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Por Publicado el: 14/08/2022Categorías: En vivo

Crítica: Bayreuth retoma la mirada a Wieland Wagner

Bayreuth retoma la mirada a Wieland Wagner

TRISTAN E ISOLDA, de Richard Wagner. Ópera en tres actos, con libreto de Wagner. Repar­to: Stephen Gould (Tristan), Catherine Foster (Isolda), Markus Eiche (Kurwenal­), Ekaterina Gubanova (Brangäne), Georg Zeppenfeld (Rey Marke),  Olafur Sigurdarson (Melot), Siyabonga Maqungo (Joven marinero), Jorge Rodríguez Norton (Un pastor), Raimund Nolte (Timonel). Director de esce­na: Roland Schwab.  Escenografía: Piero Vinciguerra. Vestuario: Gabriele Rupprecht. Dramaturgia: Christian Schröder. Iluminación: Nicol Hungsberg. Coro y Orquesta titula­res del Festival de Bayreuth.  Direc­ción de coro: Eberhard Friedrich. Direc­ción musical: Markus Poschner. Lu­gar: Festspielhaus de Bayreuth. Entrada: 1974 espectadores (lleno). Fecha: 12 agosto 2022.

Bayreuther Festspiele 2022; Tristan und Isolde; Insz. Roland Schwab

En medio de la debacle generalizada del nuevo Anillo del Nibelungo de Valentin Schwarz, entre una disparatada Valquiria y un Siegfried que promete lo peor, el Tristan e Isolde escuchado el viernes en nueva producción escénica de Roland Schwab se percibe como la octava maravilla del mundo. Efectivamente, y al margen de la coyuntura de nacer en medio del naufragio del Ring, este nuevo Tristan tiene méritos e intereses para ser aplaudido con entusiasmo y sin reservas.

El muniqués Roland Schwab se ha cargado de sentido, estilo y un estupendo oficio teatral para presentar un Tristan e Isolde coherente con el texto y de bellísima plástica, basado en una preciosa, concisa y sutil escenografía de Piero Vinciguerra. En medio del desconcierto que hoy embarga este Bayreuth katharinesco, Schwab ha dado un valiente salto en el tiempo, para, tras los fallidos y hasta ramplones tristanes de Christoph Marthaler y Katharina Wagner, retomar la mirada a Wieland Wagner, a su quietud, a su desnudez, a sus enormes y vacíos espacios elipsoidales, a sus sombras y siluetas, a su cuidad iluminación, para firmar el mejor Tristan visto en Bayreuth desde el prodigo de Heiner Müller de 1994.

La escenografía, de cuidada iluminación, se basa en una enorme plataforma de ledes que igual son el fondo azulado de una piscina mediterránea que remolino a punto de absorber a los amantes en pleno éxtasis o la orilla de un indeterminado mar o riachuelo.  Hay estrellas, luna y mucha sensibilidad sin sensiblerías. El logrado y nocturno segundo acto, envuelto en un cielo estrellado y al que solo falta el “cri-cri-cri”  de algún grillo estival, recuerda la magia del célebre Tristan de Ponelle, el del árbol en el segundo acto. Hacía tiempo que en Bayreuth no se veía un trabajo tan quieto y cuidado. Schwab no tiene miedo ni al silencio ni al estatismo escénico que tanto pide la partitura. Y este es, precisamente, otro de los aciertos de este bienvenido montaje: escucha la música en lugar de luchar contra ella.

El en Bayreuth debutante director de orquesta Markus Poschner sustituía a Cornelius Meister, cuya intransigencia chocó vivamente con los protagonistas vocales, que discreparon de plano con sus tempi y criterios.  Poschner, más flexible y empático, actual titular de la Orquesta Bruckner de Linz, ha sintonizado con los cantantes y con la sutil y nítida escena de Schwab. Ha respirado y se ha regodeado en los silencios del preludio prodigioso, y se ha cargado de incandescencia en los episodios más intensos, como el famoso dueto de amor del segundo acto. La quietud sinfónica del Liebestod fue otro logro de una dirección que sin ser sublime -su antecesor fue Christian Thielemann-, sí tuvo el acierto de la lealtad y fidelidad a la escritura wagneriana, de la complicidad con los solistas y la franca identificación con una propuesta escénica igualmente arraigada en el texto y pentagrama de la maravilla que tenía ante sí.

La notabilidad escénica y sinfónica -la orquesta suena incomparablemente mejor que con Meister en el Ring– se correspondió e incluso supero en el apartado vocal. Catherine Foster culminó una Isolde de pulidos quilates, con una vocalidad valiente y agudos diamantinos perfectamente perfilados. Brilló en el dueto de amor, en la escena de los filtros del primer acto y coronó su sobresaliente actuación con un Liebestod cargado de efusión, sentido wagneriano y sustancia vocal. A su lado, el veterano Stephen Gould volvió a ser el Tristan ardoroso, arrojado y entregado de siempre. Cantó sin reservas y a corazón abierto, como solo se puede abordar Tristan. De admirable fiato, a lo Melchior casi. Generoso y cómplice ideal de la Foster. Algunos apuros al final del segundo acto no se percibieron en un estupendo y brillantemente resuelto tercer acto final.

Georg Zeppenfeld fue un Marke en la mejor tradición. La carnosidad, resonancia y genuino metal de su voz de bajo, así como el fuelle y empaque arraigan y recuerdan a predecesores como Frick, Talvela, Salminen y otros grandes wagnerianos. Su monólogo de Marke, cálido, triste, introspectivo y de infinita nobleza constituyó uno de los momentos álgidos de tan estimulante noche de ópera, redondeada con la más que bien cantada e interpretada Brangäne de Ekaterina Gubanova, y la participación del tenor español Jorge Rodríguez Norton, convertido ya en un clásico en Bayreuth y en el tercer español en cantar en la hoy árida “Colina amarilla”, tras Victoria de los Ángeles y Plácido Domingo. El Kurwenal de Markus Eiche pasó sin pena ni gloria.

Por su parte, el sudafricano Siyabonga Maqungo (Joven marinero), incorpora su nombre a la mínima pero excepcional relación de cantantes de color que han actuado en Bayreuth, junto con el barítono Simon Estes y la mezzosoprano Grace Bumbry. El éxito de todos, tras los amargos sinsabores del Anillo que enmarca este Tristan cargado de sentidos y equilibrio, fue notable y hasta sobresaliente. Pero los mayores bravos se los llevaron, Zeppenfeld, Foster, Gould y Poschner. No se puede estar más de acuerdo. Justo Romero

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