Crítica: Ivo Pogorelich, un pintor de atmósferas
CICLO GRANDES INTÉRPRETES DE LA FUNDACIÓN SCHERZO
IVO POGORELICH
Un pintor de atmósferas
Obras de Bach, Chopin y Ravel. Ivo Pogorelich, piano. Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, Madrid, 2 de diciembre de 2020.
El pianista es cada vez más introvertido, enigmático, pero siempre con cosas que decir. Es quizá un bicho raro, extraño, huidizo y misterioso. Apuesta por soluciones pianísticas de inesperados planteamientos y por el empleo de grandes contrastes dinámicos. En este concierto le hemos visto aún más reconcentrado, más ensimismado y más hábil para encontrar el color, la expresión, el íntimo mensaje de lo escrito. Su recreación de la “Suite Inglesa nº 3” de Bach ha sido veleidosa en los “tempi” oscura en la concepción, minuciosa en la elaboración. Curiosamente, ha pasado como de puntillas, con un dibujo fino y con un pedal omnipresente, por el imponente “Preludio” y se ha centrado sobre todo en abismarse en la monumental “Sarabanda”, a la que ha provisto de un inesperado toque dramático, concediendo al “Double” (variación) un carácter sorprendentemente atormentado.
Chopin ha sido menos luminoso, menos nítido y cantarín de lo acostumbrado. Rumorosa y lenta la “Barcarola op. 60”, en la que el artista ha esbozado una a modo de reflexión. El “Preludio op. 45” ha tenido un extraño empaque y el aire misterioso que lo caracteriza y, sin embargo, un dibujo muy fino en la “leggerissima” cadencia. El aire estaba suficientemente enrarecido para meterse, de hoz y coz, en el fantasmagórico y siniestramente poético mundo de “Gaspard de la Nuit” de Ravel, una obra maestra y de ejecución peliaguda, para lo cual las grandes manos de Pogorelich no parecen tener problemas.
Porque además, el aparentemente caprichoso instrumentista maneja el pedal con el magisterio de un consumado pintor con lo que, en unión del ataque a la nota y de la regulación de intensidades, obtiene unas gradaciones dinámicas ejemplares. Las necesarias para pintar, a veces neblinosamente, ese paisaje deformado que describe la noche y alimenta los monstruos descritos en los poemas de Aloysius Bertrand. Todo discurrió despacio, con el teclista recreándose en cada suerte y manejando el “tempo” a voluntad, descubriendo rincones ocultos en cada compás. La precisión fantástica y el miniaturesco dibujo quedaron al descubierto.
Impecables y discretos, los trinos de “Ondine” llamaron a los espíritus de esa agua que mana constante. En contra de lo que pedía Ravel, Pogorelich ralentizó a conciencia los últimos compases. Pocas veces hemos escuchado tan lejana y a la vez tan presente la campana que vertebra el curso de “Le Gibet”, alimentado desde dentro por ese ritmo de plomo que decía Cortot. “Scarbo”, el gnomo, fue un ejemplo de fantasía pictórica. El pianista supo sacar el jugo a esa diabólica pieza manejando un prodigioso pedal y marcando el dislocado ritmo, agitado, grotesco y delirante. Gran y personal interpretación, más vehemente y dramática que la que el artista grabara hace años. Todo tocado con partitura en mano. Saludos lentos y ceremoniosos y ningún bis. No hacía falta. Arturo Reverter
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