Critica: Compromiso y méritos de Alexander Liebreich en el Palau
Compromiso y méritos de Alexander Liebreich en el Palau
TEMPORADA 2024-2025 del Palau de la Música. Programa: Obras de Mozart (Concierto para violín y orquesta número 4) y Zemlinsky (Sinfonía Lírica). Orquesta de Valencia. Solistas: Noah Bendik Balgley (violín), Sarah Wegener (soprano), Christian Immler (barítono). Director: Alexander Liebreich. Lugar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1.700 espectadores. Fecha: viernes, 10 enero 2024.
Ha transcurrido un cuarto de siglo desde que la Orquestra de València tocara por primera vez la Sinfonía Lírica de Zemlinsky, obra capital de la música del siglo XX y de todas las músicas. Si entonces lo hizo bajo la dirección del británico Adrian Leaper, y luego, en 2012, repetiría el reto bajo la dirección del alemán Lothar Zagrosek, en esta tercera ocasión lo ha hecho bajo el gobierno de su actual titular, el bávaro Alexander Liebreich.
Aunque las comparaciones (se dice) que son odiosas, bien viene a cuento este recordatorio para cotejar la transformación excepcional de la Orquestra de València en estos veinticinco años de superación, hasta convertirse hoy en una de las cabezas sinfónicas de la música española. El programa, cargado de compromiso y méritos, y ante una Sala Iturbi que rozó el lleno “hasta la bandera” se completó con el Cuarto concierto para violín de Mozart, que contó con el concurso solista y perfecto de Noah Bendik Balgley, concertino de la Filarmónica de Berlín.
Inspirada por versos de Tagore y concebida para una colosal plantilla orquestal además de soprano y barítono solistas, Zemlinsky escribe la Sinfonía Lírica entre 1922 y 1923, y la estrena en Praga, en 1924, dirigida por él mismo. Tonal, postromántica y apasionadamente expresionista, sus siete episodios (sería una vulgaridad tildarlos de “movimientos”) se inscriben en la fascinación por lo oriental que tanto nutrió a compositores como Saint-Saëns, Debussy, Szymanowski, Puccini, Messiaen o su admirado Mahler, con cuya Canción de la tierra (compuesta trece años antes) tantas connotaciones y paralelismos guarda, como detalla Joaquín Guzmán en las documentadas y bien escritas notas al programa.
Liebreich, al que estas músicas cargadas de sugestión, fondo y lirismo se le dan estupendamente, mimó y cuidó el pie y la letra de la fastuosa partitura, y se adentró por derecho y convicción en el meollo expresivo, bellísimo y palpitante, de unos versos y músicas que hablan del amor y de los sentidos más expresivos y a flor de piel de la reflexión íntima.
“Tú eres la nube vespertina que flota en el cielo de mis sueños”. Y así, todo. Incomprensible y aprofesional que en el programa de mano no figure el autor de la traducción. Tanto como que la sinfonía se interpretara sin sobretitulación, con lo que los espectadores que no quieran dejarse la vista en el intento de seguir el texto incluido en el programa de mano, se quedan al pario de unos versos que son tan esenciales como la propia música.
La Orquestra de València y sus músicos se lucieron en una versión más que notable, a años luz de las precedentes de 1999 y 2012. Desde el comienzo, con la sobresaliente intervención de los regulados timbales de Javier Eguillor, a las numerosas intervenciones solistas, texturas, planos, atmósferas, evoluciones armónicas y hasta el portentoso final en pianísimo masacrado por un inmisericorde teléfono móvil que destruyó el sortilegio, la orquesta coronó una de sus mejores tardes.
Destacó la soprano Sarah Wegener y dijo con tanto sentido como impropiedad vocal el bajo aquí metido a barítono Christian Immler, exento del registro y fuelle vocal que requiere la partitura y la confrontación con la magna masa sinfónica. Una lástima.
Antes, en la primera, parte, Liebreich y Noah Bendik Balgley frasearon con idioma y cargaron de ligereza y sentido mozartiano el Cuarto concierto para violín del salzburgués. La perfección, autoridad y un sonido que es oro son señas de identidad del arte del concertino y solista estadounidense, que cosechó un éxito de primera.
Música tradicional hebrea, de bodas y banquetes -los populares klezmer, tan propios de la cultura askenazí de Europa del Este- fueron el regalo brillante y lúdico con el que fuera de programa Noah Bendik Balgley acabó de encandilar a un público al que ya había enganchado con su Mozart de referencia. Exitazo. Lástima que en Palestina no estén para fiestas, y menos para klézmeres. ¡Paz! .
Publicado en el diario Levante el 13 de enero de 2025.
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