Crítica: 50 aniversario del Coro Nacional de España y la Escuela Superior de Canto de Madrid
Celebración a fuego lento
Obra de Beethoven. Yolanda Auyanet (soprano), Inés López (mezzosoprano), Eduardo Aladrén (tenor) y César San Martín (barítono). Coro de la Escuela Superior de Canto de Madrid. Orquesta y Coro Nacionales de España. Dirección del CNE: Miguel Ángel García Cañamero. Dirección musical: Antoni Ros Marbá. Auditorio Nacional, 3 de febrero
El Coro Nacional de España y la Escuela Superior de Canto de Madrid celebraron juntos su 50 aniversario con un doble concierto en el Auditorio Nacional. Con un pasado vinculado, y a más de medio siglo del empuje inicial de la soprano Lola Rodríguez Aragón, ambas instituciones acertaron a programar una Novena Sinfonía de Beethoven con ambos coros entrelazados, donde el entusiasmo y el aroma a día grande aportaron profundidad al evento.
En el podio, volvía a subirse al frente de la Orquesta Nacional el director catalán Antoni Ros Marbá, recibido con abundantes muestras de cariño. Tras elló, empezó una lenta Novena pensada clarísimamente desde el prisma celibidachiano (¡ese Pájaro de Fuego del 82!), con toda su carga fenomenológica susurrada por Husserl y Hartmann, su construcción paladeada del sonido y la búsqueda legendaria del pulso como unidad interpretativa. El momento inicial de la Novena, ese que el público de de 1824 del Kärntnertortheater de Viena intuyó que era una mera afinación, fue puro deletreo. No se tenía noción de frase sino una sucesión de tímbricas elaboradas que, percibidas a esa velocidad, se entendía de manera difusa. En realidad ese fragmento es en Beethoven una especie de “Hágase la luz” repleto de estética romántica, un equivalente al de los primeros compases de La Creación de Haydn o el caos en Los Elementos de Rebel. Si Rebel usa la dinonancia para transmitir el desorden (puro Barroco), Beethoven propone una especie de deconstrucción tímbrica y armónica que se arma con la textura de un castillo de naipes. Parece un milagro que la sinfonía se ponga a andar. La forma de presentarlo de Ros Marbá hizo que la partitura ganara gravedad, pero a costa del fraseo y parte de la rabia que desperdiga el compositor por el primer movimiento. Tras un Scherzo algo pesante, el tipo de lectura benefició de manera clara al Adagio, que sonó emocionante, evocador, con un magnífico empaste por parte del viento madera y una dulzura muy propia del sentido último de estos pentagramas.
La celebración comenzaba realmente en el último movimiento, primero con el enunciado del himno, que consiguió salir realmente de la nada y, segundo, por el nutrido coro resultante de mezclar al CNE y a la Escuela Superior de Canto. Intervenciones muy homogéneas, fieles a las palabras del poema de Schiller y a la concepción abovedada del canto de Ros Marbá, generando una masa sonora de extrema densidad. El cuarteto solista fue cumplidor, destacando levemente Yolanda Auyanet y César San Martín. Eduardo Aladrén tuvo algunos problemas resueltos sin mayor trascendencia para finalizar la obra en un accelerando que te reconcilia con el mundo. Fiesta completa, en definitiva, con la obra que corresponde y la alegría compartida que se necesita. Mario Muñoz Carrasco
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