Crítica: Berlioz teatralizado en la Quincena
Berlioz teatralizado en la Quincena
Obras de Beethoven y Berlioz. Antoine Tamesit, viola. Orquesta de París. Daniel Harding, director. Auditorio Kursaal. San Sebastián, 20 de agosto de 2019.
Ya en la última etapa de la Quincena llegó al escenario del Kursaal la Orquesta de París con Daniel Harding, su actual titular, aunque ya de despedida. Por cierto, que su nombre es uno de los que se barajan para el Concertgebouw.
Harding nos deslumbró en sus comienzos con un “Don Giovanni” lleno de vitalidad en Aix-on-Provence, para languidecer posteriormente y pasar una época un tanto gris de la que parece haber salido, si bien el presente concierto no fue la mejor demostración de ello.
El programa presentó como línea general su carácter descriptivo. En la primera parte la sexta sinfonía beethoveniana, en la que el compositor prefirió sugerir al oyente situaciones más que describirlas textualmente. La “Pastoral” parece muy fácil, pero que no lo es en absoluto para las orquestas. La de París es un conjunto muy aceptable, si bien no se halla entre las primeras europeas. Se lucieron especialmente las maderas desde que flauta, clarinete y oboe simulasen al ruiseñor, el cuclillo y la codorniz. La versión resultó tan impecable como anodina. Harding manejó bien las dinámicas y hubo claridad en la exposición, pero fue como un plato bien cocinado al que le falta la sal.
“Harold en Italia” obedece a un espíritu mucho más expresamente descriptivo, relatando musicalmente con fidelidad a Byron las peregrinaciones por Italia de Childe Harold. No es obra muy programada y, de hecho, no gustó a Paganini, quien la había encargado para lucir su recientemente adquirida viola Stradivarius, hasta el punto de finalmente no estrenarla. El célebre virtuoso quería más lucimiento. En la quincena tomó la viola el parisino Antoine Tamestit, quien también luce una Stradivarius, concretamente de 1672 cedido por la Fundación Habisreutinger. Él, que tocó consistentemente, y Harding tuvieron el acierto de teatralizar la partitura de forma que el solista recorrió el escenario emulando a Harold por Italia e incluso finalizar con la viola acompañada de dos violines tocando desde el anfiteatro. Hay suficientes silencios en la escritura para que la viola pueda desplazarse y eso fue justo una de las cosas que no agradaron a Paganini, que quería brillar todo el tiempo. Por lo demás. como siempre en Berlioz sobresale la orquestación, brillante, colorida e imaginativa. Un concierto de París y Harding, con el auditorio lleno, pero en la espera del plato fuerte que es el “War Requiem” de Britten con el Orfeón Donostiarra. Gonzalo Alonso.
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