Crítica: Aida eterna
Aida eterna
AIDA. Opera en cuatro actos. Libreto de Antonio Ghislanzoni basado en un texto de AugusteMariette. Reparto: Angela Meade (Aida), Yonghoon Lee (Radames), Clémentine Margaine (Amneris), Franco Vassallo (Amonasro), Kwangchul Youn (Ramfis), Mariano Buccino (Rey de Egipto). Dirección de escena: Thomas Guthrie. Escenografía: Josep Mestres Cabanes.Adaptación y restauración de los decorados: Jordi Castells. Coreografía: Angelo Smimmo. Iluminación: Albert Faura. Vestuario: Franca Squarciapino. Coro y Orquesta Titulares del Gran Teatre del Liceu. Dirección musical: Gustavo Gimeno. Lugar: Barcelona, Gran Teatre del Liceu. Entrada: 2.292 personas (lleno). Fecha: Jueves, 16 enero 2020 (se repite los días 19, 20, 22, 23, 27, 28, 30 y 31 de enero, y 1 y 2 febrero).
“La Aida de nuestros padres, de nuestros abuelos o de nuestros bisabuelos”. Así reza la propaganda del Gran Teatre del Liceu sobre la maravillosa producción que recupera la escenografía a la vieja usanza con telones hiperrealistas de Josep Mestres Cabanes. Data de 1945, pero como cualquier verdadera obra de arte es atemporal. Eterna. Esta Aida liceísta, que simboliza en todo su esplendor la gran escuela escenográfica catalana, es, 75 años después de su estreno, puro futuro, y se percibirá siempre como vanguardista obra maestra. Volumen, y perspectiva, realidad e ilusión se funden gracias a unos telones mágicos que configuran la mejor escenografía imaginable para la monumental pero también intimista gran ópera egipcia de Verdi.
En esta nueva reposición, el genial trabajo de Mestres Cabanes ha sido dramatizado por el trabajo escénico del británico Thomas Guthrie y el convencional y suntuoso vestuario de Franca Squarciapino. Guthrie ha querido dejar su huella en la producción y ha añadido, como postizos, un inicio y final a escena vacía en la que únicamente aparecen una niña – se supone que Aida- y su padre, en una propuesta-invitación a lo “Érase una vez…” ya vista y revista en mil ocasiones, desde el Ring de Nikolaus Lehnhoff de Múnich (1987) a las mil y una copias que desde entonces se han sucedido. Algo que quizá esté de más en una producción tan rotundamente enmarcada por la genialidad telonera de Mestres Cabanes. Tampoco acertó el director de escena inglés a la hora de plantear y sugestionar el movimiento escénico en orden a potenciar el formidable efecto de perspectivas que brindan los coloreados telones originales.
Completaron las excelencias de esta Aida casi redonda el calibrado reparto vocal y, sobre todo, la matizada y atenta dirección musical del ya bien consolidado Gustavo Gimeno, cuya maestría hizo maravillas desde el foso, con una templada concertación de hondo calado teatral e intenso aroma verdiano. Pocas veces se ha disfrutado una prestación tan refinada y limpia del foso del Liceu, desde el que llegaba la cristalina sonoridad transfigurada de una orquesta titular que lució calidades y registros verdaderamente desacostumbrados. Crecido, muy crecido, se escuchó igualmente el coro a lo largo de toda la función, decididamente involucrado en el grado de excelencia que marcó la gran noche verdiana.
Desde los primeros compases en pianísimo de la cuerda, se apreció el transparentecalado sinfónico que iba a definir la representación, que ni siquiera pudo truncar la voz poderosa y brillante del tenor surcoreano Yonghoon Lee, que entonó un Celeste Aida tan impresionante por su impactante robustez vocal como decepcionante por la rudeza y falta de estilo que en su simpleza recordaba el canto agreste de una figura como Franco Bonisolli. Cargado de pundonor e impulso, Lee es un diamante en bruto, que ya se escuchó –y sufrió- en el Palau de les Arts de Valencia hace trece años (Don Carlo, 2007, con Lorin Maazel). Ni que decir tiene que el Si bemol que Verdi pide pianísimo para cerrar una de sus más célebres arias de tenor fue un fortísimo trallazo que duró todo lo que Lee y su “testa di tenore” aguantaron. Por lo visto y oído, Guthrie no pudo o supo corregir la pobre expresión corporal ni su gestualidad de cartón piedra. Tampoco el maestro Gimeno logró pulir su canto destemplado y más básico que un botijo. ¡Milagros a Lourdes!, aunque bien es verdad que sí se obró el milagrillo de un cuarto acto sustancialmente mejorado tanto en su altura vocal como emocional, en el que el tenor, ¡por fin!, logró temperar y contener su impulsivo chorro de voz y casi rondar a Corelli y Bergonzi.
Bastante más estilizado fue el resto del reparto, encabezado en el rol titular por la estadounidense Angela Meade, que ya deslumbró en el Teatro Maestranza de Sevilla en 2016 con una sobresaliente y belcantista Anna Bolena junto al tenor jerezano Ismael Jordi. En el Liceu ha triunfado con su emotivo y angustiado Ritorna vincitor, y conmovido hasta la fascinación en el tercer acto con un O Patria mia enaltecido por unos filados en pianísimo a lo Caballé de una pureza y valentía vocal absolutamente sobresalientes. Poco importó que uno de ellos se le quebrara: un percance sin importancia que en absoluto enturbió tansobresaliente interpretación.
Admirable desde todos los puntos de vista la bienvenida Amneris de la temperamental mezzo francesa –de la vecina Narbona- Clémentine Margaine, artista de los pies a la cabeza que no descuidó los perfiles mutantes del poliédrico personaje, que trazó con pericia escénica y vocalidad de alta escuela. Bordó el tremendo dúo con Aida de la primera escena del segundo acto y fue pilar capital en el soberbio cuarto acto, que, junto con el tercero,quedará en los anales como uno de los momentos operísticos más acabados de la reciente historia del Liceu. Franco Vassallo dejó con su convincente Amonasro bien claras las razones por las que se ha convertido en uno de los mejores barítonos verdianos de la actualidad. El bajo wagneriano Kwangchul Youn hizo gala de versatilidad y clase vocal con un contenido Ramfis cuya solemnidad no mermó las formas y la fuerza contenida de tan antipático personaje. Más de andar por casa el discreto Rey y no más del bajo Mariano Buccino.
El Liceu estaba a rebosar, completamente cubiertas sus 2.292 butacas. Bien merece la pena la inversión: por la música, por la escena y por la interpretación dramática y musical. ¡No se pierdan por nada en el mundo esta Aida sin tiempo! ¡Quedan representaciones hasta el 2 de febrero! Justo Romero
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