Crítica: Las bodas de Fígaro en el Festival de Salzburgo
Atentado en el Grosses Festspielhaus
Las Bodas de Fígaro. Ópera en cuatro actos, sobre libreto de Lorenzo da Ponte basado en la comedia homónima de Caron de Beaumarchais, música de Wofgang Amadeus Mozart. Reparto: Krzysztof Bączyk (Fígaro), Sabine Devieilhe (Susanna), Andrè Schuen (Conde de Almaviva), Adriana González (Condesa de Almaviva), Lea Desandre (Cherubino), Peter Kálmán (Bartolo), Manuel Günther (Basilio), Kristina Hammarström (Marcelina), Andrew Morstein (Don Curzio), Serafina Starke (Barbarina), Rafał Pawnuk (Antonio). Dirección de escena: Martin Kušej. Escenografía: Raimund Orfeo Voigt. Vestuario: Alan Hranitelj. Iluminación: Friedrich Rom. Dramaturgia: Ina Karr, Maurice Lenhard. Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor. Orquesta Filarmónica de Viena. Dirección musical: Raphaël Pichon. Lugar: Salzburgo, Haus für Mozart. Entrada: 1.580 espectadores (lleno). Fecha: 20 agosto 2023.
Pobres Wagner y Mozart. Sigue la tontuna escénica dominando sus festivales de música. Tras los esperpentos de las últimas semanas en Bayreuth, la ciudad en la que el creador del Ring optó por vivir y fundar el festival consagrado a su propia obra, ahora, en Salzburgo, la tierra de Mozart, le ha llegado el turno a Las bodas de Fígaro, que ha recalado -paradojas de la vida- precisamente en la sala llamada “Casa para Mozart” (Haus für Mozart) de la mano de un montaje en lo que los personajes no tienen nada que ver con lo que son, o sea, con lo que perfiló el hábil libretista Lorenza Da Ponte mano con mano con Mozart.
El atentado tiene nombre y apellidos: el prestigioso, veterano y activo director de escena Martin Kušej, quien a sus 63 años no ha dejado títere en pie ni personaje en su sitio. Una reinvención que supone enmendar la plana nada menos que a Da Ponte. Por mucho que el director de teatro y ópera austriaco sea director artístico del Burgtheater Viena y sus acólitos le consideren entre “los diez directores de teatro más importantes que han surgido en el mundo de habla alemana desde el milenio”, su trabajo no es más que un burdo ensayo empeñado en liar la perfecta estructura dramática y argumental del original en busca de dios sabe qué modernidad..
Los personajes quedan desdibujados en un grupito friqui de amigos que casi todos se acuestan con casi todas. Y viceversa. Todos, claro, fieles a Baco y a la barra americana que abre y cierra la función. Y a la juerga. Fígaro ya no cuenta centímetros (“Cinque… dieci… venti… trenta …”), sino copas que hay sobre la barra… Por supuesto, cuando hay que parar la escena, pues se apagan las luces, se cambia lo que sea y , ¡santas pascuas!, todos tan contentos. Como las morcillas que tanto manchan el texto, no por morcillas, sino por tontainas. El gris y la oscuridad que dominan la tenebrosa escena chocan con la luminosidad del libreto y de la música que llega de las voces y del foso.
Musicalmente, la función tampoco fue para tirar cohetes. Destacó, claro, el Almaviva bien cantado y entonado de André Schuen, que además de un liederista de primera, es un mozartiano del mejor rango. A su lado, palideció la condesa de la guatemalteca Adriana González, que comenzó “Porgi amore” en un pianísimo dubitativo e inseguro que marcaría su actuación, por debajo de sus capacidades, aunque resolvió con clase, medios y estilo su otra gran aria, “Dove sono i bei momenti”. El Fígaro de Krzysztof Bączyk quedó engullido por el cacao escénico, como también le ocurrió a la Susanna de la soprano ligera Sabine Devieilhe (esposa del director Raphaël Pichon), desposeída aquí de su gracia, picardía y saber hacer.
Sobresaliente en todos los sentidos el bien entonado y estilizado Cherubino de la mezzo franco-italiana Lea Desandre. Y, como suele pasar, Barbarina -la soprano alemana Serafina Starke– se llevó el gato al agua con el único pero maravilloso regalo que le hacen Da Ponte y Mozart: el aria del comienzo del cuarto acto, cuando canta el prodigio de “L’ho perduta, me meschina”. El momento de gloria en el que ella, la modesta sirvienta, la hija del borrachuzo jardinero Antonio, se convierte durante minutos en el centro nuclear de Las Bodas y del mundo entero. En el foso, el contratenor francés -más contratenor que director- Raphaël Pichon siguió partitura y cantantes con previsible corrección y sujetándose a la convención. No es gran cosa, pero hubiera sido estupendo que la escena hubiera seguido la misma actitud que el maestro-contratenor. La Filarmónica de Viena, que toca de memoria y como Mateo por su casa estos compases tan arraigados en su día y en su historia, sonó gloriosamente. Mozart estaría maravillado, claro. Da Ponte, alucinado con lo que hacen hoy con su teatro. “¿Se habrán fumado un porro”?, se preguntaría. Justo Romero
Bravo. Muy buen artículo 👍
Parece que el crítico cada día está más a la moda conservadora que se impone en todos lados