Crítica: Asmik Grigorian, una gran voz lituana en el Teatro Real
Asmik Grigorian, una gran voz lituana
Obras de Glinka, Chaikovski, Dvarionas, Rimsdki-Korsakov, Dvorak, Puccini y Verdi. Asmik Grigorian, soprano. Orquesta Titular del Teatro Real. Henrik Nanási, director. Teatro Real. Madrid, 24 de noviembre de 2024.
Había bastantes entradas a la venta unos días antes de este recital, aunque afortunadamente casi se llenó al final. Escribo “afortunadamente” porque no fue un concierto de perdérselo y el público madrileño había tomado nota tras su magnífica “Rusalka” en el mismo escenario en 2020, por la que recibió el Premio Opera XXI a la mejor cantante de la temporada.
El destino de la soprano lituana Asmik Grigorian está marcado desde su nacimiento: es hija de dos cantantes conocidos, – Gegam Grigorian e Irene Milkaviciute– y está casada con el tenor Vasily Barkhatov. Comenzó a estudiar piano a los cinco años sin saber que quería dedicarse al canto lírico, siendo entonces para ella impensable realizar una carrera profesional en él. Su currículo es impresionante en menos de diez años. Se presentó en el Liceo en 2018 con la ópera “The Demon” y en el Palau de les Arts ha cantado “La dama de picas” en 2022 y recientemente con un recital de lied. Abrió en La Coruña la temporada 2022/23. Debutó “Madama Butterfly” en Viena en 2020, el mismo año de “Jenufa” en el Covent Garden. En Salzburgo ha intervenido en “El Tríptico” en 2022, un año después en “Macbeth”. Se recuerdan su “Damas de picas” en la Scala y Baden Baden con Gergiev y Petrenko. Repitió “Butterfly” en el Covent Garden y el Met hace unos meses y abordó “Turandot” en Viena también este año. Todo esto nos da idea de que estamos ante el presente y futuro del mundo sopranil.
La primera parte de su concierto madrileño nos trajo algunas obras desconocidas, como las arias de “Anoush” de Armen Tigranian o “Dalila” de Balys Dvarionas, junto a las más conocidas de “La dama de picas” y “Rusalka”. Vestida completamente de azul desde los tobillos hasta el cuello, con guantes incluidos, sin que se le viese más parte de su cuerpo que la cara, cantó curiosamente las tres primeras arias sin interrupción. Mostró ya su voz voz extensa, homogénea, segura en los agudos, limpia y cristalina, típica de una lírica plena. Preciosa especialmente en el musical fraseo de “Dalila” y la “Canción de la luna”, expresiva y evocadora. Vinieron luego, ya en la segunda parte, el “Sola, perdida, abandonada” – ¿cuántas veces la llevamos ya este año? – y “Un bel di vedremo”, matizando, expresando, interpretando cada frase, sin problemas a pesar de la amplia orquesta pucciniana y al exceso de sonido que Henrik Nanási imprimió, sabedor de quien tenía cantando, aunque la sobrepasase en algunos graves, el punto menos notable de Grigorian. En tres palabras, fascinó, conmovió y deslumbró con su canto perfecto, poderoso y a la vez delicado. Redondeó la velada con el “Tu che le vanitá” de “Don Carlo”. No tuvo la dramaticidad de Callas, ni la belleza vocal de los filados de Caballé, pero resultó un buen compendio de ambas. De propina, la extensa aria de la carta del “Eugenio Oneguin” de Chaikovski. No quiso dar más, por más que el público insistiese. Jornada triunfal para una de las grandes sopranos de nuestro tiempo, bien acompañada, aunque con exceso sonoro, por una orquesta en estado de gracia como demostró en las oberturas de “Ruslan y Ludmila”, “La novia del zar”, “La forza del destino” y el preludio del acto II de “Edgar. Gonzalo Alonso
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