Crítica: Martha Argerich y Nelson Goerner en el CNDM. Conjunción soberana
Conjunción soberana
Obras de Debussy, Mozart y Rachmaninov. Martha Argerich y Nelson Goerner, pianos. XXI Liceo de Cámara. Auditorio Nacional, Madrid. 3 de abril de 2022.
Martha Argerich anda ya por los ochenta -¡qué nostalgia al acordarnos de su primera presencia en Madrid en la década de los sesenta!- y, pese a una evidente desviación de columna y a que anda aparentemente un poco cojitranca, conserva no solo la lucidez, sino el vigor, la presencia, la técnica y la acertada mirada expresiva; como antaño. Su compañero en esta ocasión, su compatriota Nelson Goerner, con el que se entiende estupendamente, le da perfecta réplica.
La compenetración entre ambos se pudo apreciar nada más empezar el concierto el interpretar la oscura y demoledora “En blanc et noir” de Debussy, un tríptico que encierra no pocas referencias a la Guerra del 14-18, como bien señala en sus breves notas Luis Suñén. La administración de sutiles dinámicas, el toque tímbrico esencial, la libertad y variedad del ritmo se pudieron apreciar desde el mismo principio en la pieza dedicada a Kousevitzky; lo mismo que los claroscuros casi tenebrosos de la extraña danza, de angustiosa lentitud que anima la siguiente, “Lent-Sombre”, “poco animato”, de trazo tan austero.
En la tercera, “Scherzando”, dedicada a Stravinski, un a modo de capricho, los dos pianistas supieron conceder el toque irónico que la caracteriza y alcanzaron la plenitud después de un inicio en el que dio la impresión de que les faltaba concentración, quizá debido a las idas y venidas previas hasta que lograron sentarse en sus respectivas banquetas dotadas de la altura adecuada. Se encontraron ya tranquilos y en plenitud para deletrear limpia y expresivamente, con el toque justo, con el sonido alígero deseado la hermosísima “Sonata para dos pianos de Mozart, K 448”, expuesta con la animación y la vitalidad deseable, contrastada, cantada, recreada con una sonoridad aérea y luminosa; con el espíritu que estos milagrosos pentagramas demandan.
La segunda parte estaba ocupada por el arreglo del propio Rachmaninov de sus “Danzas Sinfónicas” para orquesta. La composición, así mostrada, nos parece más oscura, pesimista y curiosamente dolorosa, pero excitante en sus sorprendentes cambios de humor, robusta en su concepción, amplia en sus desarrollos, esquiva en sus ritos pasajeramente danzables. Los cambios de compás, las variadas dinámicas, los rastros de viejos bailes, el despliegue sinfónico del “Allegro vivace” de cierre fueron solventados sin problemas por ambos pianistas, absolutamente dominadores y soberanos, conjuntados milimétricamente. Ante los muy justos aplausos de un público que llenaba hasta la bandera el Auditorio Nacional concedieron dos bises: un tango y el tercer movimiento de la Suite “Scaramouche” de Milhaud. Arturo Reverter
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