travesía tranquila por tiempos turbulentos”. También lo tuvo claro en septiembre pasado el consejo de administración de la New York City Opera ante la retirada de patrocinios que les suponía el proyecto Mortier. Otros no han sido tan clarividentes. Así la propia Ópera de Zurich, que ya empieza a notar una merma en las aportaciones económicas tras el nombramiento de Andreas Homoki como sucesor de Pereira.
El público está harto y se rebela protestando más enérgicamente. Y no sólo las puestas en escena, que se lo pregunten a Barenboim, sonoramente abucheado en su reciente “Aida” de la Scala, pagando los platos rotos por él y por Lissner. Ahora da otro paso importante: ni asistir ni patrocinar espectáculos irritantes. Ya era hora.
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