Crítica: Apertura de temporada 22-23 de la Orquesta y Coro Nacionales
Afkham y OCNE, espinosas y victoriosas escaladas
Obras de Ligeti y Strauss. Coro y Orquesta Nacionales, Coro de la Comunidad de Madrid, Sociedad Coral de Bilbao. Director: David Afkham. Auditorio Nacional, 23 de septiembre de 2022.
Ha empezado con buen pie la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales con la interpretación de un programa de altos vuelos, en el que la idea de elevación, espiritual y física, plasmada en unos majestuosos y definitorios pentagramas, de indudable dificultad interpretativa, estaba muy presente. Gran apuesta la de unir dos obras aparentemente tan dispares como el Requiem de György Ligeti y la Sinfonía Alpina de Richard Strauss, dos extremos, de procedimientos creativos alejados, de estéticas opuestas. Extrañamente aparecieron emparentados como dos muestras soberanas que finalmente encuentran extraña relación. Un cielo y un infierno muy humanos, como apunta en sus magníficas y reveladoras notas al programa Irene de Juan.
Las extraordinarias dificultades que entraña la recreación del Requiem de Ligeti, que se mueve en un ordenado maremágnum de una polifonía coral de hasta veinte voces distintas a lo largo de los tres primeros movimientos, Introitus, Kyrie y Dies irae, mientras que el Lacrimosa precisa en lo vocal únicamente de la soprano y de la mezzo solistas, fueron abordadas sin pestañear por el gesto amplio y omnicomprensivo de Afkham, que moldeó y modeló con cuidado las masas sonoras, tanto la del coro como la de la atomizada parcela orquestal.
Los coristas –unos 150-, provistos de diapasones, necesarios para buscar la justa afinación, que en ocasiones, como destaca De Juan, no ha de ser la canónica, siguieron sin pestañear las indicaciones del maestro, no especialmente detalladas y fueron creando abigarradas masas sonoras desde el silencio inicial sobre un pedal de los bajos orquestales, aplicándose en las crecientes oleadas, espejeantes, electrizantes, chisporroteantes, auténticas miríadas de líneas y de puntos, reguladas a conciencia, hermanadas con los divisi instrumentales.
El espectacular momento, en el que todo resplandeció, del Dies irae, fue sobrecogedor. Aquí y allá se escucharon las cristalinas voces de la soprano Jenny Daviet, ligera y dispuesta, y la mezzo Barbara Kozelj, briosa y sustanciosa. Ambas protagonizaron el más recogido y misterioso Lacrimosa, que cierra la composición en el silencio. Interpretación, pues, de altura, con excelente contribución de los tres Coros.
El mundo físico, la atmósfera, los elementos, el paisaje exterior, las experiencias de la escalada, los miedos reflejados a lo largo de los distintos pasos de la opulenta Sinfonía Alpina de Strauss fueron como la otra cara de la moneda. La instrumentación suntuosa, el aluvión de temas que van marcando a buril la ascensión, los acontecimientos físicos y las reacciones del caminante, se nos brindaron luego en casi todo su esplendor expresados a conciencia por el generoso braceo, que fue marcando la marcha hacia la cumbre.
El director no descuidó los pasajes camerísticos –Noche, Amanecer, Elegía, Calma antes de la tormenta, Ocaso, Epílogo– ni los más líricos –En los campos floridos, En los pastos– y se ató bien los machos en los más resplandecientes o tormentosos. La Nacional tuvo un buen día y todas las familias brillaron a buena altura. Estupenda pintura nocturna, aireadas brisas, entusiastas escaladas. El gran tema que domina y se enseñorea de tantos instantes de la composición fue cantado y oreado a los cuatro vientos. Metales esplendorosos, con tubas Wagner incorporadas a la ingente instrumentación. Cuerda unitaria y elástica. Aceptable, aunque no impecable, planificación general.
Al término, tras el pianísimo de cierre, rendido viaje, un espectador impaciente, un auténtico desalmado, rompió el valioso silencio –que también es música- con un estentóreo aplauso. Que le prohíban la entrada en sucesivos conciertos. Saludos finales de Afkham y los directores de los tres Coros. Arturo Reverter
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