CRÍTICA: ‘Aida’ (La Scala de Milán)
AIDA (G. VERDI)
Teatro alla Scala de Milán. 25 Octubre 2013.
Como final de la temporada 2012-2013 La Scala ha programado dos títulos verdianos, Aida y Don Carlo, antes de dar inicio a la nueva temporada, que se abrirá con otra ópera de Verdi. Me refiero a La Traviata. Como se ve, el bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi no ha pasado desapercibido por aquí.
La producción escénica de esta Aida se debe a Franco Zeffirelli, estrenada como apertura de la temporada en Diciembre de 2006. Entonces la producción de Zeffirelli saltó a las primeras páginas de los periódicos, no por la calidad intrínseca de su trabajo, sino por la espantada de Roberto Alagna en plena representación.
Franco Zeffirelli es siempre fiel a sí mismo y sigue representando la antítesis de las producciones conceptuales de los directores de escena modernos. Esta producción de Aida es un gran espectáculo escénico, de esos que en el Metropolitan de Nueva York levantan aplausos, cuando se alza el telón. Si hoy están de moda las producciones minimalistas, ésta es todo lo contrario. El propio Zeffirelli es el responsable de la apabullante escenografía, grande, imponente, llena de efigies, bajo-relieves y templos cargados de oro. Es una auténtica fiesta para la vista, que resulta muy adecuada para toda la parte de espectáculo que supone la primera mitad de la ópera. Si la escenografía es espectacular, el vestuario de Maurizio Millenotti no lo es menos, bien complementado por la labor de iluminación de Marco Filibeck. En esta reposición la dirección escénica la ha llevado adelante Marco Gandini.
La dirección escénica de Franco Zeffirelli se limita a narrar la historia y lo hace con suficiencia, apoyada en la espectacularidad del escenario. Aquí resultan más importantes las masas que los protagonistas individuales, que casi pasan desapercibidos durante los dos primeros actos de la ópera. La aportación personal de Zeffirelli no pasa de ofrecer una sacerdotisa, a la que él llama Akhmen, que viene a ser la encarnación del destino de los protagonistas de la ópera. El otro elemento reseñable es el de presentar la escena del Juicio de Radamés en el mismo templo de Vulcano del primer acto, de modo que la tumba final se sitúa en el subterráneo de dicho templo. Es una fiesta para la vista más que una recreación de emociones.
La dirección musical corrió a cargo de Gianandrea Noseda, el actual director musical del Teatro Regio de Turín y, sin duda, uno de los grandes directores italianos de la actualidad. La Orquesta del Teatro alla Scala es una formación excepcional, de la que uno disfruta de manera especial, cuñado la dirige un gran maestro. Eso es justamente lo que ha ocurrido en esta ocasión. Nada que objetar al brillo superficial de la primera mitad de la ópera, pero lo mejor vino en la segunda parte, que es musicalmente lo mejor de la ópera. Aquí Noseda nos ofreció una lectura emocionante y muy convincente. El otro gran puntal en este teatro es el Coro de la Scala, que demostró su categoría.
La soprano china Hui He fue una convincente Aida en términos vocales. La evolución de esta cantante ha sido muy positiva en los últimos años y hoy es una de las mejores intérpretes de la princesa etíope. No le falta sino mejorar su interpretación escénica para convertirse en una gran Aida. Lo mejor de su actuación fue la escena del Nilo, cantando de manera muy notable el O, Patri mia. Su voz tiene amplitud suficiente y está muy bien emitida.
Marco Berti es uno de los intérpretes más frecuentes del personaje de Radamés y en su voz hay mimbres como para justificarlo, aunque a mí no me resulta demasiado convincente. La voz es adecuada, poderosa y bien emitida, pero su canto es demasiado monótono. No hay manera de que recoja la voz en los agudos. En su caso son invariablemente en forte, diga la partitura lo que quiera. En el primer acto le encontré con problemas de fiato, que no volvieron a aparecer durante el resto de la ópera. En tierra de ciegos, el tuerto es rey.
La mezzo soprano rusa Ekaterina Semenchuk me resultó un tanto decepcionante como Amneris. No pongo en tela de juicio ni su bella voz ni tampoco su línea de canto y su expresividad, que la hacen pertenecer por derecho propio al grupo más selecto de mezzos verdianas de la actualidad. La decepción relativa viene por el hecho de que su voz se queda corta de poderío, resultando insuficiente en muchas ocasiones. He tenido ocasión de ver su Amneris en otros teatros y siempre me había parecido que el tamaño de su voz no era muy grande, lo que quedaba compensado de sobra por sus otras cualidades. Sin embargo, en un teatro de las dimensiones de la Scala su instrumento resulta excesivamente corto, desapareciendo en los conjuntos.
Ambrogio Maestri demostró que es uno de los mejores intérpretes actuales de Amonasro. A éste no le falta voz por ningún sitio y además es un notable actor en escena. El público no se equivocó al dedicarle ovaciones y bravos. Marco Spotti fue un adecuado Ramfis, cantando con elegancia, algo corto también de poderío. Al ruso Alexander Tsymbalyuk no le faltó nada en ese sentido en su interpretación del Rey.
En los personajes secundarios Jaeheui Kwon estuvo bien en el Mensajero, mientras que Sae Kyung Rim cumplió como Sacerdotisa.
La Scala agotó las localidades para esta representación. Era un espectáculo ver a los espectadores sacando fotografías del teatro antes de comenzar la representación. El público se mostró cálido durante la representación y triunfalista en los saludos finales, en los que los mayores aplausos fueron dedicados a Hui He, Gianandrea Noseda y Ambrogio Maestri.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 3 horas y 40 minutos, incluyendo dos intermedios y algunas breves paradas para cambios de escena. La duración musical fue de 2 horas y 16 minutos. Los aplausos finales se prolongaron durante 10 minutos, sobrando algunos.
El precio de la localidad más cara era de 252 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 79 y 198 euros. La entrada más barata costaba 29 euros. José M. Irurzun
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