Crítica: Imágenes a la antigua usanza. Turandot, de Puccini, en el Teatro de la Maestranza de Sevilla
IMÁGENES A LA ANTIGUA USANZA
Puccini: Turandot. Oksana Dyka/Kristina Kolar, Jorge de León/Héctor Sandoval, Miren Urbieta-Vega/Laura Brasó, Maxim Kuzmin Karavaev/Alejandro Baliñas, Pablo Ruiz, Manuel de Diego, Jorge Franco, Josep Fadó, César San Martín. Dirección musical: Gianluca Marcianò/Jacopo Prusa. Dirección de escena: Emilio López (sobre la dirección de Sonja Frisell). Escenografía y vestuario: Jean Pierre Ponnelle. Teatro de la Maestranza, Sevilla, 12 y 13 de noviembre de 2024.
Son innumerables y sorprendentes las novedades de lenguaje, que hacen que Turandot, pese a sus imperfecciones y desequilibrios, deba ser considerada una obra muy importante. En lo armónico hemos de destacar la bitonalidad de tantos pasajes, el empleo de acordes paralelos, con la misma pericia que poco antes y por los mismos años desarrollaba Richard Strauss; el uso de tritonos y de disonancias escuetas y duras. En lo que toca a la orquestación hallamos también cosas insólitas. Aunque no deja de haber puntos débiles, entre ellos el final de la ópera, que, sobre esbozos y apuntes de Puccini, elaboró Franco Alfano.
Correspóndenos hoy comentar, bien que brevemente, las representaciones del Teatro de la Maestranza con un planteamiento escénico casi valetudinario, nacido en la Fenice de Venecia nada menos que en 1987. Se trata por tanto de una producción añosa y que está lejos de proponer alguna cuestión original. Pero a veces, y este es el caso, el cartón piedra, si está bien proyectado, funciona. El autor de la reconstrucción escénica, Emilio López, buen conocedor del “métier”, nos dice que ha apostado “por una visión actualizada y accesible que mantiene fiel la intención de Ponnelle”. Algo innegable y que facilita la comprensión del público, pero que nos parece hoy en día en exceso pueril y demostrativa.
Una gran máscara oriental, sobre la que se proyectan imágenes, colores, dibujos alusivos, preside la escena, que es, en momentos estratégicos, giratoria. El mecanismo funciona y anima la acción, por la que pulula el pueblo y que en este caso actúa quizá en exceso organizado y obediente, lo que quita realismo al movimiento. Hay un constante y a veces necesario ir y venir, en el que lógicamente participan los cantantes. Hubo dos repartos. Pasamos a comentar sus prestaciones y adecuaciones.
La llamada Princesa de hielo es un carácter que el compositor no terminó de comprender; se alejaba demasiado de los parámetros por los que se movían habitualmente sus damas. La rigidez, el autoritarismo, el rencor, el odio eran sentimientos que difícilmente encajaban en ellas. Las notables exigencias son propias de una dramática con toda la barba. Se centran de manera particular en la terrorífica aria “In questa reggia”, en donde Puccini, bien que con una escritura muy didáctica, exige progresivas subidas al La, Si natural y Do sobreagudo.
Ninguna de las dos protagonistas en esta ocasión tuvo la encarnadura exigida. Oksana Dyka, no muy afinada, posee un timbre en exceso claro, accede al agudo de manera esforzada y estridente y en ningún momento otorgó majestad y entidad al personaje, pese a su alta estatura física. Kristina Kolar, de timbre más oscuro, aunque tampoco una dramática, cantó mejor y más entonadamente.
Di forza o dramática; heroica incluso, si se quiere, debe ser la voz del Príncipe Ignoto, aquel que, gallardamente, está dispuesto a arriesgar la vida por conseguir, a través de difíciles acertijos, el amor de la esfíngea princesa, a la que ama a distancia. Jorge de León tiene muchas de las condiciones exigidas: reciedumbre, solidez, agresividad en un agudo restallante, aunque haya perdido algo de frescura y brillo. La voz tiene ya un reconocible vibrato.
Nunca fue su fuerte la regulación sonora y le cuesta practicar un piano en las partes más líricas. Pero fue el tenor aguerrido de siempre y se fue al sobreagudo con la soprano en la escena de las pruebas. Gallado y vibrante en “Nessun dorma”, con un largo Si natural de cierre. Héctor Sandoval, un lírico de agradable tinte, está lejos de poseer las condiciones para Calaf, del que ofreció una imagen descolorida pese a alguna que otra frase bien construida.
Miren Urbieta tiene muy ahormado el papel de Liù, al que otorga un franco lirismo de buena ley con su timbre cálido, su afinación y su sentido de la frase. Sorprendió gratamente la muy joven Laura Brasó (segundo premio en el Concurso de Santiago del año pasado), una lírica en formación de emisión bien asentada y atractivo vibrato. Calurosa y expresiva. En su sitio los dos Timur, Maxim Kuzmin Karavaev y el joven gallego Alejandro Baliñas, en particular este último (también premiado en Santiago), con su voz recia y resonante.
Buen equipo de secundarios y, en general, buena prestación de los conjuntos, especialmente del Coro, siempre bien preparado por Íñigo Sampil. La Orquesta sonó bien, aunque a veces en exceso fuerte y granítica, escasamente matizada, en especial cuando fue dirigida por Brusa. Marcianò, con salvedades, supo regular, apianar y acrecer con más sensibilidad y sentido de la frase. En todo caso, se escaparon no pocas de las sutilezas que alberga la orquestación pucciniana.
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