CRÍTICA: ‘Aida (Verdi) – Maestranza de Sevilla (6/11/2013)’
AIDA (G. VERDI)
Teatro Maestranza de Sevilla. 6 Noviembre 2013.
Sevilla ha inaugurado su temporada de ópera homenajeando a Verdi y ofreciendo la conocida y justamente famosa producción de las telas pintadas de Mestres Cabanes, que es una colaboración del Liceu de Barcelona y el Festival de Santander. El resultado artístico ha sido poco brillante. La producción escénica sigue resultando sorprendente y atractiva, mientras que la dirección musical no ha levantado el vuelo, y el reparto vocal ha sido un tanto irregular.
En varias ocasiones he tenido oportunidad de escribir sobre esta producción escénica, que confieso siempre veo con gusto y siempre quedo sorprendido, cuando en las distintas escenas se pagan las luces del escenario y se levantan las simples telas pintadas, que casi se convierten en un auténtico trampantojo.
El Liceu ha encontrado una auténtica mina en la recuperación de la famosa escenografía de Josep Mestres Cabanes, ya que la ha repuesto nada menos que en 4 temporadas distintas, y ha conseguido interesar merecidamente en la producción a otros teatros de ópera, como ocurre ahora con Sevilla. La producción, como digo, es la famosa del Liceu de Barcelona con escenografía original de Josep Mestres Cabanes, recuperada o llevada a cabo por Jordi Castells. Las telas pintadas son de gran belleza y colorido y llama poderosamente la atención el gran efecto de profundidad conseguido por el autor, especialmente en la escena del Juicio de Radamés. A pesar del tiempo transcurrido desde su diseño original (años 30), las telas siguen resultando atractivas y muy adecuadas para el desarrollo de la ópera. La única pega consiste en la necesidad de recurrir a tres intermedios, lo que alarga considerablemente la duración del espectáculo, especialmente en Sevilla, al ser el teatro de ópera donde las representaciones comienzan más tarde, lo que significa que se ha salido del teatro al día siguiente. El vestuario, original de Franca Squarciapino y procedente del Teatro Massimo de Palermo, es un tanto irregular, brillante en unos casos y particularmente poco favorecedor para Radamés, que más parecía vestido para La Corte de Faraón. Buena la labor de Albert Faura como iluminador, que saca un gran partido a la escenografía, resaltando notablemente los efectos de profundidad y relieve. Lo menos conseguido es la dirección escénica de José Antonio Gutiérrez. Los solistas quedan abandonados a su suerte, lo que no tiene demasiada importancia, sobre todo si tenemos en cuenta lo que Gutiérrez hace con el coro y la figuración.
La verdad es que he vuelto a ver con sumo interés la producción y que las telas pintadas de Mestres Cabanes resultan espectaculares. Uno se queda de piedra tras la escena del Juicio de Radamés, al darse cuenta que todo aquel subterráneo abovedado no es sino una tela plana pintada, que se levanta para dar paso a la tumba del final. La producción sigue gustando a los espectadores, por lo que no me sorprendería que hubiera nuevas reposiciones en el futuro, siendo una pena que no se haya dado el paso de alquilarla a teatros extranjeros.
Hace un tiempo el director musical y artístico del teatro, Pedro Halffter, no solía encargarse de dirigir óperas verdianas, sino que se reservaba para títulos modernos y de ópera alemana. Últimamente, también ha decidido prestar atención a la música de Verdi y creo que no hemos salido ganando mucho con su decisión. Su lectura de esta Aida tuvo altibajos notables, no saliendo de la mediocridad. Su lectura ha estado mejor en los conjuntos que en los momentos más intimistas. Como valoración global se puede hablar de una dirección un tanto rutinaria. A sus órdenes la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla tampoco brilló mucho, especialmente tras haber escuchado en la misma semana a las orquestas del Palau de Les Arts y del Teatro Real. Tampoco el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza tuvo una muy feliz actuación. Evidentemente, el hecho de tener muy fresco en el recuerdo las actuaciones de los coros de Viena y la Scala hace que el coro de Sevilla quede relegado en cuanto a calidad.
La protagonista era la soprano americana Tamara Wilson, que nos ofreció lo mejor de todo el reparto, Apenas han pasado tres años desde que resultara ganadora del Concurso Viñas y hoy se encuentra en un momento muy interesante, como una soprano en plena sazón. La voz es atractiva y muy homogénea a lo largo de la tesitura, no excesiva de volumen, y maneja muy bien su instrumento. Sin duda, fue la mejor cantante en escena, especialmente en el acto del Nilo, donde consiguió unos estupendo piani, sin caer en amaneramientos, y llegando perfectamente a las notas más altas. Le falta cantar con algo más de expresividad, pero es una Aida a tener muy en cuenta por cualquier teatro de ópera.
El coreano Alfred Kim fue un Radamés más efectista que buen cantante. La voz existe, atractiva y bien timbrada, pero su canto resulta un tanto monótono, por su empeño en buscar decibelios. No se me ocurre criticarle por el hecho de que Celeste Aida no la termine como está escrita, es decir con un SI en piano, pero es de bastante mal gusto terminar no ya en forte sino en fortísimo y buscando el aplauso fácil. Es una simple cuestión de buen gusto, del que parece que el coreano no está muy sobrado. Acabo de ver en el personaje de Radamés a Marcello Giordani y a Marco Berti y la verdad es que Alfred Kim no desmerece respecto de ellos. Así está el panorama actual de tenores para cantar óperas de Verdi.
A la mezzo soprano valenciana María Luisa Corbacho era la primera vez que la escuchaba en un personaje relevante, como es el caso de Amneris. El color de su voz es un tanto irregular, más claro que lo deseable en el centro, pero en los dos extremos el timbre es más atractivo y está sobrada de poderío en ambos extremos. Lo va a tener complicado para hacer carrera internacional, porque su figura es de las que hoy no se llevan en los teatros de ópera.
El barítono americano Mark S. Doss volvía a Sevilla y su Amonasro pasó sin pena ni gloria o, por mejor decir, con más dosis de lo primero que de lo segundo. La voz tiene poco interés y es de los cantantes de los que uno se olvida al salir del teatro.
El bajo ruso Dmitry Ulyanov fue un Ramfis poderoso y sonoro, de esas voces que cada vez son más raras en el mundo de la ópera de hoy en día. Si matizara más su canto, podría ser uno de los bajos más solicitados en el mundo.
En cuanto a Carlo Malinverno, diré que su Rey respondió a su apellido, aunque no creo que pueda mejorar en verano. A olvidar.
En los personajes secundarios Inmaculada Águila cumplió como Sacerdotisa, mientras que Manuel de Diego tuvo un comienzo preocupante en la parte del Mensajero, aunque mejoró a continuación.
El Teatro de la Maestranza ofrecía una ocupación superior al 95 % del aforo. El público se mostró muy cálido durante la representación, aplaudiendo las arias sin esperar a que terminara la música. La recepción final fue muy cálida, pero lo avanzado de la hora no invitaba a permanecer mucho tiempo en el teatro. Los mayores aplausos se los llevó Tamara Wilson.
La representación comenzó con 6 minutos de retraso, mal endémico a orillas del Guadalquivir, y tuvo una duración total de 3 horas y 30 minutos, incluyendo 3 intermedios. La duración musical fue de 2 horas y 24 minutos. Los aplausos finales, algo arrastrados al final, se prolongaron durante 6 minutos.
El precio de la localidad más cara (butaca de platea) era de 108 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 93 y 56 euros, siendo el precio de la localidad más barata de 44 euros. José M. Irurzun
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