Crítica: Ashkenazy, el Músico, en el Palau
V. Ashkenazy
ORQUESTA DE CADAQUÉS. Solista: Denis Kozhukhin (piano). Director: Vladímir Ashkenazy. Programa: Obras de Rajmáninov (“Tercer concierto para piano y orquesta”) y Beethoven (“Sexta sinfonía, Pastoral”). Lugar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1700 personas. Fecha: Miércoles, 9 mayo 2018.
Justo Romero
Vladímir Ashkenazy [Nizni Nóvgorod (Gorki) ,1937] es un musicazo. Es algo que casi huelga decir a estas alturas, cuando a sus estupendos 81 años ha grabado al teclado todo lo habido y por haber, y casi siempre con óptimos resultados, lo que le ha hecho acreedor a todos los premios y reconocimientos imaginables. Es precisamente esta condición de musicazo, y de hombre que está ya más allá del éxito o de la ambición, y su calidad de excelente persona que contagia su bonhomía a los músicos con los que trabaja, la que marca su labor como director de orquesta.
Como Plácido Domingo, Mstislav Rostropóvich, David Oistraj y tantos otros grandes músicos que llegaron a la dirección de orquesta gracias a sus éxitos instrumentales o vocales, en Ashkenazy importa más el carisma y el sentido expresivo que su técnica sobre el podio. Son directores, que más que dominar la batuta, se dedican a disfrutar y a transmitir a los instrumentistas su idea sinfónica. ¡Y ya se ocuparán los buenos profesores de orquesta de tocar juntos y empastados! Es algo que, obviamente, funciona únicamente con muy buenas orquestas.
En Valencia el director Ashkenazy ha llegado acompañado de los buenos músicos de la Orquesta de Cadaqués, conjunto de consolidada reputación, fundado en 1988 y entre cuyas filas podían distinguirse varios señalados músicos valencianos, como el clarinetista Joan Enric Lluna o el fagotista Xavier Aragó, ambos con muy destacadas intervenciones en la Sinfonía Pastoral de Beethoven que integraba la segunda parte del programa. Ashkenazy planteó una visión viva, fresca, natural. Limpia de artificios e incluso de retórica. Una Pastoral feliz y desenfadada, en la que todo transcurrió en una atmósfera de calidad que no se distrajo en preciosismos ni filigranas. Más que el detalle preciso, que la pincelada del fresco, Ashkenazy concentró su mirada en el conjunto, sirviendo así una versión homogénea y calibrada por la poderosa columna vertebral de la naturalidad. Fue, sí, una de las Pastorales más gozosas, sencillas y vitales escuchada en bastante tiempo. Como contrapunto quizá, de propina ofrecieron un nada triste Vals triste de Sibelius que sirvió para coronar una velada en la que reinó la felicidad de la música.
Antes, en la primera parte del programa, el ruso Denis Kozhukhin, nacido como Ashkenazy en Nizni Nóvgorod y también premio Reina Isabel como él (Ashkenazy en 1956, Kozhukhin en 2010), dejó constancia de su hipervirtuosa categoría pianística en un arrollador Tercer concierto para piano y orquesta de Rajmáninov, dicho con un dominio, soltura y contundencia sonora absolutamente asombrosos. Pero faltaron, tanto en el teclado como en el podio, sutileza, equilibrio dinámico y temple. Todo eso y mucho más llegó con generosidad en la propina de un Bach revisado que supuso lo más sublime y exquisito de tan feliz concierto.
Publicado en Diario Levante el 11 de mayo
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