Crítica: Recital de Bejun Mehta en el Teatro Real
Vuelta a las esencias
Obras de Haendel, Vivaldi, Corelli, Telemann, Biber y Geminiani. Bejun Mehta (contratenor). La Folia Barockorchester. Dirección musical y violín: Robin Peter Müller. Teatro Real, 9 de junio
Hace veinte años Marc Minkowski sacaba al mercado su versión de Giulio Cesare in Egitto, y todo el mundillo especializado andaba revuelto. ¿Sería capaz de desbancar el enfant terrible del historicismo a la referencial grabación de Jacobs de los noventa, esa que descubrió a tantos melómanos una de las óperas más inspiradas del siglo XVIII? Aunque aquello acabó en empate técnico, uno de los aspectos más comentados a posteriori fue la interpretación de Tolomeo por parte de un contratenor de poco renombre por entonces llamado Bejun Mehta, conocido por haberse encargado poco antes del Mago de Rinaldo con Hogwood. La voz era difícil. En las grabaciones el volumen real no se percibe, pero sí el timbre metálico del canto, un punto nasalizado, y unos cambios de color en los registros que no parecían achacables a una falta de trabajo a la hora de homogeneizar la voz sino a un cierto descaro en el uso de los recursos del cantante. Digamos que cantaba más bien desprejuiciado.
Mehta tiene hoy 53 años. Ha llevado una carrera cargada de inteligencia —sin la sobreexplotación a la que se someten algunos compañeros de cuerda—, erigiéndose involuntariamente como adalid no sólo de los autores barrocos sino también de algunos contemporáneos como George Benjamin. Para su recital del Teatro Real decidió volver a sus esencias y proponer un recorrido completo por el ensombrecido Julio César, el papel que tiene que sobrevivir a la seducción sonora inigualable de Cleopatra. El contratenor estadounidense cantó un aria detrás de otra, en el orden de la ópera, con algunas piezas instrumentales de otros autores entre medias para descansar la voz. Y qué bien lo hizo. Por un lado, porque la madurez le ha sentado bien tanto a su presencia escénica (sin los acartonamientos de antaño) como a su forma de cantar, manteniendo un volumen privilegiado, que da para un teatro de ópera sin problema alguno, y una coloratura sin emborronar. Y por el otro porque aquel desenfado de los inicios de su carrera se ha transformado en ganas de jugar como intérprete con las arias da capo barrocas, que bien entendidas son el mejor catálogo de afectos posible. Mehta se arriesgó, propuso silencios expresivos, saltos melódicos poco cómodos y, en general, visiones de canto respetuosas pero personales. Tuvo grandes momentos, como el duelo con Robin Peter Müller en “Se in fiorito ameno prato” y su fantástico legato en “Va tacito e nascosto”. Obviamente, los años no han pasado en balde, pero las limitaciones (menos fiato y menor vivacidad en la coloratura) son pocas comparadas con las ventajas.
El acompañamiento instrumental lo puso La Folia Barockorchester, gran orquesta especializada que se prodiga poco por Madrid y que tuvo una interpretación sobresaliente cuanto más cerca estaba de Haendel y realmente discreta cuanto más atrás en el tiempo se orientaba. Un placer, en resumen, escuchar repertorio grande y tan bien mostrado. Mario Muñoz Carrasco
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