Crítica: Joaquín Achúcarro. El milagro de lo perenne
JOAQUÍN ACHÚCARRO
El milagro de lo perenne
Obras de Mozart, Beethoven y Chopin. Joaquín Achúcarro (piano). 49º Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música (UAM). 15 de octubre
No por repetido es menos inexplicable. Que Joaquín Achúcarro, acercándose a los noventa años, siga en activo con esa clarividencia para las estructuras internas de la música y esa lucidez para transmitirlas, es sencillamente un milagro. Y somos afortunados de poder presenciar milagros que no cambian el mundo pero lo embellecen. El programa, en un auditorio con muchos más huecos de los que debiera, empezaba con la Fantasía n.º 3 de en Re menor K. 397 de Mozart, ofrecida en una visión madura que no otoñal donde el pianista bilbaíno sumó peso al Andante y ternura al Adagio sin cargarlo de un dramatismo excesivo que azucarara el discurso. A medida que se difuminaba la bruma de los primeros compases y la escritura se va llenando de alteraciones, Achúcarro optó por soltar una mano derecha de tecla limpia y moderar el uso del pedal, como corresponde a esta obra.
Con idéntica mirada serena se afrontó la Sonata n.º 30 en Mi mayor, op. 109, donde los lógicos problemas de digitación que a estas alturas le puede presentar una obra exigente a Achúcarro se compensaron con la vocación lírica de algunas de sus líneas y la construcción de largas dinámicas, particularmente en el “Adagio espressivo”, tan bien cantado.
En cualquier caso, la piedra de bóveda del concierto eran los 24 preludios, op. 28 de Chopin, con una explicación micrófono en mano menos detallada de lo que nos tiene acostumbrados pero clara definiendo su andamiaje privilegiado. Achúcarro se esforzó en demostrar las delicias arquitectónicas internas de la obra, dedicando espacio a los contrastes armónicos y emocionales que cimentan la partitura. No buscó escaparates en ningún caso —el más obvio posible en el tan sobado Preludio n.º 4, que recibió una lectura conmovedora en su sencillez y ausencia de artificio— y consiguió huir del discurso meramente contrastante. Estos pentagramas hablan de la complejidad de lo que pasa cuerpo adentro, y hubo espacio para la dulzura, el abismo y la rabia. Como puntos destacados, el admirable legato del n.º 2, el sentido del color del n.º 6 o los guiños debussinianos del 23. A modo de regalo tras un concierto ya de por sí largo —dadas las circunstancias—, llegaron tres propinas, con un Nocturno en Do sostenido menor de Chopin repleto de discreto misterio marca de la casa.
Es cierto que en esta vuelta a la normalidad de los conciertos sin restricciones el oyente está deseoso de aplaudir y celebrar, pero en este caso el público en pie parecía aplaudir más esta nueva muestra de que la perfección importa poco cuando el mensaje artístico está tan meridianamente claro. Mario Muñoz Carrasco
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