Crítica: Sinfonismo de buena ley; Jurowski y la Bayerisches Staatsorchester, con Frank Peter Zimmermann en Ibermúsica
SINFONISMO DE BUENA LEY
Obras de Mozart, Respighi y Brahms. Bayerisches Staatsorchester. Violín: Frank Peter Zimmermann. Director: Vladimir Jurowski. Ibermúsica, Serie Arriaga. Auditorio Nacional, 20 de marzo de 2024
En esta nueva visita para Ibermúsica, el moscovita Vladimir Jurowski (1972), en un programa curioso, ha vuelto a dar muestras de su clase como músico y director, al frente ahora de la Orquesta del Estado de Baviera, que es la de la ópera muniquesa y de la que él es desde hace un par de años titular. Sigue poseyendo una rara habilidad para clarificar texturas y para dotar de animación rítmica a los discursos. Su criterio, muchas veces muy personal, incluso original, parece siempre lógico. El gesto es firme y elegante, eléctrico o persuasivo, según los casos, planifica y sabe resaltar las voces importantes, combina colores y mantiene unas muy personales ideas respecto al “tempo” y al fraseo.
Nos continúa pareciendo un artista muy dotado y camaleónico, que, eso sí, suele mantener todo el rato cara de pocos amigos, contradicha por la suavidad de los modales y lo armónico de los movimientos. Aunque en esta ocasión lo hemos visto casi sonriente. Exhibe una batuta sinuosa y maneja la mano izquierda con mesura, pero con segura pulsación, que le permite una constante y flexible palpitación rítmica. Su figura enteca, su pelo al viento, su adustez le conceden un aire de dominador tranquilo y sereno. Se sitúa en el podio con un aplomo impresionante e inmediatamente absorbe toda la atención.
Todo ello lo hemos podido apreciar en este excelente concierto, que se abría con Sinfonía nº 32 de Mozart, que, dada su brevedad, viene a ser una especie de obertura al viejo estilo y que Jurowski ha expuesto con agilidad y buen pulso, incluso con gracilidad y levedad, con respuesta precisa y elocuente de la estupenda formación muniquesa, que se nos ha mostrado equilibrada en todas sus familias, bien empastada y afinada, elocuente y flexible. La gran novedad de la sesión era el Concierto gregoriano para violín de Respighi, que sonaba por primera vez en estas citas de Ibermúsica.
Es obra colorista, variada, espectacular en ocasiones, de un sinfonismo muy propio del compositor italiano, que sigue, como bien dice en sus notas Gonzalo Lahoz, coordenadas postrománticas, de corte a veces algo pomposo. Sabe combinar lo melódico con lo reflexivo y no evita ciertos alardes más bien epidérmicos. Obra brillante y resultona, de 1921, que sonó sin fisuras, cuajada de contrastes, y que bordó el solista, el ya tan conocido entre nosotros Frank Peter Zimmermann. No falló una, superó los compases más arduos, cantó con estilo y resolvió la dificilísima cadencia del Finale. Allegro energico, en sorprendente diálogo con el timbal, haciendo sonar su Stradivarius. Regaló una muy virtuosa transcripción del célebre y magistral lied de Schubert “Erlkönig” (“El Rey de los alisos”).
La segunda parte estaba ocupada por una obra no muy frecuente de Brahms en beneficio de sus sinfonías: la Serenata nº 1, cuyos seis muy diversos movimientos fueron expuestos con finura, intención, hálito romántico, lirismo de buena ley y enorme flexibilidad agógica, con planos bien observados y una ejecución sinfónica impecable a cargo de una formación de unos 60 músicos. Los ritmos estuvieron muy bien observados. He ahí lo difícil: mano de hierro en la métrica, pero muñeca elástica en el rubato. Anotemos el aire danzable del primer Scherzo tras el estupendo desentrañamiento del Allegro inicial; el sereno canto lírico de la cuerda grave en el Adagio, el juguetón Menuetto y el juego imitativo del Finale.
Todo discurrió, pues, por los mejores cauces, lo que mereció el entusiasmo del respetable que casi llenaba la sala y que consiguió el esperado regalo: la obertura de Las bodas de Fígaro de Mozart. Fue lo peor de la noche: poco clarificada de texturas, relativamente graciosa, con impulso, sí, pero rayando lo vulgar.
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