Crítica: André Schuen, maestro en dinámicas
André Schuen, maestro en dinámicas
Obras de Brahms y Mahler. André Schuen, barítono, y Daniel Heide, piano. XXX Ciclo de Lied. Teatro de la Zarzuela. Madrid. 11 de marzo.
Al final, en medio de las propinas, salió al escenario, micrófono en mano, Antonio Moral para recordar que estamos en el XXX Ciclo de Lied -por cierto, una iniciativa mía trasladada a Alfredo Tejero cuando presidía la Fundación CajaMadrid y recogida por el director del ciclo desde entonces- y hablarnos de “estos chicos”, refiriéndose a la pareja protagonista, que estará presente en las próximas ediciones al estilo de Goerne o Gerhager. La verdad es que no venía mucho a cuento y bastantes opinamos que respondía a un innecesario afán de protagonismo. Pero es que cuando terminó la tercera propina, sentado a un lado del escenario, gritó “¡Así se canta!”. En fin…
Qué duda cabe que Schuen posee una magnífica voz de barítono, que al paso del tiempo ha ido perfilando más en el registro grave, de amplia extensión, llegando a colores de bajo y también de tenor. Emite bien, sin engolar, con frescura, limpieza y clara dicción, tratando de ser fiel a cada lied. Eso le permitió toda una exhibición de claroscuros en el programa propuesto. Se muestra muy serio en la escena junto al piano, sin aspaviento alguno que pudiese alimentar su aire un poco rockero, entregado y sin partitura alguna. Pero, claro, puestos a ser exigentes y tras haber estado escuchando por casualidad a Fischer-Dieskau en su grabación del “Paulus” de Mendelssohn, se evidencian algunas diferencias. Con él sigue afortunadamente viva la escuela de los Hotter, Souzy, Prey o el citado Fischer-Dieskau y seguro que aún puede mejorar. Es maestro en el planteo y resolución de las dinámicas, con auténticos fortes y auténticos pianos y, como en “Der Schildwache Nachtlied” malheriano, capaz de regular para pasar sin respirar de unos a otros en una nota. Sí, se muestra muy atento a las notas, a su sonoridad, pero puede aún profundizar en lo que Fischer-Dieskau era maestro, en otorgar una expresión a esas notas convertidas en frases que haga que nos llegue al corazón. Ahí está el camino en el que profundizar, en hacernos vibrar de emoción más que admirarnos.
Todo esto es aplicable a los “Cantos serios” de Brahms, llenos de oscuridades, así como al resto de canciones finales del mismo autor. En medio varias páginas de “Des Knaben Wunderhorn”, bien fraseadas y muy contrastadas con las brahmsianas.
Mención muy especial merece el admirable trabajo de Daniel Heide, compañero habitual en los recitales, que además de acompañar era un lujo escuchar como matizaba. En fin, un recital de muchos quilates de una pareja de “chicos” en la cuarentena de la que cabe esperar aún más. Gonzalo Alonso
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