Crítica: Boris Godunov en la Ópera de Viena
Boris Godunov, entre Stalin y Putin
Viena, Staatsoper, 11 de mayo de 2022. Alexander Tsymbalyuk, Isabel Signoret, Ileana Tonca, Thomas Ebenstein, Vitalij Kowaljow, Dmitry Golovnin. Coro y Orquesta de la Wiener Staatsoper. Dirección de escena: Yannis Kokkos. Dirección musical: Michael Güttler.
Sobre una dramaturgia de Anne Blancard, Yannis Kokkos establece un paralelismo entre la Rusia de Boris Godunov, su ansia de poder, su permanente desconfianza hacia cuantos le rodeaban y su interminable serie de persecuciones y muertes, con la Unión Soviética de la era de Stalin, que superó a Godunov en psicosis y crueldad a la hora de eliminar a enemigos reales y, sobre todo, inventados. Los boyardos se transforman aquí en el Politburó de fieles al líder, bajo la atenta mirada de una enorme estatua que bien podría ser la de Lenin. El vestuario de boyardos y soldados corresponde al de la era stalinista, mientras que el del pueblo es más actual y, concretamente el de las mujeres, recuerda tristemente a las imágenes de los refugiados ucranianos de estos días. Sólo Boris viste conforme a su tiempo histórico. La escenografía es eficaz dentro de su simplicidad y los movimientos de conjunto están bien resueltos.
Michael Güttler, con la connivencia de la espléndida orquesta de la Staatsoper (en la que, sin embargo, se apreciaron algunas pifias en las trompas), consiguió crear ese ambiente de oscuridad sonora que caracteriza a la primera versión (1869), que es por la que aquí se ha optado. La tersura y brillo de las cuerdas vienesas fueron en esta ocasión controladas para crear una atmósfera sonora opresiva que sólo arrojaba algo de luz en la escena de la coronación, si bien en esta ocasión fue evidente el recurso a la amplificación de orquesta y coro. Coro, por cierto, magnífico, con un empaste perfecto y una calidad en todas sus secciones espectacular.
Tsymbalyuk posee una voz espléndida, pero quizá demasiado clara para retratar del todo los recovecos y las profundidades psicológicas de Boris, a quien le conviene mejor un bajo más oscuro y de registro grave más profundo. Salvo esta cuestión, la voz corre a la perfección y su fraseo estuvo cuidado hasta el mínimo detalle, dando sentido a ese recitativo melódico continuo delineado con detalle por Mussorgskij. La escena de las alucinaciones y, sobre todo, la final, su despedida de Fjodor y su muerte, fueron magistrales. El Pimen de Kowaljow sí que descendió a las simas de las profundidades vocales. Voz de bajo profundo, sin tremolaciones, de sonido envolvente y amplia gama de matizaciones, su fraseo estuvo lleno de acentos y de intenciones en una interpretación fabulosa que cosechó los mayores aplausos al final. Magnífico también Golovnin como Grigorij/Falso Dmitry. Clásica voz de tenor lírico eslavo, con ciertos toques de nasalidad pero de perfecta proyección y timbre cálido. Más limitado, sobre todo en la franja superior, fue el Schuiskij de Ebenstein. A buen nivel el resto del reparto, si bien la Xenia de Tonca estuvo un peldaño por debajo por mor de una emisión estrangulada y trasera a la que le costaba proyectarse. Andrés Moreno Mengíbar
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