Critica: A la sombra de Virgilio con el Premio Reina Sofía
Crítica: Obras de Beethoven, Quislant y Rachmaninov. Judith Jáuregui, piano. Orquesta y Coro de le RTVE. Director: Christoph König.
A LA SOMBRA DE VIRGILIO CON EL PREMIO REINA SOFIA
Hace 40 años que Joan Guinjoan recibió el primer premio Reina Sofía. Han pasado cuatro décadas y el galardón, convocado por la Fundación Ferrer-Salat, continúa otorgándose, cuando al frente de la entidad está el hijo de su creador, tan entusiasta y tan amigo de favorecer la cultura, y no solo la musical, como su padre.
Junto al gerente de la Orquesta y Coro de la RTVE hizo entrega del premio al ganador de esta última edición, el bilbaíno Javier Quislant García (1984), un músico muy dotado y competente, de amplia formación, discípulo de Beat Furrier en Graz y admirador de creadores como Scelsi. A la vista, y al oído, de la composición ganadora que acabamos de escuchar, el discípulo diríamos que ha aprendido bien la lección, aunque otorgando a lo que escribe un sello propio y personal.
Amigo de establecer conexiones con el mundo de la literatura o del cine, su música se muestra, y muy concretamente en la obra que hemos escuchado, especialmente alquitarada, colorista, sinuosa, variada y evocativa siguiendo un código de carácter atonal en donde lo sensorial, lo exquisito, lo tenue y lo vigoroso se dan la mano de manera lógica. Posee, qué duda cabe, el don del equilibrio y la facultad de exprimir una tímbrica muy rica y, podríamos decir, perfumada.
La composición, titulada “Unda Maris”, de unos 15 minutos de duración, y nos lo explica muy bien en sus claras y didácticas notas Juan Manuel del Amo, toma su título de unos versos de la “Eneida” de Virgilio, en el que “se describe el proceso de la génesis de una ola” a lo largo de cinco partes, cada una con una identidad sonora propia, pero conectadas entre sí en busca de un todo indisoluble y coherente. En un ir y venir constante y variado, con episodios de signo muy diverso, las distintas secciones desfilan ante nosotros sumergiéndonos en un mar de sensaciones.
La narración sonora es abstracta, trabajada con una sutileza especialmente grata, sin que acertemos a casar con claridad los pentagramas a una sección o a otra. Es necesario seguir el programa anunciado al tiempo que escuchamos: cómo empieza la ola, clarea al primer soplo de viento, se encrespa, más alto las olas levanta, para desde el abismo profundo llegar al eter… Son instantes, descripciones físico-poéticas que han promovido la fantasía del compositor y que redundan en un resultado sonoro preciso, levemente alambicado, contrastado, rítmicamente muelle y elástico, dotado de mil agradables y bien matizadas luces. El impacto acústico es lo importante, más allá de la imagen o el paisaje que el compositor haya tenido en su mente. Composición imaginativa que exige nuevas audiciones. La JONDE la llevará a partir de enero en gira.
El concierto comenzaba -buena idea dejar el estreno en medio- con la tan hermosa “Fantasía coral” de Beethoven, donde fue solista la sensible y espirituosa Judit Jáuregui, pianista siempre expresiva y elevada. Tras un comienzo -en la extensa perorata que abre la obra- que nos pareció algo pálido y no del todo preciso, la artista que hay en ella se fue adueñando del discurso y sentado sus reales en lucha con un piano de sonoridad mejorable, lo que no impidió la amplitud del fraseo y la alternancia adecuada con los solistas que van desgranado el tema base hasta la entrada del coro y finalmente del tutti en toda su dimensión.
König, batuta segura, firme y elocuente, diseñó con fortuna las distintas fases y acumuló todas las fuerzas para rematar en belleza la “Fantasía”. Ante los aplausos, Jáuregui, en estado de buena esperanza, concedió un breve y delicado bis: un fragmento de “Escenas infantiles” de Mompou. Buen remate a una primera parte de la sesión bien contrastada. En la segunda se situó en atriles una partitura de muy distinto signo. La escasamente interesante -pese a la opinión en contra de su autor- “Sinfonía nº 3” de Rachmaninov, obra procelosa, de temas reconocibles, de enormes frases líricas, de trabajo motívico irregular, que fue acertadamente ensamblada y conjuntada por la dispuesta batuta hasta llevarnos a un final por todo lo alto. Arturo Reverter
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