Crítica: Una ‘Bohème’ notable en el Palacio de la Ópera de A Coruña
Una Bohème notable en el Palacio de la Ópera de A Coruña
… con una vocalmente espléndida Miren Urbieta-Vega
Temporada Lírica de Amigos de la Ópera de A Coruña. Miren Urbieta-Vega, Celso Albelo, Massimo Cavalletti, Helena Abad, Manuel Mas, Simón Orfila, Mateo Peirone, Pablo Carballido, Jacobo Rubianes, Alfonso Castro. Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Coro Infantil Cantabile. Director musical: José Miguel Pérez-Sierra. Director de escena: Danilo Coppola. Puccini: La bohème. 8-IX-2024.
La Asociación de Amigos de la Ópera de A Coruña, al frente de cuya programación se encuentra el tenor Aquiles Machado, ha iniciado su temporada lírica con un homenaje a Puccini en el centenario de su muerte. Unas mil setecientas personas cubrieron al completo el aforo del Palacio de la Ópera en una tarde en la que hasta la temperatura y el color del cielo hicieron lo posible por no estropear las expectativas y el ansia de disfrute del público. Porque para cualquier aficionado La Bohème sigue siendo, como siempre ha sido, una auténtica fiesta.
¿Qué podría uno añadir a estas alturas sobre la música de Puccini que no haya sido dicho mil veces? Ante los que durante décadas, siguiendo la estela de T.W. Adorno y compañía, han opuesto el Arte con mayúsculas, el Arte con alteza de miras y elevación espiritual, a los productos comerciales contaminados de sentimentalismo (que eso era también Puccini), podemos sin embargo oponer hoy la obstinada realidad de los hechos.
En primer lugar, los indiscutibles valores musicales de sus obras, que resultan de una mezcla de la herencia wagneriana (melodía infinita, uso de la consideración del entramado vocal e instrumental como un todo sinfónico y empleo sistemático del leitmotiv), la influencia francesa (en especial a través de la adscripción a la armonía y orquestación impresionistas), y la búsqueda de un modo personal de traducción musical de las inflexiones propias del lenguaje italiano, siguiendo en esto a compositores tan caros a la inteligencia artística como Janáček. Y en segundo lugar (last but not least!), la actual e inapelable presencia de sus obras en cualquier temporada operística del planeta musical que se precie.
Pero dejando todo esto a un lado, y entrando ya en materias propias de esta reseña, hay que comenzar afirmando que fue todo un gozo escuchar en su ciudad a la Orquesta Sinfónica de Galicia, esa agrupación de lujo que lo mismo sirve para un roto sinfónico que para un descosido operístico, recreando La Bohème al mando de José Miguel Pérez-Sierra, flamante director titular del madrileño Teatro de la Zarzuela, que supo extraer de esta agrupación todos los matices y colores instrumentales que cabía esperar, además de subrayar con acierto algunas líneas inesperadas, o no siempre oídas, de la textura orquestal pucciniana.
El tenor Celso Albelo, que mantiene una relación entrañable con A Coruña, y que por ello recibió recientemente la medalla de oro y brillantes de Amigos de la Ópera, regresaba a la ciudad tras cinco años de ausencia. Tenor ligero en transición hacia papeles líricos, se recuerdan en la ciudad algunas de sus actuaciones belcantistas, como la de Puritani, con notas agudas redondas y bien timbradas y agilidades de mérito. No puede ocultarse, sin embargo, la dificultad que presenta el cambio de su tesitura natural, ese centro de gravedad que permite el equilibrio con la orquesta de manera que su voz resulte audible, a la hora de afrontar el rol netamente lírico de Rodolfo.
Como resultado, sus frases no lucieron del mejor modo posible en los registros medios y graves, que muchas veces resultaron tapados por la orquesta. Tampoco posee Albelo un timbre particularmente bello, aunque su voz, extensa y homogénea, su buen gusto en el fraseo y sus agudos brillantes le permiten salvar las dificultades, componiendo un digno Rodolfo. Al final de la representación recibió una sonora ovación, que agradeció besando con la mano la boca del escenario.
La gran triunfadora de la noche fue la soprano donostiarra Miren Urbieta-Vega, de imparable carrera ascendente, una lírica plena, con redondos agudos, de timbre bello, homogéneo, y técnica sobresaliente. Regaló algunos reguladores de muy bella factura y varios filados de terciopelo, que dieron brillo a las expansiones melódicas del discurso pucciniano, y su facilidad para alcanzar con buen sonido el Do5 y su legato fueron excelentes en “Mi chiamano Mimí”. Únicamente en el Acto III se resintió algo su hermoso fraseo. ¿Fue culpa de Pérez-Sierra, que la dejó respirar libremente en el Acto I, pero que empujó en demasía las bellas frases del dúo con Marcello en el III?
Hay que añadir además que la orquesta tapó en varias ocasiones a Urbieta-Vega (mucho más a Albelo) en este bellísimo acto, y eso, cuando se posee un caudal como el de la donostiarra, es también responsabilidad del director. Su punto débil estuvo, en nuestra opinión, en la configuración dramática del personaje. Urbieta-Vega actúa con la voz, pero no la acompaña con el gesto y el movimiento. De hecho, no compone el personaje. El resultado fue una Mimí cándida y débil en exceso, sin asomo de la sagacidad que sin duda posee el personaje, una cortesana a la que es difícil imaginar tan inocente como para perder sin segundas intenciones la llave de su cuarto en su encuentro con Rodolfo.
La soprano coruñesa Helena Abad hizo su debut frente a sus paisanos como Musetta. Abad transmitió la picardía necesaria para dar vida escénica al personaje, pero su prestación vocal, y ya siento decirlo, no fue satisfactoria. Su voz no corrió adecuadamente sobre la orquesta, y resultó difícil calibrar sus cualidades como la soprano ligera que pide el frívolo pero encantador personaje pucciniano.
Muy bien Massimo Cavalletti, barítono, que compuso un Marcello sólido, creciente a medida que avanzaba la obra, y muy bien también Simón Orfila, un Colline de altura, aplaudido en su “Vecchia zimarra”. El menorquín es un bajo competente, si bien en esta ocasión exhibió un vibrato demasiado acusado. Cumplieron con creces el resto de personajes, el Coro Gaos y el Coro Infantil Cantabile.
La producción, que proviene del Luglio Musicale Trapanese, presenta una escenografía clásica, muy sencilla, gracias a Dios sin excesos revisionistas: una esfera de nieve, presente a lo largo de toda la representación, que simbolizaba el orden cerrado de los ideales de juventud en un entorno hostil. Su gradual deterioro hasta la escena final, con el golpe brutal de realidad de la muerte de Mimí, cierra con eficacia escénica el ciclo de los ideales juveniles. El director de escena, Danilo Coppola, supo además mover los coros durante el siempre espectacular segundo acto en el Café Momus. El dinero nunca miente, y poco más puede hacerse con el presupuesto disponible. En resumen, pues, una tarde muy grata, digna de recuerdo.
Emilio Fernández Álvarez
Últimos comentarios