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Por Publicado el: 28/01/2024Categorías: En vivo

Critica: Bienhechores aromas centroeuropeos con la Filarmónica de Dresde

Obras de Mozart, Beethoven, Mahler y Strauss. Francesco Piemontesi, piano. Orquesta Filarmónica de Dresde. Director: Pablo González. Ibermúsica. Auditorio Nacional, 24 y 25 de enero de 2024. Ibermúsica.

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Pablo González (c) May Zirkus

Bienechores aromas centroeuropeos con la Filarmónica de Dresde

Dos conciertos con programas muy de repertorio y extremadamente atractivos nos ha ofrecido la excelente e histórica Orquesta alemana fundada en 1870 y que ha sido dirigida a lo largo de su historia por batutas de primer rango como las de Van Kempen, Masur, Herbig (que, a sus más 90 años, sigue, parece ser, en activo), Plasson, Janowski o Frühbeck de Burgos, que la rigió de 2004 a 2011. Actualmente está al frente de la agrupación el también chelista Michael Sanderling, hijo del histórico Kurt Sanderling. 

No visitaba Madrid desde 1994, gobernada en esa ocasión por otro histórico, Yuri Temirkanov, fallecido hace poco y a quien estaban dedicadas las dos sesiones. En el podio se situaba un director tan despierto, ágil de mente y de movimientos, práctico y cada vez más asentado y seguro, dueño de una técnica de batuta muy sugerente y volandera, firme y comunicativa, que llega fácil al instrumentista, como Pablo González. Nos ha gustado su disposición y su manera de explicarnos, con criterios bien estudiados, las cinco obras programadas.

Nada más empezar el “Concierto para piano nº 25” de Mozart notamos la singularidad de una tímbrica bien acolchada, muelle, matizada; como los viejos vinos; la que emana de unos instrumentos bien empastados y soldados a impulsos de un gesto directorial suave y explicativo. Fue un buen comienzo, que tuvo su continuidad en la atenta y contrasta colaboración con el pianista suizo Francesco Piemontesi, que únicamente había intervenido en Ibermúsica en marzo de 2023 junto a la Orquesta del Festival de Budapest dirigida por Ivan Fischer.

Piemontesi posee un sonido cristalino y matizado, suave y bien coloreado, aunque es capaz de ataques agrestes y bien contorneados. Abusa quizá de lo que podríamos denominar un estilo “staccato”, de rápidas pulsaciones que aparecen como faltas a veces del deseado “legato”. Pero siempre impulsadas por un toque fino, con frecuencia delicado; y muy claro. Ofreció un buen Concierto mozartiano, limpiamente desarrollado y bien cantado en el Andante. Se extasió en el segundo intermedio del Allegretto final.

Sus características, aunque ahormadas desde una perspectiva diríamos romántica, se mantuvieron en el “Concierto nº 3” de Beethoven. Construyó y reprodujo con buen impulso la impetuosa y extensa cadencia del primer movimiento; delineó con finura, presa en determinados momentos de una cierta afectación, el Largo y cobró el necesario impulso en el Rondó. La colaboración de Orquesta y director nos pareció en general ajustada y respetuosa. Dos “propinas” por parte del pianista. El primer día una lírica y melódica página mozartiana. El segundo, una transcripción del conocido Coral de la “Cantata 140” de Bach, quizá la de Bussoni; quizá la de Kempff…

El primer día González y la Orquesta interpretaron el “Adagio” de la inconclusa “Sinfonía nº 10” de Mahler. Fue una versión con buena letra, pero un tanto exterior, falta de entraña, de ese sabor trágico de despedida que anida en esos pentagramas. Mucho mejor la recreación de “Muerte y transfiguración” de Strauss, bien delineada, clarificada en sus planos, cuidadosamente leída. La ejecución fue en general transparente, bien timbrada y acentuada, rematada por un “crescendo” estupendamente edificado, en donde la batuta supo contener el tempo.

Mejor aún fue la versión de “Una vida de héroe”, mimada compás a compás por el director, que, antes de tocarla, micrófono en mano, nos explicó la composición con claridad meridiana, haciendo uso de un didactismo de altos vuelos. Luego acometió la partitura con todo ímpetu y notable diversificación de planos, de tal modo que los confusionismos y borrosidades, tan frecuentes otras veces, fueron muy pocos. Todos los planos estuvieron en su sitio. Se compaginaron hábilmente el lirismo, el entusiasmo desmedido, la farragosidad de ciertos pasajes, los toques burlones de los “enemigos” y el flujo melódico straussiano no decayó ni un momento. 

Estupenda versión con impecable actuación del concertino, Wolfgang Hentrich. Los muchos aplausos fueron correspondidos por dos innecesarios bises, bien ejecutados, eso sí: la “Danza húngara nº 6” de Brahms y un inesperado “Preludio” de “La Boda de Luis Alonso” de Giménez, tocado -había que aprovechar la resaca straussiana- con ocho trompas y cinco trompetas. A toda mecha.

Arturo Reverter

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