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Por Publicado el: 04/05/2022Categorías: En vivo

Crítica: La Sinfonía n.2 de Mahler por la Euskadiko Orkestra y Robert Treviño

Las lágrimas de la emoción

Fecha: 29.IV-2022. Lugar: Auditorio Kursaal. Programa: Sinfonía nº 2 en Do menor, de Gustav Mahler. Voces solistas: Sara Fox (soprano) y Justina Gringyte (mezzosoprano). Coro: Orfeón Donostiarra. Director musical: Robert Treviño.

Robert-Trevino.-Euskadiko-Orkestra.-2-Mahler

Robert Treviño. Euskadiko Orkestra. 2 Mahler

Cuando en el año 1974 el gran Leonard Bernstein grabó para el sello discográfico Deutsche Grammophon (existe DVD) esta impactante obra, digna de un genio como lo fue Gustav Mahler, llevando en su batuta a la Filarmónica de Londres y a las voces de Sheila Armstrong y Janet Baker y al Coro del Festival de Edimburgo, en una entrevista de prensa manifestó: “es tal la emoción que la obra me produce, que tengo que esforzarme en el trabajo durante determinados momentos, al resultarme casi imposible seguir dirigiendo”. Estamos ante una composición que bien puede decirse que se encuentra entre los ocho miles de la música universal, empleando un símil de alpinismo. Hay momentos en la historia en los que se añora la ausencia de medios técnicos para poder haberlos recogido para postrero gozo vital de la Humanidad, como es el caso de la voz de Julián Gayarre (a modo de ejemplo hispano), o aquel berlinés 13 de diciembre de 1895 en el que se llevó a cabo el estreno mundial de esta sinfonía, en su versión íntegra, dirigida por el propio compositor, después de seis complejos años dedicado al empeño de escribir semejante monumento.

Pido licencia a aquellos que puedan estas en disconformidad con mi personal apreciación, pero estamos ante un auténtico Auto de Fe de siglo XIX, cuando los nubarrones de guerra atenazaban a una convulsa Europa, donde al germen del antisemitismo iba arraigando en aquella sociedad que se estaba desprendiendo de todo fertilizante de humanismo y solidaridad. El presagio del confrontamiento social ya estaba buscando luz; y es entonces cuando mana, en un campo yermo de valores, la voz de un judío, de un hombre con profundas raíces creyentes en la inmortalidad espiritual del alma, clamando su disconformidad ante semejantes augurios, y clama por la resurrección del género humano.  Así, desde lo profundo de su espíritu, nace Auferstehung (Resurrección en lengua alemana).

Los dos precedentes párrafos son el desiderátum de cuanta belleza se disfrutó en el concierto que aquí se valora, hasta el punto de que durante los 83 minutos de su duración -sin tan solo un leve tosido audible- la tensión emocional se iba apoderando de la audiencia hasta el punto de que, dentro del pianísimo depurado y mágico con el que el coro inicia su intervención cantando “¡Resucitarás, sí resucitarás, polvo mío, tras breve descanso!”, en el V movimiento “Im Tempo des Scherzos”, pude darme cuenta de que tanto quien escribe como la dama que estaba a mi lado derecho teníamos sobre nuestros rostros el tránsito de una lágrima. Nuestras neuronas habían dado la orden de vivir con absoluta intensidad emotiva tanta beldad. ¡Mayor virtud no se puede pedir a la música!

Ha sido la mejor interpretación que he escuchado a la Euskadiko Orkestra (antes, Orquesta Sinfónica de Euskadi), y lo escribo sin ánimo alguno de alago tendencioso hacia nadie. Claro que para ello, para que tal prodigio se haya producido, siempre tiene que haber un mago que de algo puramente visible y normal produzca un imposible que tan solo tiene explicación, con horas y horas de trabajo, con una complicidad extrema con sus músicos y les sepa implicar en la pregunta mística que el propio Mahler se hace al escribir esta obra: “¿Hay vida después de la muerte?”. La respuesta dada por tan poderoso orgánico orquestal asentado en el escenario y por el resultado ofrecido no puede ser otra que ¡sí! La magia estuvo en la permanente concentración y concertación de las manos y de la batuta del maestro Robert Treviño, que cautivó los sentimientos de la audiencia con una versión absolutamente soberbia, dando las entradas en esa fracción previa de medio segundo que sólo hacen los grandes directores, buscando en todas la secciones el mayor grado de expresividad y ajustando los volúmenes de las ondas hertzianas a la sutileza personificada, con una modulación perfecta desde el rotundo forte al casi inaudible piano. ¡Ante este hombre la E.O. es otra! La percusión estuvo siempre poderosa, cuajada en las sutilezas que le marca la partitura, al igual que la rotundidad exigida a la sección grave del viento metal y a la dulzura expresiva de fagotes, clarinetes, flautas, piccolos, y a una gran cuerda, “el mayor contingente posible” como pedía el compositor, llena de finos terciopelos como fueron los momentos de color ámbar que hicieron los violonchelos o los refinados pizzicatos de los violines. Todo fue un encaje perfecto del más refinado diseño holandés, al estilo de los lucidos en las vestimentas del siglo XVI. Indudable acierto al colocar, para el V movimiento a las cuatro trompetas a la derecha del podio y a las dos trompas a la izquierda, dando una especial sensación de lejanía intimista, cual aleteo vibrante en el modo en que termina la obra cantada por coro, soprano y mezzosoprano ”Lo que ha latido, ¡habrá de llevarte a Dios!”

Ni en el Festival de Lucerna, en el año 2003, con el gran milanés Claudio Abbado, en una versión de esta obra siempre tomada como de referencia, he escuchado al Orfeón Donostiarra, en un grado de tan acertada perfección. ¡La repera! Claro que para ello su director (que por misterios ya habituales niega su salida a escena para saludar al respetable que está ovacionando al coro) tuvo que recurrir a los sabios y expertos viejos tercios vocales, siempre en la retaguardia, que dominan esta obra en todos sus matices. Y así fue el resultado. Un coro pletórico lleno de empuje, empaste y en todo momento obediente a las sutiles, pero firmes, indicaciones que le señalara Treviño.

La soprano inglesa Sarah Fox, de principal presencia en el Royal Opera House Covent Garden, con una voz muy bien modulada, dejó discurrir su expresividad mientras desgranaba con ternura “¡Para volver a florecer has sido sembrado!”, con un empaste brillante cantando con la mezzosoprano “¡O dolor! ¡Tú que todo lo colmas!”. La lituana Justina Gringyte es un mezzo (Mahler se inclinaba más por la voz de alto) que tiene una tesitura un tanto ligera pero muy uniforme de color en los tres registros y resultó una delicia oírla cantar en el IV movimiento “Urlicht” con luz prístina (pura, sin contaminación), a quien Mahler solicita que su canto sea como el de un niño proveniente del coro celestial, siendo una gozada escuchar esa fonación tan atractiva y por igual en un todo, a modo de un especial lied. Manuel Cabrera.

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